Por Senén González Vélez
A manera de cuento.
Cuentan algunos de los sobrevivientes de Don Pepe, en Ciénaga de Oro, que en las aguas del Rio Sinú que vienen en descenso del Nudo del Paramillo, municipio de Ituango, en Antioquia, las corrientes del histórico río, que recorren al ritmo del invierno o del verano a todo el Departamento de Córdoba, llevan en su alma las buenas nuevas en leyendas e historietas muy graciosas de la región.
Una de estas es la que les contaré como un curioso cuento de ficción que, si tiene algún parecido con la realidad, es mera coincidencia.
Las aguas del rio transitan en su cauce en aparente tranquilidad, pero llevan en el corazón el ímpetu del vigor, para viajar sin cansancio, desafiando la flojera de los flojos.
Con el acento ‘’paisa’’ se mueven con el cantar de sus mujeres bellas, que luego con su sonoro y tierno sonido, con voz de alcoba, es transformado cuando llega al imponente Córdoba colombiano, por la bella y alegre mujer costeña que, con el golpe de su dejo regional, parece transformarse en la furia ardiente del Festival del Porro, en las que ellas, mueven sus torneadas y hermosas caderas al ritmo de fandango, y llevan en sus manos encendidas velas.
En abril de 1960, unas mujeres lavanderas, a eso de las cuatro de la madrugada, hora de la alborada, varias de ellas, estaban agrupadas en la cercanía a LAS BOCAS DE LOS TINAJONES, dando sus precipitados y angustiosos garrotazos a un montón de ropas, sobre unas piedras para lavarlas. Allí se aporreaba la virtud y el pecado.
La celeridad que se imponían para terminar la refriega, se debía a que a las seis de la mañana, era la hora en que los empedernidos burreros hacían acto de presencia para tener sus encuentros amorosos con doña ‘’María Casquito’’.
Petrona, era una hembra bien parecida, descendiente de los prehistóricos indios Zenú. Ella, cuando vio en la lejanía una pequeña nave, lanzó un angustioso grito a las mujeres de la otra orilla que hacían lo mismo:
‘’¡Oye Domitila!, allá viene en una pequeña cesta a la deriva río abajo’’.
‘’Sí, sí, ya la vi’’, respondió Domitila en forma ansiosa, por descubrir de qué se trataba.
Petrona escucha a lo lejos, a una criatura llorando en forma desconsolada, lo que la conmovió más de lo esperado.
Todas las mujeres se agruparon de lado a lado, para capturar la cesta que, a causa del bamboleo producido por la corriente, la canastilla se ladeaba de un extremo al otro del río, con el riesgo de irse a pique.
Finalmente, la pequeña cesta, fue a dar a las manos de Petrona.
La sorpresa fue la de encontrar un pequeño niño, que sollozaba de la brisa matutina, y apenas se le escuchaba en su balbuceo la palabra: ‘’CHÚ CHÚ’’.
La felicidad de Petrona era tan grande que decidió bautizarlo con el nombre: EL CHÚ CHÚ, salvado de las aguas.
El niño fue amantado con leche de burra, de vaca, de cabra, de cerdo, la de una perra loba recién parida que tenían cuidando en el rancho y que, según la mitología LUPERCA, que era la loba que le dio vida a Rómulo y Remo, sería el mejor ejemplo para darle vigor y vida a CHÚ CHÚ. También le dieron leche de un chimpancé que amamantaba a su cría.
Pasaron los años, y llevaron el niño al cura para que lo bautizara en la Iglesia San José.
Eran las 4 de la tarde y la iglesia estaba repleta de madres y padres cargando a los niños al lado de los compadres, que servirían de padrinos.
No podían faltar las botellas de ñeque o ron tornillo, fabricado en alambiques caseros, que estaban listas para el festejo, después que recibiera el niño el santo sacramento.
El agua de la pila bautismal estaba fría y eso hacía temblar y gritar, de manera sobresaltada, a las criaturitas, que expresaban su fastidio con sonoros llantos.
Cuando le llegó el turno a CHÚ CHÚ, el padre Manuel, un español ampliamente reconocido por la feligresía, quien también tenía el don de ejercer el exorcismo, sintió en una especie de escalofrío y angustia espiritual.
Y… mirando fijamente a Petrona le dijo:
‘’joder hija de Dios: ¿De dónde habéis sacado a esta criatura? ¿Es que no te habéis dado cuenta que no es igual a los otros niños que están a su alrededor?’’.
