Por Óscar Domínguez Giraldo
(Son 1400 palabras para que sepan el ladrillo que se ve venir y tengan tiempo de desertar, od).
Y el octavo día, Dios NO creó los buñuelos. No le alcanzaron los siete días que se dio para inventar el mundo.
Los buñuelos nacieron años luz después, cuando a las abuelas les dio por amasar la felicidad. Si Eva nació de una falsa costilla de Adán, los buñuelos nacieron de una costilla verdadera de la alegría decembrina.
El buñuelo nace, crece, se reproduce y … nos lo comemos especialmente en navidad. Escasean las palabras para agradecerles a los artesanos de la buñuelología, también llamados buñuelólogos.
Cada vez se venden más en cualquier época, montándole fuerte competencia a otro gran producto de la gastronomía fugaz: su majestad la empanada. Pero los que tienen el discreto encanto decembrino sabrán siempre mejor.
Por esta época se da un matrimonio por convención y por convicción entre el buñuelo y la natilla. Cuando a la natilla y al buñuelo se les alborota el erotismo les da por hacer buñuelitos.
No importa que el buñuelo siempre haya tenido mejor prensa que la natilla. Ésta va pegada al prestigio de aquel. En el futuro de todo buñuelo siempre habrá una deliciosa natilla.
En navidad en vez de un nudo, se nos hace un buñuelo en el alma.
Regalar buñuelos es una forma de desearle la paz al prójimo. Deberíamos vivir en estado de buñuelo perpetuo. Buñuelo y natilla van siempre juntos como don Quijote y Dulcinea, Laurel y Hardy, Abott y Costello, Mandrake y Narda, o Mandrake y Lotario, según las malas lenguas, Diana y El Fantasma.
Estar en navidad equivale a mantener el alma en estado de buñuelo perpetuo. Mientras haya buñuelos habrá alegría.
El buñuelo desarma los espíritus. Nadie podría disparar un arma con un buñuelo en la mano. Volvamos el mundo un buñuelo.
Si no funcionó la propuesta del general ® Bonett Locarno, tomada de la cultura griega, de poner a dieta sexual a los guerrilleros hasta obligarlos a hacer la paz, de pronto infiltrando buñuelos en el alto mando subversivo haya más posibilidades. (Claro que en su momento, el Departamento de Estado norteamericano discrepó de Bonett y dijo que, por el contrario, había que poner a hacer el amor a la guerrilla, hasta dejarla exhausta).
La coalición buñuelos-natilla es un frente nacional gastronómico que jamás prescribe.
En navidad, tierra prometida del buñuelo, se perdía la virginidad teológica cuando el niño genio del vecino descubría que el Niño Dios era el mismo que llevaba el mercado a la casa. Difícil asimilar la rebajona anímica que suponía cambiar al Niño Dios por el papá en paños menores.
Diciembre tiene cintura de diciembre. Son parientes cercanos en el árbol genealógico. El buñuelo tiene la cintura de las gordas de Botero que empiezan en alguna parte y no termina en ninguna.
LA NAVIDAD ES UN BUÑUELO COMPARTIDO
No tengo una sola acción en el club de amigos de Scrooge, el tipejo ese dickeniano que desde junio madrugaba a detestar la navidad que veía venir desde la mitad del año.
Supongo que ese fervor por la navidad es un mecanismo de defensa contra los jojoyes que nos joroban la existencia día y nochemente. Casi que la navidad tiene el alias de asilo para más de uno. A otros les da por tirar piedra, pero a mí me gusta disfrutar de esta patria boba espiritual que es la navidad en la que uno pone el corazón en babia.
Estar en Navidad es mantener el alma en estado de villancico perpetuo, tener la vida pendiente de un buñuelo. En cualquier instante, un «usuario» de Navidad se convierte en Plácido Domingo de sí mismo bajo la ducha, y se deja venir impunemente con » Zagalillos» o «Tutaima».
En Navidad, el corazón es un buñuelo oloroso que salta ágil sobre la silla eléctrica del fogón. Navidad no paga ningún IVA por darnos felicidad. Mientras haya buñuelos habrá alegría.
Navidad es tener pesebre entronizado en plena sala con el espacio para el Niño Dios vacío hasta las doce de la noche del 24 de diciembre cuando nace Jesús. «En un silencio que les sabe a ternura», María y José (buena persona pero mal carpintero) esperan la llegada de “Calidad” Chucho, el más sobrado de los «locos bajitos».
