Es columnista de Opinión
Si estás llevando la cuenta, seguramente te habrás dado cuenta de que los dos funcionarios de defensa más importantes del gabinete de guerra de Benjamín Netanyahu —el ministro de Defensa, Yoav Gallant, y el antiguo jefe del Estado Mayor Militar Benny Gantz— advirtieron la semana pasada que Netanyahu está llevando a Israel a un abismo desastroso al negarse a presentar algún plan para que los palestinos no pertenecientes a Hamás gobiernen Gaza y, en cambio, parece estar contemplando una ocupación militar israelí de Gaza a largo plazo. Gantz dijo que abandonaría el gobierno si no había un plan para el 8 de junio.
Lo que está en juego para Estados Unidos es lo que dicen estos ministros: Netanyahu se ha convertido en un actor radical, ha socavado intereses clave de Estados Unidos y de sus aliados árabes y se ha tornado en el regalo que le da réditos a Irán.
Mira las decisiones que ha tomado Netanyahu y dime con cara seria que no ha dejado que Israel sea completamente superado por Irán. Utilizando a sus aliados Hamás y Hizbulá, Irán ha encogido a Israel desde el 7 de octubre —forzando a decenas de miles de israelíes a abandonar las fronteras occidental y septentrional de Israel y aislando al país en la escena mundial a causa de Gaza— mientras que Irán se ha convertido en un Estado umbral nuclear y en la mayor fuerza imperialista de la región (dado que controla de hecho cuatro Estados árabes) y está menos aislado de lo que ha estado en años. Todo esto ha ocurrido bajo la vigilancia de Bibi, como le apodan a Netanyahu.
Pero ahora el primer ministro israelí está ocupado haciendo algo aún más peligroso para el futuro de Israel y para Estados Unidos. Está machacando sin descanso la opinión pública israelí con que no hay diferencia entre Hamás, el grupo inspirado por los Hermanos Musulmanes, abocado a borrar del mapa el Estado judío y sustituirlo por uno islámico, y la Autoridad Palestina laica, dirigida por Fatah en Cisjordania, que se adhirió a los Acuerdos de Oslo a mediados de la década de 1990 pidiendo una solución de dos Estados y colaboró con Israel durante tres décadas para limitar la violencia en Cisjordania.
La Autoridad Palestina tiene un millón de defectos, algunos creados o exacerbados por los violentos colonos israelíes. Pero hay una razón por la que Netanyahu entraba en pánico cada vez que su líder, Mahmud Abás, decía, en efecto: “Está bien, Bibi, ¿quieres controlar Cisjordania tú solo? Aquí tienes las llaves”. Es porque Netanyahu sabe muy bien cuánto coopera la Autoridad Palestina con el ejército israelí y el servicio de seguridad Shin Bet para mantener bajo control Cisjordania, y cuánto le costaría a Israel en dinero, soldados y legitimidad si Israel tuviera que gestionar en solitario la seguridad, la salud, finanzas y la educación palestinas en Cisjordania.
Y, sin embargo, como los socios de extrema derecha de Netanyahu en la coalición quieren anexionar Gaza —y sus votos pueden mantenerlo en el cargo y fuera de la cárcel si es condenado en sus juicios por corrupción—, Bibi está repitiendo que Hamás y Fatah son lo mismo.
(Esta es la dinámica más importante que se está produciendo ahora, y la decisión del Tribunal Penal Internacional de solicitar órdenes de detención contra Netanyahu y Hamás y los dirigentes de Hamás acusados de crímenes de guerra solo refuerza a Bibi en casa y desvía la atención de esto).
Peor aún, demasiados israelíes se están creyendo el argumento disparatado de Netanyahu, y muy pocos líderes de la oposición —incluidos Gantz y Gadi Eisenkot— se están levantando y rechazándolo con claridad. Se trata de un desastre inminente: Bibi está privando a los israelíes de cualquier alternativa palestina legítima al gobierno de Hamás. Eso es lo que implica afirmar que Hamás y Fatah son lo mismo.
Y Netanyahu está haciendo todo esto bajo la dirección de los ministros supremacistas judíos de su gabinete a los que ha dado poderes sin precedentes: el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir.
