Otraparte. Un fuera de serie, Gabriel Duque

Gabriel y Marion Mildenberg

por Óscar Domínguez G.

Es de los que regala el pescado y enseña a pescar; lo llaman para que dé una mano y las tiene ocupadas ambas; su mano derecha  nunca sabe lo que hace la izquierda. Se siente en su salsa con los de abajo y con los de arriba. 

Enemigo íntimo de la pereza, fue piloto de la FAC y luego se dedicó a fundar, gerenciar o engrandecer empresas.  Generó empleo en el campo de las grasas y los aceites, principalmente. Gracias a su frenética actividad, adobada con la buena vida,  acaba de llegar al Everest de sus 90 años.

En él se cumplió  aquello de que el amor llega cuando cuatro ojos que no se buscan, se encuentran. El casamentero azar juntó al paisa Gabriel Duque Correa con Marion Mildenberg, la mujer de todas sus vidas ya fallecida, en el aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín. El varón domado le coronó el teléfono. La primera llamada terminó en cuatro hijos y cinco nietos. (En la foto, la pareja el día de su matrimonio).

Su suegra alemana monitoreaba las visitas del impulsivo novio a través de un huequito que abría en la  vocal “O” del cabezote de El Tiempo.  El 23 de junio de 1956, el diario Intermedio – nombre de El Tiempo  bajo la dictadura de Rojas-, en un despacho de la agencia UP, informó en primera página (foto):

“Un aviador colombiano se salvó de la muerte arrojándose en paracaídas de un avión a chorro que se le averió en pleno vuelo”. El pichón de piloto de 22 años, becario de la fuerza aérea de Luke, Estados Unidos, maniobró su F-84 Thunderjet y lo estrelló  en pleno desierto.  Tuvo la precaución de eyectarse antes. Su cabriola  evitó una tragedia. El gobierno de Estados Unidos le clavó medalla de héroe.

El empresario-sibarita, consumado gourmet-gourmand, heredó de su padre, Eleázar Duque, de Marinilla, Antioquia, mi suegro, una integridad a toda mecha y la gimnasia de trabajar, trabajar y trabajar. Se empeñó en exprimirle el tuétano a sus días (el famoso carpe diem). No vino a aburrirse. Tampoco su mujer.

Tuvo una excelente madre, Clara Correa Restrepo, de la “jai” de Fredonia, Antioquia. Como Nefertiti, reina del Nilo, Da Vinci y Lincoln, tuvo una excelente madrastra, Fabiola Ochoa, de Aguadas. El eterno femenino siempre lo ha arropado. 

Desde su refugio campestre en san Francisco, Cundinamarca, este milésimo hombre, como llamó Kipling a los fuera de serie, puede dar un parte de misión complida. Japiberdi.

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