Cecilia Orozco Tascón
Después de una pantomima sobre su aparente invitación al fiscal general de entonces para que asistiera a la plenaria, el presidente del Congreso, Ernesto Macías —senador por cuenta de sus lambonerías con Uribe Vélez y personaje de menor valía al que llamaban, con sorna, “el bachiller”, por sus mentiras sobre sus títulos académicos—, le dio paso a un exultante Néstor Humberto Martínez que acababa de llegar al Capitolio para iniciar su intervención, esa noche del 28 de noviembre de 2018. Lo que en realidad sucedió fue producto de una trama cuidadosamente urdida entre el fiscal y la bancada del Centro Democrático incluido Uribe, presente en el recinto por su condición senatorial: Martínez llegó tres horas y media después de instalada la sesión a la que había sido citado por los congresistas Jorge Enrique Robledo y Gustavo Petro, para confrontarlo por su doble papel en el escándalo local que, en esos momentos, sacudía a todo el continente: la caída del gigante Odebrecht por corrupción. Pese a su ingreso tardío y con pose de rey Carlos III, Martínez tenía claro que sería cuestionado, primero, por sus actos como abogado del Grupo Aval, o bien de Sarmiento Angulo y Sarmiento Gutiérrez, mayores accionistas nacionales del conglomerado socio de Odebrecht en la construcción de la Ruta del Sol, y, luego, por sus conflictos de intereses como fiscal general, máximo jefe en la entidad que debería investigar los delitos que habrían cometido sus representados, aliados y amigos. Martínez se dio, así, el gusto de no escuchar de viva voz a Robledo y Petro cuando estos presentaron evidencias concluyentes no solo sobre la responsabilidad de Corficolombiana-Aval, junto con Odebrecht, en la falsificación de contratos y entrega de sobornos por millones de dólares a gobiernos y congresistas, sino también, y ante todo, cuando la dupla de parlamentarios demostró que los roles antagónicos de abogado de parte e investigador penal de sus clientes resultaban inmorales e ilegales, toda vez que su presencia en ese cargo oficial tenía trazas de ser otra arista de la conspiración de los corruptos.
Astuto como es para confundir y desviar el eje del tema si no le conviene, el fiscal general del 2018 empezó su discurso con la manida frase de la “independencia de la justicia” que ha servido de excusa para justificar las tropelías que se cometen en ese que, hoy, es un remedo de institución estatal. “Ante todo, una constancia: es absolutamente inusual que un miembro del Poder Judicial concurra (a una citación) del Congreso de la República … ¿Por qué asisto?… porque este es un debate que se ha suscitado en el país sobre mi vida privada y sobre mis actuaciones como abogado en ejercicio”. El mayor sofista que ha tenido en los últimos años esta nación continuó haciendo gala de su ingenio para el mal: “La ‘inquisición’ ha llegado a escrutar mi conducta y, por eso, tengo que venir (…) por mi honor, por la defensa de mi integridad moral (y) por la solidaridad que me han expresado miles de colombianos (¿?) en estas dos semanas infames”. Para sorpresa de quienes lo escuchábamos en la transmisión en directo, añadió: “No asisto como servidor de la justicia”. Significaba que el que estaba ahí, en el atril, no era el fiscal general sino un ciudadano X: estratagema para tratar de convencer a los colombianos, acostumbrados a los abusos del poder tradicional pero no en ese grado de cinismo, de que cuando el ciudadano Martínez Neira escuchó los hallazgos de Jorge Enrique Pizano (revelados por Noticias Uno dos semanas antes del debate) sobre los delitos que se estaban cometiendo, tales hallazgos no eran ciertos porque “él (Pizano) no tenía acceso” a información de nivel alto. Y que, por tanto, el fiscal general Martínez Neira tampoco supo nada. Inmediatamente después del desprecio subyacente en su referencia al ingeniero fallecido, Martínez argumentó: “¿Por qué estoy aquí…? Para defender mi honra porque fueron divulgadas unas grabaciones que se hicieron por mi amigo de siempre Jorge Enrique Pizano a quien cultivé, en la amistad íntima de mi hogar (…) a él y a toda su familia…”. Hay muchas afirmaciones de nula veracidad en el debate de esa noche y episodios oscuros de origen todavía más oscuro ocurridos allí, que aún están por descubrir. Pero el más doloroso es el uso que Martínez Neira hizo de la familia Pizano. Mi memoria revivió con las palabras, el pasado fin de semana, de María Carolina, la hija del ingeniero, en permanente duelo por las desapariciones seguidas de su padre y de su hermano: “Es cierto que mi papá y él fueron amigos hace muchos años; también lo es que todo cambió a raíz de las denuncias de mi padre. Pero es falso que en el momento de su muerte fueran cercanos, como ha dicho Néstor Humberto. La última comunicación directa entre ellos fue un mensaje de Martínez a mi padre, en el que le pide que no le escriba ni lo llame, que se comunique mediante su correo de la Fiscalía y que utilice los canales institucionales…”. “Me hierve la sangre” con las mentiras de Martínez Neira, dijo María Carolina el domingo pasado en El Espectador. Llegará el día en que se le caiga encima toda la estantería que ha construido este farsante.