En un festival de la revista El Malpensantte me fui a ver al carranguero Jorge Velosa, nacido hace setenta y un años, el seis de octubre.
Conclusiones de la charla de Jorge Luis Velosa Ruiz, su “nomenclatura” completa:
El carranguero boyacense (y perdón por el pleonasmo) se ha pasado más tiempo dedicado a la música de carranga que durmiendo y comiendo.
La carranga es un híbrido de rumba criolla, vallenato guitarreado y música campesina, se lee en el portal de la Radio Nacional que en su cumpleaños suele moler su música, empezando por La chucharita y Julia.
Improvisa tan bien que parece leyendo en un telepronter inexistente. Nada de papelitos, nada de nada. Habla “como quien cultiva orquídeas”. No se bajó de la sonrisa todo el rato.
No minimiza a sus interlocutores. Para él, todas las preguntas que le hacen son válidas. Tiene la agudeza de volver interesante la respuesta a una pregunta sospechosamente floja. Cosas del repentismo.
Tiene la memoria de Funes y de todos los elefantes africanos juntos (incluido el que dibujó el autor de El Principito). Cero nexos con el señor Alzhéimer.
Nunca pierde el hilo de Adriana de su pensamiento, por más digresiones que haga para enriquecer su exposición. Sin dificultad regresa al punto de partida. (Adriana pertenece a un croché cerca de su casa. De allí lo del hilo…).
Tiene una dicción perfecta. Utiliza todos los matices de la voz del homo sapiens.
Cada copla que recitaba iba acompañada de la entonación ideal.
Lleva un libreto mental de su exposición pero, como los buenos ajedrecistas, se sale del libreto (o del libro). Pulgarcito dejaba pedazos de pan para volver al principio. Velosa va regando metáforas en el camino y se devuelve a través de ellas.
No acapara todo alrededor de su persona. Habla a nombre de su equipo que no lo acompañaba en esa ocasión: “Esa copla la conocimos en el Cauca, en Antioquia, en los Santander, en Duitama…”.
No es de los que se queda con el santo y con la limosna, con el pan y con el queso. Tiene la generosidad por cárcel, así como hay maridos que tienen su mujer por prisión perpetua. Y al revés, claro.
Lucía tenis como los que se utilizan ahora para algunos matrimonios; que no falten el sombrero de carranguero y camisa roja, color Guerra Serna.
Tiene el palito para incorporar al público a la función. Lo hace participar. Imposible dormirse oyéndolo. De pronto dice: Si en algún momento, alguno de ustedes desea hacer un aporte, soy todo oídos.
Si es necesario, se regaña. Como cuando le sonó el celular. Se sopló un memo con copia a su hoja debida exigiendo que apagaran esos cachivaches.
Si lo considera conveniente, explica una trova, el origen de una palabra. No deja que las viejas voces mueran. Resucitan en su garganta.
Es una especie de notario del lenguaje. Utiliza siempre las palabras correctas. No se da el lujo de equivocarse.
Velosa es una cuña boyacense que camina. Es el vocero del folclor de la tierra de donde empezamos a sacar a somberazos a los chapetones.
Si Dios se vale de las guerras para enseñar geografía, como dijo alguno, Velosa es jefe de relaciones públicas y profesor de geografía boyacacuna. Una especie de Google de ruana.
El espectador aprende y se divierte aprendiendo. Enseña, divierte, asombra, complace.
Es un híbrido de Edipo y Electra: de continuo les está dando crédito a sus taitas. Los cita milimétricamente.
Se le nota que pasó por la Universidad Nacional donde hizo – y olvidó- la carrera de veterinario.
Les dio la bienvenida a quienes han copiado su estilo y el de los suyos. Para todos hay. Cero egoísmos en su hoja debida.
Por algo dos ranas llevan su nombre: una de ellas fue denominada Eleutherodactylus carranguerorum. Japiberdi. (Nota sometida a lavado y planchado)