Zanja

Foto Libertad Digital

Por Ricardo Silva Romero, Bogotá

Todo está dado, en tiempos de redes y de tramas sociales, para que cada quien se parodie, se haga zancadilla a sí mismo. Puede uno oscurecerse hoy, ya, en cualquier momento: escoja usted su plataforma, Twitter o Facebook, para poner en escena su megalomanía, su orfandad. Cualquiera puede ser su propio mal en los próximos minutos en el afán de aniquilar al enemigo y adular al secuaz. Y parece natural e inminente que los líderes que nos tocaron en las rifas de los últimos años –y quien logre tomarse un rato para ver El dilema de las redes sociales, el documental de Netflix sobre los pensamientos de manada y los atrincheramientos y los fraudes de estos días, pensará algo semejante– participen de la batalla campal y se deshonren en vivo y en directo en busca de los aplausos de su burbuja, de su circo romano.

Da un poco de miedo el horizonte que podría venírsenos encima de seguir por el camino por el cual vamos. Pero es claro que hay cómo sobreponerse a este episodio del mundo en el que ha sido tan común desdibujarse a uno mismo para reducir a los demás a estorbo.

Es una trampa diaria. Puede ver usted los videos, ¡lanzagranadas contra los manifestantes en el centro de Bogotá!, y negar la brutalidad policial como la niega su bando. Puede ser usted un exconsejero de Paz liberal, y sobre todo un progresista constituyente de 1991, y acabar reducido para la galería a este candidato presidencial que desde el Ministerio de Defensa llama “abuso de los mecanismos democráticos” a las manifestaciones y las desobediencias civiles. Puede ser usted un periodista de carrera –o sea un activista de los principios republicanos repugnado por todas las violencias y empeñado en la fiscalización del poder– y volverse un tuitero arriado por su barra brava y enfurecido porque “los señores” de la Corte Suprema de Justicia le han recordado al Gobierno el derecho a la protesta.

Y, como se trata de preservar la democracia, de resignarse a los hechos y a las verdades por aburridas y dolorosas que sean, de negarse a cavar la zanja que promueve la mentira de que hay un mundo del sí y un mundo del no, como un país en contra y un país a favor de Trump –y la falsedad de que solo queda derrotarse, ningunearse, estigmatizarse, someterse, aniquilarse–, conviene reeducarse para no caer en la misma violencia de los matones que están perdiendo el poder, y más bien reivindicar la solidaridad y el coraje para levantar la voz por el derecho a levantarla: uno acaba el documental que digo, y se descubre rodeado de películas, de The Post a Las horas más oscuras, sobre encarar despotismos y ponerse de acuerdo en el drama humano al menos.

Si por estos tiempos se dan los ministros que desvirtúan “los mecanismos democráticos”, como políticos que desconfían de la política, es porque las redes exacerban la voluntad de subyugar e imperar: incluso la SIC suena lista a callar críticos. Si se dan los periodistas que propagan rumores sobre complots judeomasónicos y castrochavistas para tumbar a los adalides de la libertad, como notarios al servicio de las teorías de conspiración, es porque tenemos por delante la tarea de volver a la ficción, al humor, a la duda, a la compasión, a la escucha, a la protesta, a la fe en los hechos, en fin, a la resistencia a los fanatismos que han sido una cruz nuestra sin resurrecciones a la vista.

Conviene ver el video del día del paro en el que el vendedor Óscar Galindo explica, a quienes sí quieran oírlo, que él no es un vándalo, sino un hombre de paz con la bandera de Colombia al hombro.

Se trata de respetar la búsqueda lenta pero segura de la democracia. Se trata de comprender la transformación y la fuerza y la victoria que están detrás de la llamada “no violencia”.

Ricardo Silva Romero
www.ricardosilvaromero.com

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