“¡Tenemos que volver a Gaza ya! Volvemos a casa, a Tierra Santa”, dijo Ben-Gvir durante una marcha del Día de la Independencia israelí la semana pasada, sin que Netanyahu lo reprendiera. “Debemos fomentar la emigración. Fomentar la emigración voluntaria de los residentes de Gaza”.
No es una voz solitaria. Al parecer, el nuevo secretario militar de Netanyahu ha elaborado su propio plan —sin la aportación del ministro de Defensa ni del jefe del Estado Mayor del ejército— para que Israel gobierne Gaza de forma permanente con una administración militar.
Gallant —exjefe del equivalente israelí de los SEAL de la Marina y la única persona con valor político y seriedad en la cúpula del partido Likud de Netanyahu— se alarmó tanto que la semana pasada, sin permiso del primer ministro, pronunció un discurso en el que decía que desde octubre lleva pidiendo a Netanyahu un plan sobre quién gobernará Gaza una vez que Hamás sea desmantelado, pero que “no ha recibido respuesta”.
Sin un plan, añadió Gallant, “solo quedan dos opciones negativas: el gobierno de Hamás en Gaza o el gobierno militar israelí en Gaza… El ‘día después de Hamás’ solo se logrará con entidades palestinas que tomen el control de Gaza, acompañadas por actores internacionales, estableciendo una alternativa de gobierno al dominio de Hamás”.
Aunque Gallant no mencionó la participación de la Autoridad Palestina, no la descartó. Pero Netanyahu ha dejado clara su postura: “Gaza no será ni Hamastán ni Fatahstán”, como dijo este invierno. Fatah es el partido del presidente Abbas.
La repetición constante de Netanyahu de que la Autoridad Palestina es lo mismo que Hamás está llevando a algunos a preguntarse si estamos malinterpretando a Netanyahu, dijo Victor Friedman (sin parentesco), psicólogo organizacional israelí.
“La aquiescencia de Netanyahu con la extrema derecha, Smotrich y Ben-Gvir, se ha visto generalmente como motivada por su necesidad de mantener su coalición unida y a sí mismo fuera de la cárcel”, me dijo Friedman. “Ahora parece que ha vendido voluntariamente su alma a la extrema derecha. Una explicación es que la extrema derecha religiosa proyecta en él una imagen mesiánica que corresponde con su propia sensación de haber sido llamado a salvar a Israel y al pueblo judío. Tiene un plan para el día después y está muy claro para quien lo escuche: ‘Victoria total’ y, finalmente, el regreso de los asentamientos judíos allí. Israel va camino de reocupar Gaza”.
Si eso sucede, Israel se convertirá en un paria internacional y las instituciones judías de todo el mundo se verán divididas entre los judíos que sentirán la necesidad de defender a Israel —con razón o sin ella— y quienes, con sus hijos, lo considerarán indefendible.
Por desgracia, Netanyahu no ha llevado solo a Israel a su actual callejón sin salida. Durante años, su proyecto de asentamientos y sus políticas sobre Irán han tenido la protección del Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC, por su sigla en inglés), que es el grupo de presión proisraelí de Estados Unidos; de la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses; del Comité Judío Estadounidense, y de partidarios viscerales tanto en el Partido Republicano como en el Partido Demócrata.
Y desafortunadamente, no creo que el presidente Biden comprenda del todo a su “viejo amigo” Bibi, cuyo gobierno ha sido el primero en declarar formalmente que su objetivo es la anexión de Cisjordania y que ha intentado despojar a la Corte Suprema de su poder para impedirlo.
Mi regla: nunca escuches lo que Bibi te dice en privado en inglés. Solo escucha lo que dice en público en hebreo. Durante meses, el equipo de Biden le ha suplicado a Netanyahu que articule una visión post-Gaza que implicara el control palestino y árabe sobre Gaza y una vía a largo plazo hacia la desmilitarización del Estado palestino —para que Estados Unidos no esté facilitando una ocupación israelí de Gaza, junto con Cisjordania— y que allanara el camino para un pacto de seguridad entre Estados Unidos y los saudís que también pudiera producir la normalización de las relaciones entre Israel y los saudíes.
