Por Óscar Domínguez Giraldo
No aparecemos ni en el pasa del periódico. Nadie nos ha dedicado un anoréxico endecasílabo. El cronopio Cortázar escribió instrucciones hasta para matar hormigas en Roma. O para subir una escalera o darle cuerda al reloj. Para nosotros, ni un desabrido renglón.
Los lavaplatos somos imprescindibles como el ajo en la cocina española. Sin mujeres no habría poesía, sin nosotros no habría cocina.
Se necesitaron dos palabras para describir el oficio: lavaplatos. El diccionario de la Real Academia nos define sin mayor poesía. Sale ligero del paso:
2. m. y f. Persona que por oficio lava platos.
3. m. o f. Máquina para lavar la vajilla, los cubiertos, etc.
Para ahorrar tiempo, los académicos utilizaron el mismo sustantivo para la persona y para la máquina que no sabe lo que hace. Como el reloj que ignora que da la hora. O la exitosa computadora de ajedrez que tiene prohibido reír o llorar ante un triunfo o un revés.
Los lavaplatos estorbamos. La gente nos despacha con una cierta sonrisa. De pronto se apiadan de nosotros y dicen: “Ahí te dejo la loza bien provocativa”. Te ponen música de guascarrilera en la radio y adiós.
Buenoparanada en minucias culinarias, lavaplatos que se respete confundirá siempre un brócoli con una tractomula. Nos importa un comino la comida fusión o cualquier insólito plato salido del laboratorio.
Nos tiene sin cuidado si a un restaurante le aumentaron o le redujeron estrellas en la guía Michelin. Nos emociona más el último parpadeo de una estrella, o el suicidio por amor del colibrí más tímido del mundo.
Dicen que Picasso decía que el cuadro está terminado cuando alguien lo ve. Sucede igual con el plato que vamos a despachar. Claro, previo embellecimiento lícito de la vajilla. Ahí está nuestro aporte al arte culinario.
Mesa navideña dispuesta, previa actuación de este lavaplatos… (odg)
Con nosotros pasa lo mismo que con los nerds: nadie les para bolas en el colegio. Pero sucede que después pueden ser nuestros jefes. Es lo que dicen.
Este aperitivo para exigir respetico con el ninguneado gremio de los lavaplateros (¿¡). Para no pasar “inéditos” del todo en la cocina, aportamos mano de obra barata a la hora de lavar, un destino que nadie quiere desempeñar. Les parece una tarea subalterna.
Pido máxima consideración por nuestro colectivo porque alguna vez nos hizo visita el non plus ultra del oficio de lavaplatos. Me refiero a don Ferran Adriá, catalán modelo 62, algo así como el Coco Chanel de la “haute cuisine”. En Locombia le dimos opípara bienvenida.
No en vano para sentarse a manteles, en su restaurante El Bulli había que reservar con una eternidad y ocho días de anticipación. Salvo el librero Benjamín Villegas quien se aparecía de sopetón y su mesa le inventaban. “Lo que puede la edición”. (De Adriá seguimos esperando de una deconstrucción de la Última Cena. O de algún banquete del rico Epulón, el traqueto de la época).
Este clásico de la gastronomía que dijo que “cualquier cosa es posible en la cocina”, se inició lavando loza para financiarse sus vacaciones en Ibiza. Mimar la vajilla como si fuera la mujer del prójimo fue su primera aproximación al arte gastronómico. Le quedó gustando. Extraño caso de amor a primera vista. Los lavaplatos no podemos estar mejor de colega.
Y me abro del parche porque tengo loza atrasada… (Líneas pasadas por latonería y pintura).