Por Óscar Domínguez Giraldo
Cuando el periodista Gonzalo Castellanos oyó en la radio que a su amigo de tinto y de trago, Gabriel García Márquez, le habían adjudicado el Nobel de Literatura pidió pasajes y viáticos en Todelar y arrancó para Ciudad de México.
Dos meses después, en diciembre, hace 42 años por estos días, lo acompañó a la entrega del premio en Estocolmo. De paso conoció el hielo en su advocación de nieve. En la capital sueca ví trabajar a Castellanos como si el mundo se fuera a acabar dentro de media hora. ”Nos le entregamos desnudos al periodismo”, sintetizó. Era su forma de indicar cómo había ejercido el oficio que le dio para los garbanzos.
Gabriel García Márquez gozó no solo el Nobel sino las peripecias de sus ex compañeros del oficio como Gonzalo Castellanos. Foto archivo de Gustavo Arango
Gabo y Castellanos se habían hecho amigos en los años sesenta en El Espectador donde el primero trabajaba como reportero. Castellanos oficiaba como linotipista. Coincidían en un café de la calle catorce con carrera tercera. El veteranísimo santandereano que vive en compañía “de pocos pero doctos libros juntos”, refrescó recuerdos a sus lúcidos 98 años cumplidos en noviembre. En su magnífico atardecer escucha música clásica. Hijos y nietos le cuelan el aire.
Gonzalo Castellanos
Cuando llegó a la casa del flamante Nobel la encontró llena de periodistas. Juan Gossaín trataba de poner orden. Había que hacer cola para entrevistar al laureado. Castellanos se saltó la fila.
El “Loco” tenía listas las preguntas pero no le funcionaba la grabadora. Entonces la agarró a los hpmadrazos en presencia del personaje: “Aló, aló, aló. Aquí en México probando una hijueputa grabadora. Alo, hijueputa, ¿va a servir o no? Hola, hola, en la casa de García Márquez… “. El cachivache funcionó.
Antes de la entrevista, el mentiroso de Aracataca le notificó: “Gonzalo, no vaya a joder haciéndome preguntas intelectuales”.
La primera pregunta fue si suponía, ambicionaba o trabajó su premio. La respuesta fue: “Ni suponía, ni ambicionaba, ni trabajé mi premio. Hace cuatro años era candidato y entonces este año pensé que se trataba de la misma candidatura y estaba listo para ser candidato eterno. La mayor felicidad que me ha producido el premio es saber que el año próximo no seré candidato”.
A otra inquietud respondió: “Sería capaz de rechazar el premio como Sartre, pero no lo rechazo”. ¿Reza usted? A lo que el ateo gracias a Dios confesó. “En los aviones, siempre”. Castellanos había justificado pasajes y viáticos.