Por Óscar Domínguez G.
Apreciado ahijado, salud.
En la misma fecha, 20 de mayo, el mundo celebra el día de las abejas y de los borrachos. Me apena con las abejas que han contribuido a la seguridad alimentaria del mundo desde un semestre antes de la invención del reloj.
Y tengo pena contigo desde cuando supe que llegué “jincho” a tu bautizo. Me enteré de la cristiana responsabilidad que entraña ser padrino cuando le coqueteas a los cincuenta años. Ya eres padre y padrino. Ojalá conduzcas por el buen camino a tu prole y a tu ahijado.
Tus padres hicieron bien la tarea. (Sus nombres “sí los sé más no los digo” para no desprestigiarlos. Solo diré que tu taita fue uno de mis primeros maestros en el oficio con el que me he ganado los garbanzos).
Ellos hicieron de ti un ciudadano ejemplar. Lástima no tener velas en tu formación. A estas alturas de mis arrugas, poco tengo para aportar.
Salvo este trasnochado mea culpa y una sugerencia que ojalá las autoridades competentes avalen: como el Día del Padre se corrió por las elecciones como quien corre un mueble viejo, propongo que el 19 de junio sea el día del ahijado. O del padrino. O de los dos. Como ves, no soy un garufa, un caso perdido, como dice el tango. Todavía propongo cosas.
Te encimo otras pautas: jamás les impongas a tus hijos religión, política, ni equipo de fútbol… Salvo que sea el verde Atlético Nacional.
A manera de tardío regalo para tí, te cuento que dejé ese jijumíchica buscapleitos licor oficial que me impidió gozarme tu duchazo bautismal. O, mejor, el trago me dejó a mí.
También me han dejado otros pecados capitales y no capitales. Uno se va volviendo virtuoso muy a su pesar. Por ejemplo, la castidad llega cuando esas presas con las que antes te divertías, ahora cuelgan sin norte, sur, oriente ni occidente.
Y como el día de gastar se gasta, termino este doloroso mea culpa por mis excesos etílicos antañosos, compartiendo contigo el recetario de vida que les dejo a mis hijos a falta de apartamentos en Anapoima, Cartagena o la Costa Azul:
Convierte el estrés en capital, perdona y encima olvido, vive con lo que tienes, sé agradecido, no juzgues, no esperes nada de nadie, comparte, vive a la penúltima moda, llega media hora antes a todo. Y ni dormido pronuncies nombres de mujeres… (Hasta aquí la columna de El Tiempo)
CARTAS A LA PROLE
Hace unos cuarenta años, un día del padre, cuando mis hijos Andrea y Juan tenían 8 y 5 años, respectivamente, les dirigí esta carta que publiqué en mi columna de El Colombiano:
Queridos “locos bajitos”:
Qué rollo este de ser papá. Sobre todo porque un papá no es una mamá y ahí empieza Cristo a padecer.
Los papás somos mil veces menos taquilleros que las madres. Somos prescindibles como los politólogos y las crispetas. Pero al menos (¿¡) no somos envidiosos y les dejamos a ellas el complicado protagonismo doméstico.
Uno se acuesta aliviado cualquier día y se despierta papá, sin ningún entrenamiento previo.
Debería existir una Universidad donde los padres saquen algún título en paternidad responsable, de la misma forma como a los abogados los adiestran en los intríngulis de los códigos y a los médicos en las intimidades del bisturí.
Tampoco hay dudas: al momento de casarse, el hombre debería presentar diploma de buen polvo y de papá. Muchos matrimonios se descuadernan por falta de estos títulos. O por alguno de ellos.
Mientras se llena este vacío, críos, seguiremos haciendo camino al andar, leyendo, por ejemplo, a Zig Ziglar, que no es ningún cantante de rock, sino un experto en tratamiento de los adolescentes.
Me muero de la envidia de su condición de niños. Siempre cambiando una ilusión por otra, no repitiendo sueños ni asombros, descubriendo el mundo en cada mirada, faltando al colegio, soportando las primeras emboscadas del amor, hablando eternidades por teléfono, mientras los “cuchos” esperamos nuestro turno al bate.
Una autorización que de pronto sobra: si no les dejo ejercer a fondo su condición de “locos bajitos” mándenme al lugar adecuado, o sea, a la quinta porra.
Estoy agradecido con ustedes. Me hacen sentir más vivo a medida que sus cabezas se van alejando de la tierra para estar algunos centímetros más cerca del cielo.
Estar con ustedes, aparte de una delicia, es una forma exquisita de volver a ser niños. Cuando a los padres nos tocó hacer ese oficio de pequeños, estábamos tan chiquitos que ni nos dimos cuenta.
Con ustedes he vuelto a ser amigo personal de los parques, le he vuelto a tomar cariño a la tienda de la esquina, los helados, las primeras lecturas de Verne, Salgari. He vuelto a ser Tom Sawyer.
¿Me permiten una frase de exquisito cajón? No aspiro a ser su padre, sino su cómplice o amigo. Aunque uno no es amigo del que quiere sino del que puede. Estoy tratando de poder.
También cuando me vuelva demasiado “filósofo” o “consejero espiritual”, me pueden mandar a freír espárragos. Eso sí, que sea con una cierta sonrisa.
En síntesis, como decía don Pedro Vargas –quien tampoco es un cantante de rock- muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido.