Otraparte. El vals del segundo

Mandala con hojas de Sofía e Ilona.

Por Óscar Domínguez Giraldo

Si Eróstrato hubiera nacido en la era digital no habría quemado el templo de Artemisa en Éfeso. Le habría bastado  con ir a cualquier estadio. Las cámaras que pululan en esos sitios lo habrían sacado del anonimato que tanto detestaba. Claro que si el pastor griego no se hubiera graduado de pirómano el mundo andaría huérfano del inútil complejo que lleva su nombre.

Sin graduarse de incendiario, el artista Andy Warhol se volvió famoso reproduciendo ad infinitum la lata de sopa Campbell o el rostro de Marilyn Monroe.  Warhol no nos dejó ningún complejo pero le dio a la humanidad la falsa certeza de que tenemos derecho a quince minutos de fama. 

La era digital convirtió en olvido a los dos personajes. Lo constatamos todos los días en las grandes transmisiones como las del Open de tenis Nueva York o el Mundial sub20 de fútbol. Más que a disfrutar del espectáculo, muchos bípedos implumes van a ver si salen en las pantallas. Que los vean o no en la cuadra o en la casa. He ahí la cuestión. Cuando se sienten pillados in fraganti  – y no más latinajos- dan por librada la inversión. Los vieron. Fueron Eróstrato y Warhol al mismo tiempo. Sin la plata del neoyorquino. Lástima.

Pero ya no se necesitan quince minutos para ser famosos. El pantallazo de televisión dura lo que dura el vals del segundo de Les Luthiers. Los responsables de las transmisiones son los encargados de volvernos famosos de peluche. Se inspiran en el versículo del Eclesiastés: Vanidad de vanidades. 

Manejan cierta crueldad: cuando se pillan que el agraciado se dio cuenta de que está al aire, apenas le dan tiempo de saludar a sus parientes y amigos en alguna parte de la aldea global. Se largan con sus cámaras a otra parte. Su oficio es sacar gente del anonimato. Le hacen a la humanidad la obra de misericordia de impedir que haya nuevos eróstratos. Se les agradece. (También descubren en la tribuna a maridos infieles que andaban dizque en junta).

No volví a espectáculos masivos, pero si el azar me lleva a alguno prohíbo terminantemente que estas carnitas y estos huesitos sean exhibidos así no más. El ocaso es mío y nada más, señores. Si muestran mis arrugas, los demando. Más que famoso como Eróstrato quiero ser platudo como Warhol.

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