Oriente Próximo alcanza su momento más peligroso desde el inicio, hace 10 meses, de la guerra en Gaza. Dos de los denominados asesinatos selectivos ―uno, en Beirut, reconocido abiertamente por Israel; y otro, en Teherán, sobre el que guarda silencio, pero que lleva todas sus huellas― han convertido en cuestión de horas el agravamiento de la escalada en la región ―incluido el estallido de una guerra abierta― de posibilidad temida por la comunidad internacional a opción a la vuelta de la esquina. El primero, el martes, el de Fuad Shukr, considerado el número dos de Hezbolá, que lo ha confirmado a última hora de este miércoles, al recuperar su cadáver de entre los escombros. Era la represalia por el ataque más letal de la milicia libanesa en la guerra de baja intensidad que libra con Israel, en un aparente error que no reconoce y en el que se llevó las vidas de 12 menores.
Un día más tarde, se consumó el asesinato del líder político de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán, cuyos funerales está presidiendo este jueves en Teherán el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei. Israel no se ha atribuido ese asesinato, aunque su ministro de Defensa, Yoav Gallant, ya advirtió en noviembre de que “los días de todos los líderes de Hamás están contados”. El líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, promete un “duro castigo” y Hezbolá advierte de que la “determinación y tenacidad” de sus combatientes aumentará. Este mismo miércoles, Israel ha cerrado su espacio aéreo en el norte, las aerolíneas estadounidenses y británicas Delta, United Airlines y British Airways han cancelado los vuelos al país y Washington ha exhortado a sus ciudadanos a no viajar a Líbano.
Los corresponsales militares israelíes apuntan ya dos previsibles consecuencias: Hamás intentará llevar a cabo atentados en Cisjordania (puntuales en estos 10 meses, tanto por la eficacia de la represión militar, como por decisión estratégica) y Hezbolá aumentará el radio de alcance de sus proyectiles. Hasta ahora se han centrado en el norte de Israel y en los Altos del Golán, territorio sirio ocupado desde la Guerra de los Seis Días de 1967. La expectativa es una “venganza por fases” que quizás incluya ataques desde Yemen, el país que Israel bombardeó por vez primera este mes, en “una de las operaciones más lejanas de la Fuerza Aérea israelí” en su historia, como se jactó el primer ministro, Benjamín Netanyahu, en un discurso a la nación a última hora del miércoles. Un dron explosivo lanzado por la milicia hutí había matado antes a una persona en Tel Aviv. Fue el cruce simbólico de dos nuevas líneas rojas que hace un año habrían sido consideradas política ficción.
“Nos esperan días complicados”, ha admitido Netanyahu en su comparecencia, en la que ha sacado pecho por el asesinato de Shukr y su gestión de la crisis. “Desde hace meses, no hay semana en que no nos digan, aquí y en el extranjero: ‘Acaba la guerra’ […] No me plegué entonces a esas voces, ni lo haré ahora. Todos los logros que hemos obtenido es porque no nos rendimos. No ha sido fácil. He tenido que rechazar muchas presiones”, señaló.
EE UU, ausente
Todo ello con la potencia mundial con más capacidad de influencia, Estados Unidos, ausente e inmersa en su propio frenesí electoral. Por un lado, con un presidente (Joe Biden) defenestrado por su propio partido y preso de su inercia proisraelí. Por otro, con el favorito en los comicios de noviembre, Donald Trump, partidario de dejar a Netanyahu “acabar el trabajo” y que tachó a Biden en el calamitoso debate de comportarse como un “palestino débil”.
Varios motivos convierten esta semana en particularmente delicada. Uno es la jerarquía. Haniya es el dirigente de mayor peso asesinado por Israel desde que comenzó la guerra en Gaza y, en general, en dos décadas. Lo mismo con Hezbolá: Israel nunca había apuntado tan alto desde el asesinato de Imad Mughniye por el Mosad, su agencia de inteligencia exterior, y la CIA en Damasco en 2008.
Otro, que llueve sobre mojado. Irán e Israel ya optaron por acabar en tablas su inédito enfrentamiento del pasado abril. Fue cuando Teherán lanzó el primer ataque de su historia desde su territorio contra el Estado judío, pero con todas las precauciones para que tuviese más de mensaje que de amenaza real. Era cuando Biden aún hacía oír su voz para impedir una guerra en Oriente Próximo en pleno año electoral. Y, sobre todo, antes de una nueva humillación para Irán.
Los asesinatos de Haniya y Shukr muestran la capacidad de Israel de superar consecutivamente las defensas (muy poco ha trascendido del ataque, apenas que fue con un misil guiado) en plenos feudos de sus enemigos chiíes. Uno es Dahiya, el barrio de las afueras de Beirut decorado con banderas amarillas de Hezbolá, celebraciones del ataque del 7 de octubre y fotos de Mughniye y Hasan Nasralá, el líder del partido-milicia libanés. El otro, Teherán, con la afrenta añadida de liquidar a un invitado a la ceremonia del nuevo presidente, Masud Pezeshkian.
