El autor escribió el domingo pasado en CAMBIO un retrato del presidente Petro. Esta semana Mendoza reflexiona sobre las reacciones que despertó su publicación.
Por: Mario Mendoza
Después de la publicación del perfil de Gustavo Petro varios de sus acólitos hicieron estallar las redes en mi contra. Me insultaron, me calumniaron, me atacaron de derechista, inventaron intereses espurios que no tengo, escupieron sobre mis libros, los quemaron en pantalla, en fin, la lista es larga. Tuve que salir de la ciudad mientras los ánimos se apaciguaban. Unos pocos que contestaron el artículo sin pasiones me parece que estaban en todo su derecho de contrargumentar. Ni más faltaba. Es una democracia. Para eso lo publiqué.
Cabe subrayar que busqué un medio para presentar ese perfil y me pareció importante que fuera un medio de izquierda o de centro izquierda. Se lo propuse a CAMBIO y ellos aceptaron con gusto. No cobré por él un solo centavo.
En primera instancia, me gustaría precisar que un perfil no es un análisis político. Este tipo de texto no pretende en ningún momento hacer un balance de la gestión de la izquierda en el poder. Ese no es su objetivo. Un escritor suele hacer perfiles para guiones, crónicas, relatos o novelas. Toma notas, estudia al personaje, lo revisa desde distintos ángulos, investiga sus móviles más secretos para poder entenderlo mejor, y, después de muchos bocetos, tiene por fin un dibujo interno y puede narrarlo a cabalidad. Eso mismo hice con Gustavo Petro. Es un ejercicio bastante subjetivo, por supuesto. Además, varios de mis libros giran en torno a temas psiquiátricos que he estudiado a lo largo de los años.
Empecé describiendo sus méritos desde que era apenas un estudiante, sus logros como congresista y el hecho de que fuera el sobreviviente de una masacre de todos los líderes de la izquierda en el país. Ese tono demostraba, abiertamente, que no provengo de la derecha. Luego me fui adentrando en esos comportamientos que muestran al político con rasgos mesiánicos.
La impuntualidad, por ejemplo, no es un defecto menor. Nos señala a una personalidad para la cual el otro no es importante. Por eso puede dejar metidos a todos los alcaldes del país sin arrepentimiento alguno. Debo precisar que esto no fueron calumnias de los medios de comunicación. Justo ese día yo estaba hospedado en el Centro Internacional, y pude ver de cerca a todas esas mujeres y hombres, muchos de ellos muy humildes, preocupados porque no tenían dinero para comer ni para pagar una noche de hotel. Solo tenían lo del pasaje de regreso. Era estremecedor verlos allí esperando al patriarca que, finalmente, nunca apareció.
También les llegó tres horas tarde a los militares en el desfile del 20 de julio. Un despropósito. Y a Aída Avella la dejó plantada hace apenas unos días, cuando era el momento tan esperado en el que el Estado colombiano debía pedir perdón por el genocidio sistemático de la Unión Patriótica. Ese evento era sagrado. La imagen de Aída Avella esperándolo ilusionada fue una grosería indignante, y, desafortunadamente, contrastaba con el abrazo entusiasta que el patriarca le había dado a Salvatore Mancuso pocos días antes.
La senadora Aída Avella y el ministro de Cultura, Juan David Correa.
Lo mismo ha hecho con empresarios, con periodistas y con otros políticos, tanto nacionales como internacionales. Las faltas de respeto son muchas y sistemáticas. Los deja a todos metidos porque no le importan, porque él se considera en una categoría muy superior. Es un rasgo de narcisismo sumamente diciente, sobre todo cuando se es un jefe de Estado.
El objetivo de ese perfil, entonces, era revisar la lógica del caudillo en el caso de Gustavo Petro. En una sociedad de padres ausentes o maltratadores, el caudillo suele reemplazar la figura paterna agresiva, déspota y abusiva. Las mismas madres participan activamente de esta situación:
-¡Shhhh, me hace el favor y no le levanta la voz a su papá! -suelen decir algunas con vehemencia.
-Sí, su papá tiene problemas, pero de eso no se habla afuera. Lo resolvemos aquí en familia -dicen otras acallando los abusos.
-Su papá no es fácil, es cierto, pero trae lo del mercado y a ustedes nunca les ha hecho falta nada en esta casa -aseguran muchas defendiendo de manera cómplice al tirano.