Petrona, toda tímida y asustada, le respondió:
‘’Padre Manuel, lo he salvado de las aguas del Río Sinú y yo, como un reconocimiento a Moisés, he parodiado ese momento bíblico, porque creo que es un regalo de Dios para mí, que no tengo hijos’’.
‘’Hija, replicó el sacerdote, creo que habéis cometido un enorme error, camino a convertirse en una involuntaria Herejía. Que … claro está, dependiendo de tu ofrenda para pintar la iglesia, así será tu pronta liberación y borrón del pecado’’.
‘’Antes de iniciar la ceremonia, debo doblar las rodillas y orar por esta criatura, que no parece de este mundo’’, explicó el prelado.
‘’No me asuste Padre, que ya hasta le cogí un profundo amor, y sería para mí hacer un duelo de un hijo que no he parido, y entonces, lo que sentí más como una bendición de Dios, se vuelva como una maldición y castigo a una inocente como yo’’, respondió.
Petrona acercó el niño a la JOFAINA y el cura tomó en sus manos una pequeña jarra llena de agua y dijo: ‘’CHÚ CHÚ, YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO’’.
El agua se tornó caliente y salía del fondo de la pila bautismal, un espeso vapor, con un olor muy parecido al azufre.
El padrino, de manera espontánea, dijo: ‘’¿Mierda, carajo, y… esta que vaina es?’’. Entonces abrió una de las botellas y se metió un ‘’petacazo’’.
Terminada la ceremonia, el Padre Manuel se le acercó a Petrona y le dijo: ‘’Hija, habéis dado un paso muy peligroso en tu vida. Estaré orando por ti, y espero que Dios nos de salud y vida para conocer el destino de esta criatura, que a mí me ha dejado anonadado, sorprendido’’.
Creció Chú Chú, sin alcanzar una mayor estatura normal. Su aspecto era desgarbado, cabezón, con ojos saltones, como ‘’ojibrotaos’’, muy parecidos al pez KORONKORO, cosa que inquietaban a Petrona.
Un buen día la madre putativa de Chú Chúa llegó a la casa parroquial de la Iglesia San José, para hablar con el Cura Manuel.
El sacerdote había desaparecido y Chú Chú también.
El día 7 de agosto, a los 64 años aparece, y su madre salió en su búsqueda, tan pronto se enteró por la radio de la presencia viva de hijo. Entonces lo buscó desesperadamente y lo encontró.
Supo también que su CHUCHITO, el salvado de las aguas, estaba sufriendo de trastornos mentales graves, y los médicos no se explicaban la razón de sus delirantes obsesiones, como las incoherencias y los estados de mitomanía y adicción, de amplio conocimiento público.
Por ello, de manera urgente, los facultativos, convocaron a junta médica, propiciada por un médico psiquiatra, también oriundo de Barcelona, España, residente en este país, de nombre Cristian del Real del Plomo y la Semilla.
Todos duraron semanas estudiando el estado de la salud mental de Chú Chú.
Ante la imposibilidad de no encontrar la causa, pero si conocidos los efectos, resolvieron llamar a Petrona.
Reunidos con ella, el médico psiquiatra le preguntó: ‘’señora Petrona: Sabidos que usted salvó de las aguas a Chú Chú, ¿cómo fue su crianza?’’.
Petrona le explicó: ‘’Creo que ningún niño ha sido mejor alimentado que este, pues fíjese doctor, lo alimente con leche de burra, de vaca, de cabra, de cerdo, la de una perra que teníamos en el rancho parida de seis perritos y una chimpancé del vecino que estaba parida’’. ¿Cómo no haberse nutrido bien?.
‘’Pues sabe señora Petrona, todos los síntomas que hoy sufre Chú Chú, se deben a esa variedad de leches que le dio de beber para su crianza: Fíjese usted, la leche de burra, lo impulsa acometer burradas; la leche de vaca, a que use más los cuernos que la cabeza; la de Cabra, lo volvió terco; la de la perra, lo lleva a los estados de rabia en que ladra y no muerde, pero asusta; la del cerdo lo volvió chambón y la de la chimpancé, a cometer babosadas. Ha criado usted un payaso con reacciones monstruosas’’.
‘’Doctor, y… ¿qué hago?’’, inquirió Petrona, ya con su abundante cabellera blanca y preocupada por todos los desaciertos de Chú Chú.
‘’Pues ruéguele a Dios que se lo lleve pronto’’, le respondió tajantemente el psiquiatra.
¡El que entendió entendió!