Nacidos en noviembre: Antonio Pardo García

Premio CPB al "Mérito Periodístico Guillermo Cano" es la categoría superior con la cual se rinde un homenaje anual a la memoria del sacrificado director de El Espectador asesinado por orden de Pablo Escobar. Foto CPB

Por Óscar Domínguez Giraldo

Don Antonio

En el barrio Manrique, de Medellín, el Vaticano del tango, no nace el que quiere sino el que puede. Allí nació (22 de noviembre de 1934) el periodista Antonio Pardo García, a quien el Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB,  premió hace tiempos por su vida y obra periodísticas.

Don Antonio Yesid, toreado en varias epístolas,  madrugó a conocer el abecedario del oficio. Fue telegrafista en sus inicios. Recibía  las noticias en clave de morse. Aprendió a leer, escribir  y amar en puntos y rayas. 

In  illo tempore,  la información llegaba en inglés. El imberbe reportero trabajaba en El Correo, periódico liberal, de la capital paisa. Las noticias debían ser traducidas – e infladas- al español. Inflador de cables se les decía a estos talentos.

Pardo hace parte de la nostalgia del periodismo. Y de la leyenda.

Recibió la alternativa en el Medellín de los años cuarenta. En la agencia norteamericana de noticias AP, una de las mejores escuelas de periodismo de la época, aprendió a redactar bien y rápido, a valorar las noticias, y a hacer croché con sus colegas de La Defensa y El Colombiano.

Eran famosos radioperiódicos como Adelante por titulares de este corte: »Iba para Bello y se quedó en el hospital. Un bus lo arrolló frente al San Vicente de Paul». La bohemia de entonces imponía largas e inevitables tenidas etílicas después del cierre.

En 1953 trabajó en El País, de Cali, como reportero estrella, contratado por don Lalo Lloreda. De Cali pasó a Bogotá tentado por el mariscal Alzate Avendaño quien lo reclutó para el Diario de Colombia. Después ancló en Colombia Press, del gran  Pepe Romero.

El caminante caldense Silvio Villegas lo fichó para La República de Ospina Pérez. Fernando Londoño, en 1957, lo llamó a hacer radio.  En Todelar de la calle 19 con 5ª, en Bogotá, fui su mensajero (=patinador de redacción) con ochocientos pesos mensuales de salario ínfimo. La plata alcanzaba para sí fornicar, beber, pagar arriendo.

Pardo fue la prolongación de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia donde no peleché. Allí empecé a juntar  vocales y consonantes. En el periodismo, el maestro Pardo tiene más historia que una mujer desmemoriada… 

A las certeras noticias que redactaba a mil, solo les faltaba música de la Sonora Matancera. O de alguna milonga con las que creció en  Manrique. Su periodismo era –es- una fiesta.

Nunca la forma de escribir de un periodista se pareció tanto a los vistosos y bien cortados trajes que lucía. Los párrafos de entrada (leads) que iba leyendo en voz alta para corregirse, eran tan festivos que provocaba sacar pareja. Había alegría y creativo estrés en la forma de ejercer su destino periodístico.

Lo ha hecho tan bien que el premio “Ivonne Bolívar” de periodismo merece ganarse un Pardo. No al revés. Los proclamamos sus pupilos de Caracol, Todelar, RCN, el servicio Nacional de Prensa, Centro Informativo El País, la universidad, donde lo flechó su segunda esposa.

Oírlo sigue siendo una rumba. Se acomoda su gorra de pensionado y está dictando cátedra. Se lo pelean en múltiples tertulias. Su apellido hace rato es sinónimo del mejor periodismo.

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