Por Carlos Alberto Ospina M.
De ningún modo, se puede facilitar el accionar del paramilitarismo ni favorecer la actividad guerrillera; menos aún, quedarse de brazos cruzados mirando los actos terroristas en contra de la población civil o la delantera tomada por la delincuencia común. El discurso viciado de Petro que solo reconoce un lado de la historia de violencia que ha sufrido el país poco contribuye a la verdad, a la reparación de las víctimas y a la no repetición.
Ese es el cuento, las divagaciones presidenciales pretenden encubrir el incumplimiento del cese al fuego por parte de los Elenos, la sucesión de crímenes perpetrados por las disidencias de las Farc, el control territorial que ejerce el Clan del Golfo en diferentes regiones y las constantes violaciones del Derecho Internacional Humanitario; entre otras hostilidades.
Hasta el tope están los campesinos obligados a vender sus cosechas a ciertas mafias que fijan los precios de compra y de distribución en las zonas rurales y urbanas. Por desgracia viven entre la espada de dos filos de la hoja de coca y la soga del sometimiento a las ‘reglas impuestas’ por los grupos armados ilegales. En el fondo, el problema no es la cantidad de tierra cultivable, sino las mínimas garantías de seguridad que brinda el Estado.
Gustavo Francisco Petro Urrego parece encarnar el brazo político de las sanguinarias organizaciones dedicadas al narcotráfico, la extorsión, el desplazamiento forzado, el tráfico de armas, la destrucción del medio ambiente, las masacres y los delitos de lesa humanidad. Él no representa apropiadamente la primera magistratura a medida que permanece sin hacer nada para evitar el daño a los civiles; mientras opta por proteger a los bandidos de distinta calaña, levanta fuego sobre la invasión de predios, fomenta la avanzada de la delincuencia a base de ‘estímulos económicos’, promueve la fuga de capitales y marchita lo que bien funciona.
Es errático por convicción, impuntual por excelencia y atiende solo a sus propias obsesiones e intereses. Se acostumbró a montar discursos efectistas carentes de argumentos verificables, base científica y debida trazabilidad. De tal manera, aprovecha el escenario propicio de la identidad ideológica para traer de los cabezones a lánguidos anarquistas, a la par que otros entran en el sueño profundo que causa la arenga cacofónica de Petro Urrego. A lo más, centenares desaparecen a hurtadillas.
Lleva tres décadas fastidiando, poniendo el palo en la rueda a cualquier loable iniciativa, vendiendo la inexistente nobleza subversiva, posicionando la narrativa de un Estado incapaz y ahondando la crisis social en plena pandemia, lo que muestra de qué está hecho el otrora guerrillero. Cada quien se explica conforme a su origen.
Petro, no llegó al poder para aportar algo a la cordura. Un individuo zángano que no le ha dado un golpe a la tierra ni sabe a ciencia cierta del esfuerzo cotidiano de trabajar sin usar armas. Por eso, alce la mano aquel que perciba que somos en un mejor país a partir de la ausencia de un liderazgo proactivo, un clima pacífico y un proyecto ordenado merecedor de confianza. Acaso, ¿estamos en presencia de un gobierno apartado de las triquiñuelas, la politiquería y la corrupción?, ¿quién grita que todo cambió para bien? Difícil salir a salvo, luchando enfrente de un sujeto mezquino.
Ahí duele, puesto que todos los días devela oscuras intenciones y engañosos propósitos. La excusa y el cuento de nunca acabar de “que no lo han dejado gobernar” se cae por su peso. ¿Puede pedir consideración, cuando no la tuvo ni la tiene con los demás? Entonces que transite por el camino de odios e improperios que cultivó. El antídoto se compone de conciencia tranquila, reflexión y principio de legalidad. Al respecto, no se admiten medias tintas ni falsas posturas correctas dado que la consideración se gana en buena lid. ¡Al pan, pan, y al vino, vino!
Enfoque crítico – pie de página. El fantoche alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, cada día deja ver el plumero. Carente de argumento de autoridad, seguridad jurídica y altura moral, a punta de pantomima, intenta tapar su desvencijada y corrupta administración. Anda con cola de paja insultando a todo el mundo y faltando el respeto a los periodistas libres e independientes. El primitivo y patán Daniel Quintero está a años luz del profesionalismo e intelecto de Ana Cristina Restrepo.
A simple vista se trata de la embestida de un mediocre atado de las manos que se hunde en su propio estiércol. Muy ‘machito´ al lado de sus guardaespaldas; sin embargo, en solitario debe correr como gallina clueca, pero sin huevos.