Aura Lucía Mera
Triste. CM& dijo adiós. Ojalá sea un “hasta luego”. El único noticiero confiable e independiente. Pero, como me dijo alguien hace años: “los números no tienen corazón”. Y el que no factura en este capitalismo feroz y sin agallas no existe. Out… Au revoir… Chao… Adiós…
¿Cuántos medios de comunicación serios se han perdido y difuminado simplemente porque no “facturaban” lo suficiente? Tanto a nivel nacional como internacional. Revistas, noticieros, cadenas de radio… Igual sucede con almacenes, supermercados, droguerías, restaurantes, aerolíneas, vehículos… todo, todito… God is money. Hasta las religiones pasan si no invierten (además, no pagan impuestos).
Lo siento por Yamid y su equipo. Recuerdo a Yamid cuando hacía sus primeros pinitos de la mano de Alberto Acosta… Ese personaje inolvidable y olvidado, que fue el verdadero impulsor del periodismo radial y televisivo. Cuando me instalé a vivir en Bogotá, a finales de los setenta, un buen día en su restaurante habitual, El Museo, le dije entre vodka y vodka que a su noticiero le faltaba alguien que comentara libros.
Me contestó con su gagueo característico y esa voz ronqueta de cigarrillo negro: “Hágalo usted”. Y así tuve el privilegio de comentar durante tres minutos a la semana el libro que me daba la gana. Recuerdo que me moría del pánico. Un día me confundí y dije sobre Juan Pablo II “que era el primer Papa no católico de la historia…”. Escuché los gritos de “¡Corten, corten!” y tuve que repetir. ¡Oso! ¡Vergüenza! Después, ya cogí cancha y disfruté esos años.
Recuerdo a Yamid: serio, encriptado, profesional. La memoria prodigiosa de Virginia Vallejo, que con darle una mirada rápida al libreto ya se lanzaba al aire. Compañera y amiga fenomenal.
Alberto Acosta en El Museo, invitando a decenas de amigos y áulicos. En su finca de Itagüí, en Fusagasugá, invitando con una generosidad desmedida a amigos, políticos, áulicos… Muchos de ellos se lo bebieron, se lo comieron, lo utilizaron y se aprovecharon para subir en escala… o para escalar.
Cuando le quitaron el noticiero (“Ojos abiertos, oídos despiertos” era su eslogan porque “puede que haya cinco millones de analfabetos, pero no hay cinco millones de sordos…”), se retiró a su finca. Luego le vino el cáncer en la garganta… y los amigos que antes lo seguían como moscas fueron desapareciendo. Marco Alzate Avendaño y Carlos Ardila Lülle le fueron fieles hasta el final. Poco antes de morir, casi sin poder hablar, me dijo: “Muchos de los que trabajaron conmigo y yo los formé creen que el cáncer es contagioso… porque jamás volvieron”.
Ojalá no le suceda lo mismo a Yamid (él debe recordar con tristeza que jamás lo visitó). La vida es cruel e implacable.
Pero, como a todo señor, todo honor: le reconozco su profesionalidad y su pasión por el periodismo. En sus treinta y tres años formó mucha gente. No lo olviden.
Sigo con esa imagen de Yamid Amat en una montaña, transmitiendo en vivo y en directo el supuesto primer encuentro de Pastrana con Tirofijo… y esa silla blanca vacía. Una imagen eterna. Un periodista a todo dar.
No veo ningún noticiero en TV por higiene mental. El único que permitía entrar en mi pantalla, de vez en cuando, era CM&. Ya convertido en pasado… Triste adiós.–
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