Netanyahu ha dicho no a todo ello. Sin embargo, mostró su gratitud a Biden haciendo que su mayoría parlamentaria concediera a Elise Stefanik, una congresista republicana sin ningún prestigio en política exterior —y una persona que busca convertirse en la vicepresidenta de Donald Trump— el extraordinario honor de dar un discurso el domingo en el parlamento israelí, donde criticó al presidente de Estados Unidos y elogió a Trump.
¿Y quién es este gran genio militar al que todos están complaciendo? Veamos: en 2015, el equipo de Obama cerró un acuerdo nuclear con Irán que imponía inspecciones y restricciones a Irán, reduciendo sus existencias de uranio enriquecido a una pequeña cantidad enriquecida hasta el 3,67 por ciento de pureza, lejos del 90 por ciento de pureza aproximadamente necesario para una bomba. De este modo, aunque Irán intentara salirse del acuerdo, necesitaría al menos un año para producir suficiente material fisible para una bomba, tiempo de sobra para detenerlo. Netanyahu se opuso amargamente al acuerdo, a pesar de que varios altos cargos militares y de inteligencia israelíes estaban a favor, algo que Bibi ocultó a la opinión pública israelí y estadounidense.
Después de que Trump llegara al poder, Netanyahu lo presionó mucho para que rompiera el acuerdo, lo que Trump hizo imprudentemente en mayo de 2018. Al parecer, Netanyahu contaba con que si Irán se salía del acuerdo y empezaba a enriquecerse para fabricar una bomba, Trump volaría las instalaciones nucleares iraníes. Irán se salió, pero ni Trump ni Biden estaban preparados para lanzar un ataque contra Irán.
¿Cuál fue el resultado? Como informó Reuters el mes pasado, “Irán está enriqueciendo uranio hasta un 60 por ciento de pureza y tiene suficiente material enriquecido a ese nivel, si se enriquece aún más, para dos armas nucleares, según la definición teórica del Organismo Internacional de Energía Atómica. Esto significa que el llamado tiempo de ruptura de Irán —el tiempo que necesitaría para producir suficiente uranio de grado armamentístico para una bomba nuclear— es cercano a cero, probablemente cuestión de semanas o días”.
Este es uno de los mayores fiascos de seguridad nacional EE. UU.-Israel de todos los tiempos.
Y en la última década fue Netanyahu —el “señor Seguridad”— quien facilitó la transferencia de más de 1000 millones de dólares de Catar a Hamás, para que se fortaleciera en Gaza, y utilizó su voz para deslegitimar a la Autoridad Palestina. Así pudo decir al mundo que Israel no tiene socio palestino y que, por tanto, debe ocupar Cisjordania para siempre.
Y ahora está vendiendo a los israelíes la fantasía de que hay algunos palestinos perfectos que darán un paso al frente para dirigir Gaza en nombre de Israel y desafiar a las dos únicas entidades de gobierno palestinas con alguna legitimidad: Hamás y Fatah. Si crees eso, tengo un puente que me gustaría venderte en Gaza. Esto llevará a Israel, el principal aliado de Estados Unidos en Medio Oriente, a un conflicto embrollado y agotador sin fin.
Hamás no es la Autoridad Palestina. Hamás es una entidad asesina en masa, islamista y militante que ha hecho más daño a los palestinos que cualquier otra organización. Si Israel se comprometiera a trabajar con una Autoridad Palestina reformada para gobernar Gaza, congelar los asentamientos y comprometerse a desarrollar una asociación con ella para un Estado palestino algún día, cambiaría todo. Daría a Israel la legitimidad global para desmantelar de hecho a Hamás, organizar una fuerza palestina/árabe que gobernara Gaza para que ni Israel ni Hamás lo hicieran y abriría el camino a la normalización entre Israel y Arabia Saudita.
Nada de esto sería fácil ni tendría garantías de éxito para el primer ministro israelí mejor intencionado. Pero sin al menos un intento —y otro y otro— la supervivencia a largo plazo de Israel está en peligro. Desafortunadamente, Israel está dirigido hoy por un hombre a quien solo le interesa su supervivencia a corto plazo. Y en eso está teniendo éxito.
Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre asuntos exteriores. Se incorporó al periódico en 1981 y ha ganado tres Pulitzer. Es el autor de siete libros, incluyendo From Beirut to Jerusalem, que ganó el National Book Award @tomfriedman