Por Óscar Domínguez Giraldo
Setenta años después, frente al pelotón de fusilamiento de la vejez, el Coco Rodrigo Ramírez Restrepo y este pecho descubrimos que vivimos nuestras infancias juntos pero no revueltos.
Compartimos amigos, maestros, compañeros de pupitre, sueños, insomnios, buliniadas, amores platónicos. Tuvimos las mismas calles por hábitat.
En los años cincuenta aprendimos a juntar vocales y consonantes. Nos desasnamos en la escuela José Eusebio Caro. Los primeros best sellers que leímos fueron la Alegría de Leer, el catecismo de Astete y la Historia Sagrada de Bruño.
Sin darnos cuenta, nos enfrentamos en los peladeros de Aranjuez, Manrique, Santa Cruz, Moscú, Campo Valdés. Solo la noche terminaba los partidos de fútbol que acababan en pedreas. Juntos hemos recorrido los barrios Berlín y Aranjuez al ritmo del tango “Volver”, de Gardel.
Después de compartir esa “primera patria que es la infancia” cada cual siguió su rumbo. El Coco, que mañana llega al Everest de sus 80 años, superó las angustias económicas. Su prosperidad la ha invertido en compartir. Es el verbo que mejor lo retrata.
Siempre se ha guiado por esta trinidad: su familia, su talento para los negocios, y el deporte. Le decían Coco porque su fútbol parecía clonado del argentino Coco Rossi.
Nacíamos liberales o conservadores, católicos o católicos, hinchas del Nacional o del DIM. Fabricábamos nuestros propios juguetes.
Desde la aristocracia de gallinero veíamos las mismas cintas en los teatros Berlín, Aranjuez y Laika. Y en el Cine Manga que daba el padre Barrientos. Pero nunca nos vimos, reitero.
Todos los días comíamos sancocho y frisoles al almuerzo y a la comida. En la noche oíamos radionovelas después del rosario. El Corazón de Jesús, con ojos como los de Juan Luis Mejía, exrector de EAFIT, nos monitoreaba desde la pared de la sala.
Éramos ricos sin plata. O como decía el general Eisenhower: Éramos pobres pero no lo sabíamos. El teléfono y la televisión venían en camino.
Veíamos el Minuto de Dios en el televisor del rico de la cuadra. La prolífica familia Ramírez Restrepo clasificó para invitación del padre García-Herreros a Bogotá a recibir su generosidad en su programa de televisión, próximo a cumplir setenta años. El barrio se paralizó esa noche.
Los Ramírez casi tumban el avión en que viajaron a Bogotá. Lo cuenta el Coco en uno de los tres libros que ha escrito: Pequeñas historias. Los otros dos son Una familia unidad al fútbol y Andanzas del abuelo. Escribe para que la primera línea de sus afectos sepa lo que ocurría en el Medellín de los años cincuenta. (Cuando se escribe sobre una familia se retrata toda una época).
¿Cómo no disparar 21 cañonazos por los ochenta de mi vecino de infancia? (Escritas estas palabras, por unas semanas, desaparece este aplastateclas con los deseos de que la pasen rico-rico).
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