Por Cristina Vélez , Bogotá
“Dios mío, ayúdenme a hacer viral este video», se le escucha decir al esposo de Juliana Giraldo mientras graba su asesinato. Casos como este, o el cubrimiento en tiempo real que hicieron muchos ciudadanos de los abusos policiales en Bogotá durante el 9S, no solo tuvieron eco en Twitter y Facebook, logrando incluso más difusión que las voces de algunos reporteros, sino que definieron las primeras planas de los medios. En este sentido, las redes sociales no solo han empezado a marcar agenda, sino a hacerle preguntas claves a los periodistas y a su oficio.
Este es uno de los temas que se muestran en el libro Las 10.000 horas en La Silla Vacía: periodismo y poder en un nuevo mundo, lanzado por Juanita León esta semana. Además de narrar la historia de La Silla, el primer medio digital creado en Colombia hace ya diez años, hace una radiografía de la manera en que las nuevas formas de conversación e interacción digital han transformado la arquitectura del debate público en Colombia y del rol de los medios en este nuevo escenario.
Como parte del equipo periodístico fundador de La Silla Vacía en 2009 y ahora, como investigadora de opinión pública de redes sociales en Linterna Verde, he sido testigo de varios de estos cambios. Hace una década, por ejemplo, las redes eran solo una de las muchas vías que las redacciones tenían para difundir su trabajo; pero ahora 6 de cada 10 lectores consumen noticias solo por estos canales, obligando a varios periodistas a volverse influencers de sus propios reportajes para poder competir por la atención de las audiencias, en medio de un escenario saturado de contenido mucho más emocional, ruido digital y desinformación. Este doble rol hace cada vez más difícil distinguir cuando las voces periodísticas hablan a nombre propio o de sus casas editoriales. Incluso la BBC está evaluando medidas drásticas para que las opiniones que sus empleados publican en redes no se confundan con las del medio.
Las audiencias digitales también se han transformado. Los algoritmos de las redes promueven que las personas que piensan similar se encuentren y construyan comunidades digitales, lo que es positivo, pero también algunos públicos han empezado a tender a formas de pensamiento grupal en donde la identidad, la emoción compartida y la ratificación de sus creencias son más importantes que una visión objetiva de la realidad, valores fundamentales del periodismo. Solo hace falta ver el comportamiento de dos de las bodegas más reconocidas en Twitter-Colombia, la uribista y la petrista, y los ataques que hacen a quienes no piensan como ellos. Incluso una de las cuentas más visibles de una de estas dos comunidades digitales, con 79.000 seguidores, incluye en su descripción de perfil la frase “decimos verdades a punta de mentiras”.
Ya lo mencionó Jorge Carrión: las personas pretenden usar los filtros que usan para sus fotos en Instagram (cambiando los colores, la escenografía, etc.) para las noticias que consumen. Nos estamos quedando no con la verdad, sino con aquella versión que más nos conviene, lo que ha sido aprovechado por los productores de fake news en masa para monetizar el clickbait y generar polución y caos en el ecosistema.
¿Cómo hacer periodismo desde la investigación y los argumentos sustentados cuando tanta gente está valorando la información solo en la medida que genere una emoción compartida? ¿Cómo asumir esa labor de “echarle detergente” y de chequear con evidencia todo este ruido digital generado por la desinformación? Estas preguntas, incluidas en el libro de Juanita León, son solo una muestra de aquellos cuestionamientos que las redes le están haciendo al periodismo. Personalmente añadiría una más: ¿cómo mantener la distancia entre el rol del periodista y del influenciador?
De las respuestas que se le den a estos interrogantes dependerá la forma en que el periodismo se reinvente.
Cristina Vélez
Politóloga e investigadora dedicada a estudiar el debate público digital a través del análisis de datos. Cofundadora de Linterna Verde.
Sobre este tema, trascendental para el oficio, recomiendo ver el documental «El Problema de las redes sociales» en Netflix y mi artículo con el mismo título publicado por esta revista