Por Óscar Domínguez G.
Vota con la cédula 4.510.171, de Pereira. En su documento consta que nació el 20 de diciembre del 43. Como nadaista sigue siendo “l’enfant terrible” de la tribu. Como poeta se pregunta qué sería del mundo sin Homero, y de Envigado, su terruño, sin Mario Rivero y sin él.
Escobar Puerta Eduardo, su gracia de pila, quiso ser rico para estar a tono con la pasión paisa por el vil metal. Fracasó en el intento y terminó de poeta. La poesía, confiesa, le ha permitido la libertad de la pobreza. La poesía no da dólares, sino dolores, escribió en un libro que me regaló y que se perdió en el tsunami de algún trasteo.
Fue discípulo nada aventajado de los padres escolapios. Los hermanos maristas hicieron todo lo posible por desasnarlo. Estudió para misionero en Yarumal. Antes lo había hecho en el Colombiano de Educación, de don Nicolás Gaviria. Pagó cana por pisar la hostia cuando “epataba” la parroquia paisa en los inicios del grupo.
De sus estudios teológicos aprendió que “El problema no es si creemos en Dios, sino si Dios, a estas alturas del partido, todavía cree en nosotros”.
Es el más prolífico de la cofradía: diez hermanos, cuatro hijos (recuerdo a Raquel, de misteriosa belleza). Eduardito, como le dice su viejo entorno, fue de muchos amores y desamores, una veintena de libros, una novela de la que no se tienen noticias y otra escrita, no publicada: Ejemplo de Anamorfosis. Pero le cambia un punto o una coma, y la empieza de nuevo.
La novela ha sido tan retocada que hasta hubo tiempo de que ladrones honrados la sustrajeran de su refugio campestre en San Francisco, Cundinamarca, donde aprendió que “la soledad es un espacio que espera ser llenado con amigos”. (Los ladrones se indigestaron con las metáforas y devolvieron la novela).
En su retiro lo visitan amigos que le llevan langostinos y vino. Y su dosis personal de Ensure. Pero ni así engorda, para no hacer quedar mal su primer apellido. Eduardo León se conserva flaco como un endecasílabo. Empieza a parecerse a Don Quijote.
El poeta de Envigado, con un apellido que en el pasado disparaba las alarmas de los aeropuertos, dejaba salir el godo que lo habita en sus columnas del miércoles en El Colombiano. Suelta toda la artillería pesada en sus ensayos quincenales del martes en El Tiempo.
En su momento, el presidente Uribe lo invitó a Palacio a brindar con tinto por las bodas sin oro del grupo, pedirle luces y recitarle el poema “Revolución”, de Gonzalo Arango, que aprendió en la biblioteca de su asesinado padre, amigo del profeta de Andes.
Como no le ordenaron entrar por el sótano de Palacio, encontró mil trabas entre las dueñas de Uribe. Finalmente desistió de verlo. Recordó lo que decía su gurú, Gonzaloarango: “No nacimos para olerle los pedos a nadie”. Y se quedó sin su dosis personal de Uribe.
En la revista Soho y en Universo Centro, de Medellín, suele lucirse como ensayista, biógrafo, cronista, columnista, panfletario. Lo suyo es pura poesía en prosa. Uno de los que llevó del bulto fue el expresidente Andrés Pastrana. El astrólogo Walter Mercado también se ganó un demoledor perfil. Mejor que Escobar lo ignore a uno. Tenga cuidado si Eduardo le dice que “lo quiere mucho”.
Ha hecho de todo. Antes de recalar en la literatura, su modus vivendi, y el periodismo, su modus comiendi, ha sido auxiliar de contabilidad, patinador de banco, almacenista, anticuario (destino heredado de don Germán y doña Elisa, sus padres), fabricante de bolsas, vendedor de muñecas, artesano. Fue dueño del Apartado Aéreo 350034, de Bogotá. Ya no vive nadie en ese apartado. En los apartados.
Cantinero (El café de los poetas), armador de faroles, empresario de rifas clandestinas, ayudante de cocina, mal chef, prologuista, precario barman, pastor de aves de tacaño vuelo, crítico de arte, campanero, tallerista. Pintor de brocha frágil, o acuarelista, en ratos robados a la lectura.
Como antologista de la poesía nadaísta se considera “justo como Robespierre, impiadoso como una cuchilla Gillette”. Por eso para la antología (Arango Editores) solo clasificaron siete (muchos, todavía): Gonzaloarango, Jaime Jaramillo Escobar, Alberto Escobar, Amílcar Osorio, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar (la caridad entra por casa), Eduardo Zalamea.
Desde que le extirparon un meningioma, un achaque que les da con preferencia a monjas, negras y mujeres de vida horizontal, mejoró su prosa. Se puede demorar un semestre para escoger un adjetivo. “Antes de que me extrajeran el meningioma escribía con más misterio… Ahora me parece que lo que hago tiene una claridad, si no meridiana, sospechosa”. El meningioma también sobrevivió a Escobar. Japiberdituyú, (Líneas pasadas por el taller de latonería y pintura)