
Por Jaime Burgos Martínez*
Me dejó atarantado un artículo de opinión que leí la semana pasada de una afamada columnista de El Espectador, «Cabello: mona que se viste de poder», en que se hace mención del homenaje de que fue objeto, el 14 del mes anterior, en la ciudad de Barranquilla, la exprocuradora Cabello Blanco, por su trayectoria jurídica, y por lo que se le impusieron varias condecoraciones.
También se alude a que la exprocuradora, «que hizo descender la entidad hasta los fosos más profundos», incurrió, posiblemente, en algunas irregularidades: la «compra de la sede de la Procuraduría en Barranquilla por más de $20 mil millones, pese a que el avalúo indicaba que el valor era de $10 mil millones»; «la repetida violación de las leyes de contratación con la adjudicación directa y favorecimiento a ciertos grupos, por sumas que ascienden desde los $9 mil millones hasta los $70 mil millones»; «reclamo sindical por la transferencia, con fines de evasión de la vigilancia pública, de más de $30 mil millones del presupuesto de la Procuraduría a la opaca Organización de Estados Iberoamericanos, OEI…», entre otros.
Para mí ―lo confieso―, como debió ser para otros amigos, al leer la columna que comento, quedé perplejo, pues esta magnánima exprocuradora, desde que la conocí hace muchos años, siempre se mostró desprendida del dinero y benevolente y generosa con el prójimo. ¿Será que el poder cambia a la gente? O más bien, como lo retrata, a comienzos del siglo XVII, la sátira de Góngora: «En corrillos andan//Todas las vecinas,//Sembrando sospechas,//Cogiendo malicias».
Lo que dice en la nota de opinión la curtida columnista y destacada investigadora periodística, cuyas razones tendrá, «La señora Cabello, cuyo récord en denuncias judiciales, mediáticas y ciudadanas en su contra es difícil de superar, fue más galardonada esa tarde-noche que el Libertador Simón Bolívar», pone en duda el merecimiento de las condecoraciones, en que da a entender que una persona con un comportamiento censurable, rodeada con miembros de esta sociedad de apariencias, no puede recibir honores o ser premiada o galardonada. Como decía el poeta veneciano Ugo Foscolo, en 1806, en el poema De los sepulcros: «En tiempo de las bárbaras naciones //colgaban de una cruz a los ladrones;// mas hoy,// en pleno siglo de las luces,//del pecho del ladrón cuelgan las cruces».
Como muestra de la amistad y de la ferviente admiración que aún profesamos algunos de sus amigos, le sugiero, mi querida exprocuradora, que enfrente ―en busca de la verdad―, con la gallardía que la caracteriza, los cargos que se le hacen y renuncie a la prescripción de las acciones legales, para que su nombre siempre brille en el firmamento de la honestidad y de la transparencia del actuar público y privado.
* Jaime Burgos Martínez
Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.
Bogotá, D. C., marzo de 2025
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