Que no falte el árbol de Navidad con los regalos reales o ficticios a su alrededor. Antaño, a los niños nos sacaban de casa por dos motivos: cuando la mamá se “enfermaba” y un rato después aparecía con un bebé. La segunda vez era para colocar los traídos.
Esperábamos 365 días para tener la ilusión de levantar una almohada. Se perdía la virginidad teológica cuando un vecinito genio nos notificaba que el Niño Dios era el mismo que compraba el mercado. Entonces se «caían» con nosotros Dios y el taita.
En Navidad, el estrés toma vacaciones en algún charco bajo las estrellas o se asila en fondas camineras habitadas por la nostalgia. Las úlceras gerenciales se retiran a sus habitaciones de invierno, lejos de la diaria rutina.
Señores pavos, patos, gallinas, corderos, marranos, piscos y similares: a pagar escondederos a peso. Admito que deberían ejercer la acción de tutela y pedir que también a ustedes les den el chance de despacharse un cristiano en Nochebuena. ¿Por qué siempre ustedes han de pagar el pato?
LOS BUÑUELOS DE DOÑA PINA
Que un presidente en ejercicio envíe avión a Medellín para recoger una manifestación de deliciosos buñuelos fabricados por doña Pina Gómez de Mesa amerita más de una perplejidad y sobre todo un viaje de ida al corazón de su receta.
Doña Pina, matrona paisa, parienta-amiga remotísima del presidente Uribe, asombró con su vitalidad entre el mediodía del 21 de abril 1895 y la tarde del 6 de agosto de 1974.
Fueron famosos sus buñuelos que tenían el pluscumperfecto tamaño de una naranja ombligona.
El entonces presidente Guillermo León Valencia, Hidalgo de Paleterá, supo de las virtudes de los buñuelos de doña Pina, a través de doña Martha Henao, casada “contra” el mayor López Méndez (q.e.p.d.), edecán de confianza de Valencia.
Tan pronto como doña Pina fue informada de las pretensiones buñuelísticas del mandatario, dijo sí. De inmediato ordenó enviar un avión FAC para recoger 48 exactas unidades. Ni uno menos. Enviar número impar de buñuelos por avión es de mal agüero.
Claro que para balancear la encomienda, ésta se reforzó con una tanda de natilla para el matrimonio perfecto con los buñuelos. Como no es bueno que estos anden solos, viajaron acompañados por unas chaperonas implacables llamadas hojuelas y por dulce de brevas que con la sazón de la navidad saben mejor que en cualquier otra época.
Los buñuelos fueron inmortalizados artísticamente por un hijo de doña Pina, el pintor Luis Fernando Mesa, tío de doña Martha Henao, en su obra «Rincón de la mesa de Navidad de doña Pina», técnica pastel, de propiedad de Juan Guillermo Mesa y María Ema Uribe, única tía paterna del presidente Uribe.
El cuadro se la pasa día y noche en La Hacienda La Cariñosa, Loma del Chocho, en Envigado, entrando a mano derecha (a la izquierda para los zurdos).
El pintor Mesa, conversador de cinco estrellas, visitó en Calcuta a la madre Teresa a quien le besó humildemente los pies. Lo hizo con tanta propiedad y devoción que terminó haciéndole cosquillas. Los pobres de la India casi lo linchan.
En otra ocasión se las tuvo que ver en París con María Félix de quien vio prácticamente todas sus películas. Del fallecido Mesa se podía decir que era un «mariafelixólogo» confeso. Pero le retiró el saludo cuando la musa del seco Agustín Lara empezó a despotricar de Medellín porque un arzobispo la prohibió para todo católico, “incluidos” los ateos.
Pero como todavía hay tiempos para hacer buñuelos, dejemos a un lado las amistades peligrosas de Mesa y vamos con la receta de los ombligones y «presidenciales» que hacía doña Pina:
1 quesito costeño, muy salado. Preferible de aquellos llamados mellizos en la antigua plaza de Guayaco. Debe venir envuelto en hoja de palma.
2 puños de harina de maíz capio, enojado con Maizena. Esto les da fuerza en la raíz del cabello a los futuros buñuelos.
1 cucharadita de polvo Royal. Son los polvos de la madre Celestina que obran la virtud de que suban los susodichos.
Finalmente, 2 huevos de gallina de campo, todavía señorita. Si no, tampoco importa.
Todo esto freído con energía eléctrica de las Empresas Públicas, ojalá de la que es traída a través cables de alta tensión, o sea, estresados, desde Porce. Y a gozar se dijo. (Notas pasadas por el taller de latonería…)