Patricia Lara Salive
Como están las cosas, esa batalla en la que se embarcó el presidente Gustavo Petro es una batalla perdida y no es otra que la de querer imponer sus puntos de vista a toda costa, sin buscar los consensos políticos necesarios para que sus reformas pasen en el Congreso. Está convencido de que es el dueño de la calle y de que así, a punta de manifestaciones, puede presionar a los congresistas para que le aprueben lo que él quiere.
Es una batalla perdida por dos razones. La primera, porque su grupo, el Pacto Histórico, no tiene la mayoría en el parlamento y, para que los proyectos se aprueben, debe desarrollar una labor de filigrana y llegar a acuerdos con los partidos Verde, Liberal y de la U. Además, para conseguir su propósito de pasar unas reformas que signifiquen un cambio en el país, así no sean tan profundas como él quisiera, debe ceder en ciertas cosas, no insistir en que sus propuestas queden intactas, transar en puntos que no impliquen ceder principios y abandonar la agresividad y la arrogancia.
Pero esa batalla también la tiene perdida el presidente porque, como se vio en las manifestaciones que esta semana convocó la oposición, Petro y el Pacto Histórico no son los únicos dueños de la calle. El mandatario tiene que reconocer que hoy en día la oposición puede competirle en ese terreno. Ante todo, debe recordar que él obtuvo el 50,44 % de los votos y que esa mayoría la completó gracias al apoyo que le dieron sectores de centro, centroizquierda y personajes como el excandidato Alejandro Gaviria y los exministros José Antonio Ocampo, Cecilia López y Rudolf Hommes. Sin su apoyo, no habría ganado porque la presencia de esos dirigentes en su campaña calmó bastante el “miedo a Petro” que le impidió ganar las elecciones de 2018.
Sin embargo, ¿qué ha pasado en el último tiempo? El presidente desbarató su gabinete pluralista y cometió el error craso de declarar rota la coalición de gobierno, a pesar de que carecía de las mayorías en el Congreso. Confió en que podría conquistar a los parlamentarios uno a uno y resulta que las cosas no son tan fáciles. Además, a punta de utilizar un lenguaje agresivo y polarizante —que divide a los colombianos entre los buenos que defienden a los pobres y los malos que, apoyados por los medios, únicamente buscan enriquecerse—, ha reducido su base de apoyo (solo le queda la izquierda que siempre ha estado de su parte), ha asustado a muchos empresarios colombianos que han frenado sus planes de inversión en el país, ha generado incertidumbre y ha aburrido a un montón de gente que está hasta la coronilla de la confrontación y la peleadera. Todo esto, en medio de una carestía, especialmente en el sector de alimentos, que ha golpeado muy duro a la población más pobre.
Entonces, como resultado de esa conjunción de factores, a los cuales hay que agregarles los escándalos protagonizados por sus más cercanos colaboradores (su ex jefe de gabinete, Laura Sarabia, y su exembajador en Venezuela y compinche, Armando Benedetti), se ha generado una complicada situación política. El único que puede lograr superarla es el propio Petro. Pero, para conseguirlo, debe abandonar su ensimismamiento, salir de su búnker mental, abrir con generosidad las puertas del gran acuerdo nacional que tanto ha pregonado y permitir que construyamos un país donde quepamos todos.