Por Carlos Alberto Ospina M.
Alguien desprovisto de cualidades morales no puede esperar un estado de opinión favorable a medida que injuria, prende fuego a cualquier cosa, echa maldiciones contra ciertos grupos sociales y económicos, y enfrenta a los ciudadanos a partir de varios sofismas de distracción que buscan encubrir su cuestionable desempeño.
El aspecto más vulnerable de Petro radica en la falta de solidez deductiva, el deseo de venganza, el egocentrismo y la soberbia que lo lleva a creerse la manifestación divina, saliendo del paso con sucesivas babosadas. Más de ochenta y siete inasistencias a actos oficiales y a reuniones con distintas organizaciones sociales no dan ejemplo de un personaje responsable; al contrario, pone en tela de juicio la gestión presidencial.
Hoy, echa la culpa de los repetidos incumplimientos a la inexperiencia del entorno, sin embargo, unos cuantos descerebrados palaciegos salen a tapar el sol con un dedo en virtud de “que maneja una agenda muy extensa, pobrecito”. A su vez, el acomodado ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, sin ruborizarse asegura que “el presidente está gobernando” (sic) Quién lo diría que estamos en manos de unos bufones y aduladores sinvergüenzas acostumbrados a mentir de todo en todo.
Otro gallo cantará al momento que emerja a la luz pública la verdad amarga de la supuesta intimidad retorcida y la puntual halitosis que no se puede encubrir con nuevas hojas de cilantro verde. Tan pronto como desfilen, en secreto, los soplones acerca del ingreso de dinero del narcotráfico a la campaña de Gustavo Petro, estrujen las dos glándulas masculinas al tal Armando y demuestren la alta traición que representa la doble estrategia denominada ‘paz total’ que solo beneficia a la caterva de criminales; entre tanto, prosperará la historia periodística de una prestigiosa revista internacional que avanza en la verificación del testimonio del único sobreviviente de tres niños, dos de ellos, asesinados por el M19 con la presunta participación activa del hoy primer mandatario de Colombia. Aquel que está hecho de mala leche expele el olor de un destino azaroso y no merece indulgencia alguna, dado que tampoco consigue mantener las manos limpias.
Este gobierno elegido por una exigua mayoría no cuenta con el argumento de autoridad para señalar ni descalificar al humanismo crítico, muy diferente a la fingida posición de bondad que, opera y utiliza, a los más desfavorecidos. De por sí, la mera intención de manipular a las clases populares en provecho propio se convierte en un acto obsceno.
El poder le hace mal a Gustavo Petro. No sabe dónde se tiene la cara al instante de plantear un acuerdo nacional sin escuchar las voces antagónicas ni las opiniones en contrario. Bajo cuerda esconde el objetivo central de imponer los temas, los objetivos y el sometimiento de los demás. De un modo figurativo, ‘te oigo, pero no tienes la razón’. La tesis que predomina es la identidad ideológica y la subordinación a sus ideas, puesto que el resto no hace parte de la cuestión que se concluiría. El asunto reside en la finalidad, los simulados razonamientos y la incapacidad para concertar en libertad.
Este principio de contradicción está expresado en el propósito de estrangular a las Eps a base de giros a cuenta gotas, presentar a hurtadillas el proyecto de reforma laboral, ignorar las múltiples alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo sobre el innegable riesgo electoral y promover la liberación de cabecillas de organizaciones criminales con el aparente motivo de hacer “pedagogía” al interior de dichos clanes delincuenciales. Como si no hubiera pasado nada. ¡Entre bobos anda el juego! De esa manera no se logra la reconciliación nacional.
Sin duda, Petro, posee conciencia de los vicios implícitos de su ‘paz total’. Así impulse de manera permanente el miedo, la zozobra y la incertidumbre por ahí continuará el manoseo a pesar de la violación del cese al fuego, las masacres, las amenazas contra disímiles alcaldes, los confinamientos, el control territorial y la desbordada inseguridad. Este individuo dobló las rodillas en presencia de los violentos. De un extremo a otro, el cambio no puede representar la perdición a punta de ruinar el país, máxime por tratarse de un proceder repugnante.