Por Oscar Domínguez Giraldo
Son los verdaderos inventores de la famosa trinidad laboral: trabajar, trabajar y trabajar. La culpa la tiene aquella divisa que le acomodó nadie sabe quién y que se convirtió en axioma de alta mercadotecnica: el que tenga tienda que la atienda y si no que la venda.
La tienda no solo es “ágora o garito”. También es el DANE certero de la cuadra. Antes de que se pronuncien las elásticas y sospechosas estadísticas oficiales, los tenderos saben cuánto se ha postrado el peso ante esa gorda de Botero de la economía que es la inflación.
El de tendero es un servicio público como el agua, la luz, el amor, el teléfono, la información, la paz. Dime qué tendero tienes y te diré en qué barrio vives. Ser tendero es un honor que cuesta. Lo sabe FENALCO que los mima y consiente. Sobre todo el 26 de agosto su día clásico. Pero ellos no se dan tregua.
Un tendero les madruga a los gallos y se acuesta seis horas después que las gallinas. Por eso mantiene sus ojos en la trastienda. El deber los obliga también sábados, domingos y fiestas de guardar. ¿Vacaciones? ¿Y eso con qué se come? ¿Seguro social, seguros? ¡Ya voy, Toño!
Con este agravante: cuando sus clientes –arribistas- los ven en la calle, cambian de acera. Sólo los conocen detrás del mostrador.
El tendero como el barman –lo sabemos por la película Casablanca- hace las veces de siquiatra o doctora corazón de su cliente. Todo por el mismo sueldo.
Son los primeros en enterarse de la última virginidad embolatada y saben con meses de anticipación que fulanita viajó a USA a hacerse operar de un rumor de varios meses.
Los tenderos – lo digo por mis abuelos Carlos Domínguez, en Santa Bárbara, y Lubín Giraldo, en Aranjuez- son la memoria de las ciudades. Un archivo A-Z que camina. Hacen las veces de biógrafos oficiales de los barrios.
(Ahora, al cabo de las cuarenta, hijos y nietos confesamos que teníamos en Las Acacias (foto), el granero del abuelo Lubín Giraldo en Aranjuez nuestro Banco de la República personal).
No sólo de pan vive el hombre sino de lo que venden los tenderos. Son la sal de la cuadra en su babel de artículos de primera necesidad.
Los tenderos coinciden en los precios y en los avisos para espantar clientes avivatos: «Hoy no fío, mañana sí»; «El que fía se fue a cobrar»; «No fío porque pierdo el producto y pierdo el cliente».
Otros piden la cédula de ciudadanía de la tatarabuela. Pero tienen corazón de merengue y si el vecino equis tiene el almuerzo embolatado, mandan a la porra estas amenazas. Su oficio es sinónimo de apostolado.
La prohibición de «No siga sin ser invitado», es apenas una restricción para los clientes de media petaca. Los amigotes saben que para ellos no reza. Se cuentan con los dedos de la mano los que tienen ingreso a este sancta sanctorum que es la parte de atrás donde peca etílicamente.
En algún rincón del plante, en jurisdicción de las telarañas, cuelga el impajaritable almanaque con modelos huérfanas de ropa para alebrestar la libido de la clientela masculina. Que no falte la imagen del santo de sus entretelas para hacerle tráfico de influencias y vender harto.
Hay tiendas que son santuarios para despotricar del prójimo. Otras tienen piano o rocola incorporados. Le venden al cliente su artículo de primera necesidad y le enciman una nostalgia musical. Todo rociado con buscapleitos licor oficial. Tienda de día, bar de noche. Bueno, así era la de mi abuelo desplazado por la violencia de finales de los años cincuenta. (De mi abuelo decía Suso, el carretero de Aranjuez, cuando se emborrachaba: “Don Lubín, usted es Dios”).
El estrés del tendero lo produce el cliente moroso. Un tendero debería ir al cielo sin pasar por el mar Caribe del purgatorio.
Los hay que viven a media caña y se dan ciertas licencias etílicas nocturnas con algún marido prófugo. El mismo tendero no puede fugarse de casa porque su casa es su tienda. Algo así como dormir con la oposición. Tienen su negocio por cárcel.
Cambian billetes, enciman consejos, arreglan matrimonios. Sirven hasta para remedio cuando el farmaceuta está de vacaciones. Deberíamos tener alma de tenderos, un oficio desgastador, desagradecido y mal pago. Como el de ama de casa. (Esta nota fue publicada originalmente en El Colombiano).