Esteban Jaramillo Osorio*
Las caras y caretas de un crimen, la doble moral y el populismo.
Quien la hace, la paga. Los tres futbolistas del Once Caldas, acusados por extorsión, convirtieron una travesura en un delito, en medio del escándalo público, con señalamientos del periodismo y el especial interés por trivializar los hechos, por parte de un sector de la información. Labor por encargo esta última, realizada con demagogia.
Una extorsión, sin importar el monto, no es un mal menor ni admite chanzas. Obró, a tenor de las leyes, la autoridad representada en la policía, la juez, la fiscal y la delegada del ministerio público, con la información recabada y las decisiones adoptadas.
No se trata de afirmar por parte del periodismo, si son culpables o no del delito imputado los jóvenes futbolistas. No están en los medios los tribunales ni quienes imparten justicia.
Tampoco se trata de estigmatizarlos y zarandearlos, ni de establecer si fue o no humillante la exposición pública por parte de la autoridad policial, para macartizarlos.
Para aclarar el tema está el debido proceso. La inocencia que se presume se demuestra.
En 2012, cuatro jugadores del once Caldas fueron acusados de violar una mujer. Bailaban alrededor de la cama, haciendo turno, mientras uno de ellos cumplía con delirio su faena.
El asunto se zanjó con un pago millonario, extra-juicio. Volvieron a las canchas y, con el tiempo, al futbol colombiano.
Lo mismo ocurrió en Santa Fe, en 2016, en la celebración del título de la Súper Liga, en noche borrascosa que concluyó mal, con una mujer agredida e irrespetada. Con dinero todo se subsanó el problema.
No se da un buen ejemplo a los jóvenes futbolistas si se pasa de largo sin sanciones a quienes trasgreden leyes y normas. Si se les justifica. Equivale a otorgar licencias para delinquir.
Castigarlos, con severidad o sin ella, es la demostración de que los futbolistas no tienen patente especial que les permita hacer lo que les da la gana.
Por fortuna las carreras deportivas de los implicados no tendrán afectación, pese a la crisis de confianza, salvo que surja un contratiempo serio en la acusación. Todos con el derecho a la nueva oportunidad.
No es el club blanco, el responsable de las conductas de los jugadores. Fuera de las canchas escapan los futbolistas de su control. El dinero envilece y los deportistas que dominan el escenario desde sus sueldos estrafalarios, no permiten ayudas para ser personas por encima de futbolistas.