Es de esta lógica que está en el inconsciente más profundo de las familias que se nutre la imagen del caudillo. El capo del narcotráfico también tiene su origen en el mismo conflicto. Los jóvenes desprotegidos por el Estado ven en el mafioso a un padre que les va a ayudar a mantener a la madre humilde y desamparada.
Pensé (equivocadamente) que la izquierda ya se había cuestionado si su única opción era seguir de rodillas a su déspota de turno. ¿No hay una opción de izquierda que no pase por el patriarca? ¿No hay un relevo generacional, no hay una sangre joven que esté cansada de las mañas del padre maltratador? ¿No es posible cuestionar ciertas conductas del mandamás del país? ¿Estamos condenados a pasar de un gamonal a otro? Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la derecha y la izquierda, si esta última se comporta con el mismo sectarismo y el mismo fanatismo caudillista?
Si la derecha despotricó de mí y de mis libros con un furor tribal, y ahora hace lo mismo la izquierda con sus sicarios y sus pistoleros digitales, ¿cuál es la diferencia entre las dos? ¿Dónde está el cambio por el cual votamos? ¿No se supone que estábamos cansados de las lógicas de matoneo que practicaba la derecha? ¿No estábamos ya hasta la coronilla de los lugartenientes y los capos del narcotráfico? ¿No es este comportamiento de la izquierda la reproducción de esquemas de violencia que los colombianos hemos practicado hasta la saciedad?
El exjefe paramilitar Salvatore Mancuso intercambió sombreros con el presidente Petro.
Si los periodistas cuestionan al presidente, como ha sucedido en estos dos últimos años, ¿de inmediato eso los convierte en fachos, en oligarcas, en narcoparamilitares? ¿En serio? ¿No se dan cuenta de que han perdido el apoyo de varios columnistas, empresarios y artistas precisamente por ese fundamentalismo de orden religioso? ¿De verdad no hay otra forma de hacer política sino la de estos machos patriarcales? ¿Está prohibido revisar a todos estos caciques acostumbrados a mandar con altivez y agresividad?
Los llamados de Petro a salir a la calle con comandos populares no son un llamado de resistencia pacífica como los de Gandhi en la India o los del reverendo Martin Luther King en Estados Unidos. No, son una forma de regar gasolina en una sociedad en la que arrojar un fósforo es muy fácil para que todo el país se incendie. Es decepcionante, por decir lo menos, que Petro esté copiando el esquema de los colectivos chavistas.
Sospecho que el presidente desconoce la mentalidad de las nuevas generaciones, mucho más pacifistas, tolerantes y democráticas de lo que él imagina. No todos los jóvenes comulgan con sus lógicas de matones bodegueros. La democracia que hemos construido es imperfecta, por supuesto, pero el remedio no es el fanatismo y la confrontación, sino más democracia.
A la izquierda le está faltando autocrítica y creatividad. Lo que las nuevas generaciones están esperando es una reforma a la educación que les permita estudiar sin endeudarse. No los van a seducir llamándolos a la confrontación callejera o a que se matriculen en las bodeguitas gansteriles. Los muchachos no necesitan que los convoquen para hacer gavilla. Lo que necesitan es becas, libros y computadores. Votaron por el proceso de paz con el anhelo de que todo el dinero de la guerra (miles de millones de dólares) se invirtiera en educación y cultura.
Ahora, entiendo la encrucijada en la que se encuentran muchos militantes y funcionarios de este gobierno que no comulgan con los modos de hacer política de Petro: si critican y señalan todos los errores del gobernante, le dan entonces argumentos a la derecha para que los instrumentalice en contra del propio proyecto que lideran. Y si se callan, llevan a la izquierda a un desbarrancadero en el que van a fracasar estruendosamente, porque eso significa el retorno al poder de una derecha aún más envalentonada y criminal.
Atacándome a mí intentan matar al mensajero. Comprensible, pero equivocado.
Así que, a todos estos militantes y funcionarios de izquierda, yo les diría con mucho respeto: recuerden que su deber no es con el caudillo, sino con la Utopía. Si quieren seguir defendiendo a su patrón y comportarse como un manso rebaño obediente, está bien, háganlo, están en todo su derecho, pero sean al menos conscientes de que esa mansedumbre los va a llevar a perder las elecciones en el 2026. Por una razón: porque con el 30% de votantes asegurados no van a poder conquistar de nuevo la Presidencia de la República. La clave está en los votantes de centro y en las nuevas generaciones que vienen saturadas ya de palabras belicosas y altisonantes, de arengas y prédicas guerreristas.