Por María Angélica Aparicio P.
Cristina dijo que “Pontevedra, en España, era una belleza”. Y sí, es una ciudad preciosa construida en piedra, con varias plazas de origen medieval y bonitas iglesias católicas. Una ciudad ordenada, reconocida por los ingleses como “la ciudad paraíso”; un sitio para vivir tranquilos, cómodos, plácidamente. Hoy genera admiración por su excelente urbanismo.
A Cristina Salazar –una peregrina del Camino de Santiago– le gustaron las calles estrechas y las flores rojas que se aprecian en las ventanas de Pontevedra. Recorrerla origina largos suspiros de envidia. Además de limpia, se conserva intachable a manera de un museo al aire libre. La piedra prevalece como material de arquitectura. Se encuentra en los edificios, en las pilas de agua, en las paredes, en los arcos, las escaleras y las columnas. Es un homenaje al valor de este material.
Calles de Pontevedra
El camino de Santiago es un conjunto de rutas de peregrinación originado en pleno medioevo –que puede pasar por Pontevedra si el turista elige– para visitar la tumba del Apóstol Santiago, uno de los doce discípulos que acompañaron a Jesús de Nazaret. Fue el tercer acompañante más cercano a esta figura religiosa de la antigüedad y de gran trascendencia mundial. De esos doce hombres, creyentes y fieles, Santiago fue el primero en perder la vida. Murió en Galicia, al norte de España, cuando Cristo ya había desaparecido de la Tierra.
Altar del Apostol Santiago
El sepulcro de Santiago fue descubierto en el siglo IX. Junto a su tumba se edificó, con varios cambios posteriores, la actual Catedral del Apóstol. En el interior de este recinto religioso, finaliza la peregrinación de quienes vienen de Portugal, España, Francia o de otros países de Europa. Es una obra católica de estilo barroco, gótico y románico, que cautivó a Cristina por su solemne esplendor. Todo me gustó –dice con deleite–, manifestando su admiración por el fervor que profesan los peregrinos –de las más diversas religiones y nacionalidades del mundo– que estuvieron como ella, ahí, conmocionados, alegres, rezando por distintas causas.
Cristina caminó durante seis días, incrédula por lograr esta hazaña de resistencia física. Cubrió entre diez y doce kilómetros diarios, vestida con ropa cómoda, deportiva o de secado rápido, y con un par de zapatos que había amaestrado tres meses antes. A sus vestimentas sumó su termo, un morral, un sombrero, una chaqueta y su apreciado impermeable de invierno. En esos días se juntó con la juventud para hacer la travesía desde Oporto (Portugal) hasta Santiago de Compostela, bajo temperaturas cálidas y medias y espacios de lluvia. Se volvió una jovencita de quince a sus sesenta y cuatro años.
La importancia que ha adquirido visitar la Catedral del Apóstol Santiago ha llevado a una apertura de caminos, una red de senderos bien trazados donde imperan magníficos paisajes, ascensos montañosos, zonas planas, bosques, acantilados y mar para que turistas, deportistas, profesionales y creyentes de cualquier devoción religiosa puedan disfrutar, sentir, vivir y renovarse espiritualmente.
Los europeos se han preocupado, desde hace unos años, por habilitar y conservar, en perfecta armonía con la naturaleza, más de doscientos cincuenta caminos. La calzada francesa y las rutas española y portuguesa son las más transitadas del continente. Miles de personas se mueven a diario, en estos puntos de inicio, para tener experiencias únicas, gratificantes, distintas a las responsabilidades de trabajo.
Los caballos y las bicicletas son los nuevos medios de transporte para cubrir la distancia desde los entornos de la ciudad –Santiago de Compostela– hasta la plaza Obradoiro, donde se halla la Catedral de tres naves, en forma de cruz latina, dedicada al evangelista Santiago. Otros llegan a pie entre el cansancio y la dicha, la ansiedad y la curiosidad. Pero todos vienen a conectarse con la Catedral y con el poder que se irradia desde el altar hacia sus ángulos.
Un pórtico con tres arcos recibe a los presentes. Su interior es un largo y amplio corredor con un vigoroso juego de columnas, con algunos vitrales y más de doscientas esculturas. Un baldaquino de estilo barroco cubre y hace magnífico el Altar Mayor, bajo el cual se hallan los restos del apreciado Apóstol, ese hombre que admiró con placer, escuchó y siguió, ciegamente, a Jesús de Nazaret.
El apóstol Santiago creció en una familia que se dedicaba, en el mar de Galilea, al arte de la pesca. Vivía con sus padres –Zebedeo y Salomé– comprometido de lleno en la empresa familiar, donde trabajaban otros hombres de su época. Al conocer a Jesús, Santiago supo que su destino sería evangelizar cuando este hombre, defensor de lo justo y de ideas disímiles a los pensamientos romanos, ya no estuviera presente.
Varios años después de la crucifixión de Cristo, Santiago sería perseguido bajo el gobierno de Herodes de Agripa, que actuaba entonces como emperador del pueblo romano en los territorios de Palestina. Herodes hostigó a los cristianos hasta dar con el apóstol y ocasionar su muerte. No le permitió seguir con vida, santificar su actuar ni florecer en su evangelización. Lo mandó a decapitar sin miga de compasión.
Pontevedra y sus terrazas para compartir un café.
Los caminos que conducen a la Catedral de Santiago cruzan numerosos pueblos, hoteles, albergues entre árboles de limón, de manzanos y bonitas huertas tentadoras. Es un viaje que transforma, que regenera el comportamiento, que fortalece el alma. Como dice Cristina: “hoy valoro más la camaradería, la amistad, la gratitud, el apoyo en pos de un objetivo común. Me siento más respetuosa de los ritos religiosos y de los primeros cristianos que lucharon por sus creencias”.
En los dos viajes que ha realizado a Santiago de Compostela, Cristina Salazar encontró una conexión más intensa con Dios y con el legado que Jesús ha dejado a la humanidad. Volvería tres, cuatro, cinco veces o las oportunidades que sean –afirma–, para experimentar, nuevamente, los profundos sentimientos de hermandad que la acompañaron en ese inolvidable peregrinar por España.