Echeverri era una fiesta

Por Óscar Domínguez G.

Como la caridad entra por casa, suelo regalarme la lectura de un libro que debería ser de obligatoria lectura: “Bitácora desde el cautiverio” (Editorial EAFIT).

La obra fue  escrita  en sus cambuches selváticos por el ex ministro Gilberto Echeverri Mejía, sacrificado hoy 5 de mayo hace veinte años  por las FARC, en compañía del gobernador Guillermo Gaviria y un grupo de militares. 

Ambos dirigentes hacían un cursillo acelerado de Gandhiscuando “los recogió el silencio”. Como no hay peor sordo que el que no quiere oír, la guerrilla no entendió su apostolado y  los graduó de mártires. 

El de Echeverri es un libro en busca de lectores. Difícil encontrar un testimonio tan lleno de alegría de vivir y de servir. Hay entrega, optimismo, dolor y frustración. No tiene página mala. Critica la dirigencia criolla reacia al cambio.  En la Bitácora está pintado el Ratón, apodo que se ganó cuando ejercía como ministro de Desarrollo de Turbay Ayala. En ese cargo dijo que se sentía como un ratón enjaulado.

Saca tiempo para agradecer y criticar a la radio la manera como informa sobre las aproximaciones gobierno-guerrilla.

Portada del libro  escrito por Echeverri desde las montañas de Colombia.

El diario, en el que no pierde el sentido del humor, tiene un marcado acento autobiográfico. Se desprende de su lectura que Echeverri vivió de una vez varias vidas futuras. La Bitácora es un certero parte de misión cumplida. Queda claro que el hombre que era una rumba no vino a hacer turismo.

Para Echeverri, ejecutivo de lavar y planchar, la  patria empezaba en su casa, con su esposa, Marta Inés, sus hijos y nietos. El padre y abuelo dejó salir sus calidades de maestro y les escribió a cada uno cartas que son certeras hojas de ruta. 

Fue un hombre ancheta, según su propia definición. Quería significar que lo asimilaba todo para un fin común: fajarse por su patria. “Le hablaban de patria y se derretía como una paleta”, comentó alguna vez su esposa, Yaya,  el apodo que le tenía su compañera de ruta.

Esa patria se le salió cuando le aceptó el ministerio de Defensa al presidente Samper. Críticos de Echeverri dijeron que aceptó por la vanidad de ser ministro. Paja, porque estaba feliz vendiendo celulares. 

A pesar de que no diferenciaba una bala de un policía acostado aceptó la chanfa para cumplir dos tareas: dejar lista una estrategia de paz y meterle gerencia  al antiguo ministerio de la guerra.

El libro recoge su pensamiento sobre el país. Luchó y se sacrificó por una Colombia en paz, con justicia, equidad y no violencia. Dice que este es un deber de todos y que no hay que esperar un mesías que lo haga. “No haber asumido el riesgo (de buscar la paz) habría sido un fracaso”, les confiesa a sus nietos Camila, Simón y Tomás para quienes en su cautiverio pulía ajedreces hechos por sus compañeros militares. Los ajedreces nunca llegaron a su destino.

La niña de sus ojos en el proceso de cambio que soñó fue la educación, tema al que le dedicó mucha prosa de su bitácora. Y libro aparte, también escrito en cautiverio: “Un sistema educativo”, editado por la Imprenta Departamental de Antioquia.

Dense el regalo de leer al Ratón que proclamó alguna vez: ”No soy un Bertrand Rusell, tampoco un Gandhi, pero sí aspiro a que el mundo sea diferente”. 

Días antes de su muerte, había llamado a Dios a su celular para solicitarle que le permitiera partir “para que mi gente vuelva a la normalidad”. Dios fue “echeverrista” y se lo llevó. 

VIDAS PARALELOS: GILBERTO Y MARTA INÉS

En esta dolorosa efemérides, haré una doble columna para comparar lo que decía Echeverri desde las montañas con apartes de una entrevista que le hice a su esposa, doña Marta Inés Pérez, MIP: 

Familia Echeverri Pérez (de su página de Facebook).

GEM:  “Sigo creyendo que la única alternativa es la paz con el diálogo pero con un ejército fortalecido para que la guerrilla entienda que no va a ganar la Guerra”.

MIP: “Gilberto decía que él le tenía que retribuir a Colombia todo lo que esta le había dado y que no iba a ser ministro de guerra sino de paz”.

GEM: “Mi objetivo nunca ha sido el poder o el dinero. Podría ser simplemente rico, porque he tenido muchas oportunidades, pero a mí me gusta hacer cosas, ver crecer los proyectos, aunque no sean míos”.

MIP: “Fueron 41 de matrimonio y dos almas unidas para siempre. Era una persona totalmente trasparente. Hacía su trabajo con mucha responsabilidad y era muy respetuoso del otro. Así era en casa. Se cuidaba mucho de no ofender, pero era muy estricto en todas sus cosas. Era una línea recta”.

GEM: “Yaya (así le decía a su esposa) necesito que disfrutes y disfruten de la vida: ve al cine, ríete de la vida, no sufras por mí. Para mí esta retención será más fácil si percibo que ustedes sufren menos, porque han aprendido a manejar la situación. No se entreguen al dolor. Vivan la vida que es bella y muy corta… Yo no tengo miedo de morir pero sí de verlas sufrir”.

MIP: Lo recuerda “como un hombre inteligente, sensato, con muchos valores, con sentido práctico, trabajador al máximo, muy alegre y con mucho sentido del humor. Como hombre, era recto y leal; como novio, afectuoso y cumplido; como marido, amoroso; como padre, fuerte pero cariñoso; como abuelo, alcahueta y contemplador; como funcionario público, honrado y trabajador”.

GEM: “… le ruego a Dios – a quien todo el mundo le pide de todo- que me permita partir para que mi gente pueda volver a la normalidad… Yaya, creo que es tiempo de disfrutar de la vida, te quiero”.

MIP habla de su vida sin su esposo: “De mucha soledad. Lo siento cuando regreso a casa los domingos desde Rionegro y me encuentro  sola, en las tardes y las noches; cuando conversábamos de todo lo nuestro y de nuestros hijos y nietos, de lo que pensábamos y de nuestro futuro, de su trabajo, de la paz de Colombia, de todos nuestros planes para cuando se retirara”.

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