“Ambas operaciones demuestran lo excelente que fue la precisa información de inteligencia y la capacidad de la inteligencia israelí de penetrar en Hezbolá y las capas de seguridad en Teherán. Pero, ¿suponen un punto de inflexión? Lo dudo. Solo aumentan el peligro de una guerra regional. Israel no tiene estrategia ni plan de salida y está motivado por medidas tácticas”, lamentaba este miércoles Yossi Melman, analista del diario Haaretz especializado en asuntos de inteligencia y autor del ensayo Espías contra el Armagedón: Dentro de las guerras secretas de Israel. Melman insiste en que los asesinatos selectivos (contrarios al derecho internacional) solo tienen sentido como medio, pero Israel los ha convertido en un fin en sí mismo sin beneficios estratégicos.
Trita Parsi, el analista estadounidense-iraní que fundó el Consejo Nacional Iraní-Americano y autor de un ensayo sobre la diplomacia de Barack Obama hacia Teherán, ha desgranado en la red social X las ventajas que obtiene Netanyahu de la desaparición de Haniya. El líder político islamista venía participando directamente en las negociaciones de alto el fuego, aprovechando que residía entre Qatar y Turquía y podía viajar. El asesinato, opina el analista, da ahora a Netanyahu “semanas, si no meses” sin avances en el diálogo, que ya estaba bastante estancado. El primer ministro sabe que el fin de la guerra le obligaría a enfrentarse de nuevo a las urnas, pero esta vez con los sondeos en contra y tres imputaciones en los tribunales. Y que la nueva candidata demócrata, Kamala Harris, ha dado a entender que será con él menos complaciente que Biden.
Parsi cree además que el asesinato finiquita la posibilidad de acercamiento entre Washington y Teherán, por la que hizo campaña el reformista Pezeshkian, al arrastrar a la Casa Blanca a una guerra regional a gran escala que no quiere ni necesita. Y arrincona a Harris, generando un contexto en el que la alianza contra un enemigo estratégico común engulliría las diferencias con Netanyahu en torno a Gaza.
Son los lodos que dejan 10 meses de polvos en los que Netanyahu parece embarcado en una suerte de huida hacia delante hacia la “victoria total” en Gaza que prometió y que ni siquiera los suyos parecen saber muy bien en qué consiste. Nasralá (cuyo asesinato han pedido en los últimos días varios ministros israelíes) viene insistiendo en que cesará sus ataques contra el Estado judío en cuanto este haga lo propio en Gaza. Pero el alto el fuego en el que median desde hace meses EE UU, Egipto y Qatar siempre acaba tropezando con la misma piedra: el rechazo de Netanyahu a aceptar la principal exigencia de Hamás a cambio de la entrega de todos los rehenes: el fin de la guerra.
Error de cálculo
El paso del tiempo venía aumentando, por pura estadística, las posibilidades de un error de cálculo o disparo fallido que rompiese el delicado equilibrio sobre el que se vienen sosteniendo los enfrentamientos diarios entre Israel y Hezbolá. Es lo que sucedió el pasado sábado. Un proyectil, del que Hezbolá no se responsabiliza, pero que todo apunta a que lanzó hacia una base militar cercana y erró el tiro, mató a 12 niños y adolescentes drusos cuando jugaban al fútbol en la localidad de Majdal Shams, en los Altos del Golán. “Hezbolá ha cruzado todas las líneas rojas”, dijo entonces el ministro de Exteriores, Israel Katz. La respuesta fue el asesinato de Shukr.
El otro asesinato, el de Haniya, abre, no obstante, una posibilidad más esperanzadora. Netanyahu necesita un relato ganador, una vía de salida con la que afrontar las elecciones anticipadas que le exige una mayoría de la ciudadanía y cuya convocatoria es solo cuestión de tiempo. Una “foto de la victoria”, como se conoce en el argot político en hebreo.
Israel no ha logrado la cabeza más codiciada (la del líder de Hamás en Gaza, Yahia Sinwar), pero sí ha matado probablemente (no está confirmado) a los números dos y tres del movimiento islamista en la Franja y desde este miércoles, a sus dos principales líderes políticos en el exilio: Haniya y Saleh al Aruri, en enero en Beirut. Un balance que, sumado a otra sangrienta “foto de la victoria” (los cerca de 40.000 muertos en una Gaza convertida en escombros), puede permitirle presentar a Hamás como descabezado y, con otras palabras, el ataque del 7 de octubre como justamente vengado.