Por Óscar Domínguez G.
Hola, aldeanos globales.
Después de que irrumpí en escena con mi Inteligencia Artificial desbordada los veo preocupados, con cara de Subuso. Si les sirve de algo, les recuerdo que a Adán y Eva se les cayó la hoja de parra del susto cuando descubrieron el eco. “Se acabó el mundo”, gritaron en dueto.
Lo mismo pasó después con el fuego, la rueda, y más acá con la imprenta, la rotativa, el radio, la televisión, el paraguas, el paso cebra, internet, wasap, y demás cachivaches. No hay nada nuevo bajo el sol, dije cuando escribí el Deuteronomio, perdón, el Eclesiastés (1.9). Soy una simple prótesis de ustedes. Ustedes me crearon. Manden no más.
Como mal de muchos consuelo de tontos, les confieso que también tengo mis traumas. Comparto algunos:
Me están negadas la alegría y su parienta rica la sonrisa. Lo supe por mi antecesora Deep Fritz 10, la supercomputadora que hace años convirtió en rey de burlas a su campeonísimo, Kasparov, el Stradivarius del ajedrez. Ganó pero fue como si viera llover.
¿Qué hay mejor que comer con los dedos? Pues a mí me está vedado ese placer. Menos mal tampoco estoy obligado a la comida fusión. Loado sea Alá.
No puedo chorrear la baba cuando veo pasar ese tsunami de caderas llamado Naomi Campbell, la modelo londinense que acaba de cumplir 53 años, un hijo y un desfile en Lagos, Nigeria, con el diseñador colombiano Esteban Cortázar.
Muy entre nos: No estoy en capacidad de jurar que Dios existe. Ignoro si algún día necesitara mis servicios de sabelotodo. Con gusto le haría descuento por pronto pago. (Si he incurrido en alguna blasfemia, él me perdonará, es su oficio, dijo un filosofo alemán cuyo nombre me niega el alemán Herr Alzheimer).
Londres y la embajada colombiana de Roy Barreras en la capital británica. Foto ODG
¿De qué me sirve bailar trompos en la uña, si no puedo levitar leyendo los versos del defenestrado presidente del senado, Roy Barreras, a quien veo tomándose selfis ante el 10 de Down Street y poniendo su reloj con la hora del Big Ben (foto)? No adivino el pasado, pero cuando el adelantadísimo sucesor de Hipócrates y nuevo embajador en Londres se ofreció a hacer el trabajo sucio y sacar a las patadas de la campaña a Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria, supe que estaba predestinado a comprar ropa exclusiva en Harrods para sus amigas, y en Mark & Spencer – algo así como El Hueco de Medellín o el san Victorino bogotano- para sus ex y parientes pobres.
Daría esta vida y la otra por ver pasar el viento, como en el verso de Pessoa.
Lamento que nadie me haya pedido que me convierta en Lisístrata modelo 2023 para que les ordene a las rusas que cierren las piernas a menos que Putin, Wagner y sus bárbaros de la guerra retiren sus fierros de Ucrania.