Por Óscar Domínguez G.
Como monja de clausura de la era de Internet, Madre Margarita, MM, maneja celular y correo electrónico. Por pragmatismo teológico vive a un clic de Dios y de los negocios.
Suelo llamarla en enero para darle el feliz año y en mayo para felicitarla por el día de la Madre que le celebran ruidosamente sus colegas de silencio, maitines, pobreza, castidad y obediencia. Le repito llamada en septiembre para renovar amistad.
Sor Sonrisa vive lejos “del mundanal ruido” en su convento de clausura del barrio Mesa, algo retirado del bullicioso parque de Envigado.
Para domesticar la soberbia, suele volver al oficio de religiosa rasa. Es como si al presidente del Éxito, se diera un desestresante sabático y se pusiera a vender cucos.
En su monasterio concepcionista MM se dedica a rezar, rezar y rezar. En sus mínimos ocios ejerce como exitosa ejecutiva.
Tiene claro que no solo de oraciones vive el hombre. Y como la moderna clausura no riñe con los negocios, financia con tentaciones gastronómicas la “descansada vida” de cartuja de su treintena de sores. La carga laboral es altísima. Dios no paga EPS ni cotiza para pensiones.
Las monjas sí.
La galguería estrella la constituyen los bizcochuelos hechos por inspiración del Espíritu Santo. El colesterol corre por cuenta de tamales y fiambres.
Al lado de los bizcochuelos, mueren de envidia las exquisiteces del Versalles, Santa Clara y Ástor. La fórmula de los bizcochuelos es más secreta que el misterio de la Trinidad y de la Coca-Cola juntos.
“El Señor”, como le dice al que reparte las cartas, la reclutó desde sardina. Hace algunas décadas vive retirada del “mundo”, como diría su amado Kempis, el de la Imitación.
Ama y recuerda a doña María, su progenitora, quien conspiró para que no profesara los incómodos votos que rigen a las pupilas de Santa Beatriz de Silva, la fundadora.
“Pero el Señor me regaló esta semilla de la vocación”, comenta MM quien practica la oración como dieta exclusiva para mantener la figura de Amparito Grisales de Dios. Sin revertex, por supuesto.
Conserva la línea pero perdió la falange del índice del dedo derecho haciendo hostias. Ese día su ángel de la guarda se descuidó. O andaba de puente en el purgatorio llamado La Pintada. La abadesa MM no retiró a tiempo el dedo de la máquina que corta las hostias y… “habemus” una falange menos.
Recurrió a todas las artes para recuperar su apéndice. Le pidió – sin éxito- el milagrito al padre Ramón Arcila de Sabaneta, quien marcha camino de los altares ante el desgano de la parroquia y de la Arquidiócesis.
Ensayó con prótesis pero ni Chopin ni Bach se dejaban tocar con una falange hechiza. El fallecido padre Gustavo Vélez, Calixto, le sugirió tocar únicamente piezas para una sola mano. O promover una “indicetón”.
Finalmente, recurrió al sabio Salomón, cuota inicial de Perogrullo, y decidió repartir entre los demás dedos la sabiduría musical acumulada en la falange desaparecida. Santo remedio.