Por Carlos Alberto Ospina M.
A diferentes personas les cuesta superar la angustia psicológica y la incertidumbre que diseminó la pandemia. La enfermedad dejó en evidencia la ineficacia de los modelos predictivos, las limitaciones tecnológicas y la fragilidad de los dos sistemas económicos dominantes. Nos hizo ver que podemos tomar distancia y mandar a la mierda los proyectos ideológicos extremistas. Del mismo modo, quedó en evidencia la precaria solidaridad y la mezquindad de algunos.
Amenazada la subsistencia, la estabilidad laboral, la vida pública, la economía, la salud mental y el bienestar social, de buenas a primeras, el ser humano se vio obligado a cambiar los patrones de pensamiento en relación con el miedo a la muerte. Aquí y allí el recogimiento nos acercó a la realidad de lo concreto: agonizar en cualquier momento.
La inteligencia tuvo que reconocer más las destrezas, la imaginación y la capacidad de adaptación que, los planes y los recursos, a futuro. ¿Cómo hacerlo en la medida que casi todo varió de rumbo? La acción y la concertación entre sujetos disímiles mudó el aire de superioridad al ámbito del esfuerzo colectivo. Esta causa común modificó la historia de la humanidad. Somos mejores unidos que procediendo de manera pendenciera y egoísta.
Individuos aislados en el campo laboral encontraron conexión con otros que antes ignoraban. El temor dio razón a los sentimientos en la órbita cibernética y creó el espacio para socializar hallazgos e información en virtud de entrar a operar de forma distinta. De una mano a otra saltan los experimentos dado que se precisan respuestas inmediatas en desiguales campos de batalla.
¡Qué maravilla! Por fin, comenzamos a entender que necesitamos lo básico sin cálculos exactos ni predicciones. Lo incierto engendra la crisis y pone a pensar al hombre en soluciones que antes no avizoraba.
A pesar de las nuevas posibilidades creativas ciertas organizaciones empresariales, grupos privilegiados y unos cuantos países esparcen la avaricia. La carrera desenfrenada por llegar al pódium de primero, segundo y tercero en lograr la patente de la vacuna contra la Covid19, lleva a pasar por alto el grado de certidumbre y los eventuales efectos secundarios. El actual orden mundial va en dirección opuesta al aprovechamiento común.
En Colombia se han beneficiado de la crisis numerosos fabricantes de alcohol antiséptico. A principios de marzo una (1) botella de 350 mL valía aproximadamente $1900. En los dos primeros meses de la emergencia sanitaria alcanzó el costo de usura de $8.000 la unidad. Hoy debemos “agradecer” a esos industriales el precio de $4.180 por los mismos 350 mL. ¡Cínicos y descarados! La Superintendencia de Industria y Comercio debe proceder a investigar, intervenir y sancionar a las empresas que conforman el “Cartel del alcohol” y también, seguir la pista a las grandes superficies que, por debajo de cuerda, suben los artículos básicos de la canasta familiar o especulan con supuestos desabastecimientos a raíz del virus.
¡Qué más enfermedad! Que la trampa, la discriminación, la publicidad embaucadora y las presuntas rebajas. Los llamados supermercados de “descuento duro” o hard discount en inglés han incrementado el valor de los lácteos, las leguminosas, los productos de panadería y de aseo personal en un promedio de entre el 5 % y el 7%; mientras que el Dane cacarea que la inflación en julio de 2020 fue de 0%. Alguien miente de todo en todo.
A nivel particular impulso la compra de los artículos nacionales, siempre y cuando, no pretendan maximizar las utilidades y acumular capital a punta de precios altos, de inmoderado lucro y de estrategias de engaño al consumidor.
Qué carajo es lidiar con la pandemia para ahora tener que sufrir de inseguridad alimentaria, desamparo y mayor ansiedad debido a los ataques traicioneros de abusadores y cicateros. Algo saludable resulta de esta emergencia a partir del consistente rechazo a las actitudes sociales incorrectas y a la falta de juicio ético de muchos. Aunque no sea otra cosa, el género humano comienza a apreciar el principio de la solidaridad y el sentido interior que ofrece la moral para contener aquello que amenace ruina o cause el mal a alguien.