Por Óscar Domínguez G.
Como los celulares, el “bobo sapiens” de la era de Internet está sin inventar del todo, en obra negra. Pruebas recientes: la invasión a Ucrania y la ya bautizada “guerra de los niños” desatada por los palestinos y la respuesta israelí. Al paso que vamos, no habrá ese último que apague la luz.
Con el despiadado ataque de Hamás y la no menos despiadada respuesta de los agredidos, el mundo perdió el año. Todos perdimos el año. No aprendemos que “ganar una guerra es como ganar un terremoto”.
Miro el inicio de los noticieros de televisión con el rabillo del ojo a la espera de que aparezca la utópica noticia de que se acabó la vaina. Por lo pronto, y hasta nueva orden, estamos obligados a seguir estas guerras como si fueran un reality. Procuro ahorrarme las imágenes que llevan ese despelote a nuestra intimidad de peluche.
No sé donde leí que las imágenes de la televisión sobre los desafueros de Estados Unidos en la guerra de Viet Nam, sensibilizaron a “los hermanos pudientes del norte” y ayudaron a ponerle fin al conflicto. Eso es periódico de ayer y las atrocidades de hoy se nos meten por debajo de la puerta la casa convirtiéndonos en protagonistas a la brava.
Tarjeta roja para los líderes mundiales que han sido incapaces de impedir la barbarie, frenarla o acabar con ella. La solución la tiene Perogrullo: que las partes tengan su propio país. Pa todos hay.
Y algo como para berrear: los madamases de lado y lado invocan textos bíblicos para justificar y hacerse perdonar los atropellos de que son capaces. Es el tiempo de la guerra, tronó Netanyahu, citando el Eclesiastés.
Deberían pararle bolas a Hilel el Anciano, más conocido como Hilel el Sabio, rabino y maestro judío, quien resumió así los contenidos de la Torá: «No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; todo lo demás es comentario».
El Levítico (19.18) hace su aporte: “No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de su pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El gaucho Atahualpa diría viendo cómo están las cosas: “Dios por aquí no pasó”. Le pongo papel carbón a esta hipérbole y que Dios, mi copartidario, me perdone. Es su oficio, trinó un filósofo alemán.