Noticia del silencio

Silencio. Diario

Por Óscar Domínguez Giraldo

El silencio dormía plácidamente la siesta eterna hasta que estalló su antípoda, el Big Bang. El silencio quedó de otorrino, pero como estos profesionales no se habían inventado, le tocó aguantar a palo seco el dolor de oído.

Hubo que esperar hasta el 24 de marzo de la década del noventa para que en Bali, Indonesia, empezaran a celebrar el Día del Silencio.  Este día  nadie mueve una hoja. Todo mundo se queda en casita. Los turistas saben que van a callar.

Del silencio dijo el mismo Marcel Marceau: “… es algo que existe en el interior de uno mismo. Para mí el silencio es una música interior. Es necesario para encontrarse a sí mismo y para encontrar la paz”. Su ídolo era otro mimo: Chaplin. Cuando se encontraron por vientiúnica vez en el aeropuerto de París, Marceu besó las manos de Carlitos en señal de agradecimiento por su arte. Chaplin lloró con el gesto. En esa irrepetible velada ambos imitaron a Charlot. Entre los dos moldeaban el silencio como si fuera de barro.

Gandhi guardaba silencio los lunes. “… esas veinticuatro horas se han convertido en una  vital necesidad espiritual. Un decreto periódico de silencio no es una tortura, es una bendición», decía desde su taparrabos. Se lo dijo al gurú Paramahansa Yogananda cuando este lo visitó en su asram. Para arreglar el mundo entre los dos,el yogui  tuvo que esperar que Gandhi terminara su dieta de silencio que lo mantenía en espléndidos 40 kilos.

Los yoguis de la India, delgados como silbido de cobra, suelen guardar silencios gandhianos ante el desconcierto de los occidentales tan dados al bla-bla-bla, el otro nombre de la carreta.

Conozco tres fábricas de silencio: el convento de los agustinos recoletos, en Ráquira, Boyacá, y los monasterios de los benedictinos en Guatapé, Antioquia, y en El Rosal, Cundinamarca. Allí invitan a regalarse y a regalar silencio. Preparan una deliciosa dieta a base de viento y teológico silencio. “Hay tiempo de callar y de hablar”, se lee en el Eclesiastés. Mis primeros teterados de silencio los bebí en el colegio de los agustinos en La Linda, Manizales.

La vez que estuve en el monasterio de los benedictinos en Guatapé dejé estos agradecimientos en la mesita de noche de la austera habitación:

En la abadía, el transeúnte es millonario en soledades. Nuestros agradecimientos a los pupilos del abad Benito. Nos regalaron silencio, y silencio redistribuiremos, según el mandato que ustedes nos dan. Pedimos pista para una segunda oportunidad dentro de un año. (odg)

En los eclipses como el  que acaba de pasar, y en los ojos de los ciegos, hay silencio de luz. El ajedrez es la religión del silencio. En un silencio que les sabe a ternura, como en el poema de José Pedroni, los bebés crecen en el buche de mamá. Es el único hotel de todas las estrellas  gratuito.


Qué descansada vida la del que huye del mundanal rüido”, escribió fray Luis de Granada, no sé si antes o después del famoso “Decíamos ayer”. Miguel Antonio Caro amaba la patria en su “silencio mudo”.

El sacrificado procurador Carlos Mauro Hoyos dijo una vez en plenaria del senado que en Colombia la solidaridad dura menos que un minuto de silencio.  Esa desgarradora frase me recordó esta cita de Atahualpa Yupanqui: “Dios por aquí no pasó”.

Un lord inglés guardó una dieta de silencio durante 43 años hasta que  encontró algo qué decir en la Cámara de los Lores y habló. Para encerrarse en su silencio mudo se inspiró en este proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas”.

El barón de Trevor, de 64 abriles, habló en protesta por la  creación de un comité para supervisar a la policía que consideró malo  y drástico para ‘la moral del orden’, según despacho de la agencia  Reuter.

Pocón practicamos aquello de que es mejor callar que locamente  hablar.

En este sentido, vivimos más emparentados con las loras que con los lores.    

El profesor Gonzalo Soto Posada, autor de un sesudo y delicioso libro, «Filosofía de los Refranes Populares», editado por la Universidad  Pontificia Bolivariana, al hacer una interpretación filosófico-personal del silencio, concluye que «el silencio es lenguaje y el lenguaje es silencio».

Decir que fulano de tal murió se convirtió en lugar común. Mejor copiarse del filósofo Fernando González y decir que “lo recogió el silencio”.

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: williamgiraldo@revistacorrientes.com

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