Por Óscar Domínguez Giraldo
Se dio el triscaidecáfobo lujo de nacer un 13 de diciembre de 1921. Murió bajo la advocación de Yves Montand. Su nombre de pila era Ivo Livi y era hijo de una modesta familia de inmigrantes italianos.
Francia, país que lo hizo suyo, fue una sola lágrima desde cuando un ataque repentino al corazón se lo llevó para “ignota lontananza” como los poetas centenaristas bautizaron eufemísticamente la cara oculta de la vida.
Una vez que se sentía “aceptablemente póstumo” dijo: “Hay días que acepto muy bien la posibilidad de morir, y hay otros en los que me resulta algo insoportable”.
“Para mí ser joven quiere decir no ponerse las babuchas”, comentó en alguna ocasión.
La objetividad le parecía una “palabra espantosa; un adverbio (¿) estalinista con el que se ha matado demasiado gente”.
Consideraba fácil ser cínico “mientras que la ironía es una forma especial del humor que me gusta mucho y que puede incluso ser un poco cruel”.
Flirteó con la izquierda francesa. Para demostrarlo actuó en las películas “Z” y “La confesión”.
Su cosmopolita corazón coqueteó con la derecha femenina mundial: estuvo primero que la manifestación de hermanos Kennedy en el corazón de Marliyn Monroe, el stradivarius del sexo.
Amó a MM antes de que entrara a batear el beisbolista Joe Di Maggio.
Edith Piaf, el gorrión de París, le enseñó a amar y a cantar “Las hojas muertas” que había pulido el dueto Prévert-Cosma. Montand sacó esa canción del olvidato. Algo parecido hizo Sinatra con «A mi manera».
Los que saben de corcheas y semicorcheas sostienen que le respiraba en la nuca al caballero Maurice Chevalier, palabras mayores de la “chanson” como decimos los que hemos estados diez minutos en predios de la tour Eiffel.
Como el corazón llama muchas veces, Yves no podía ser la excepción. Una mañana (serían las 8:17 en punto) tocó a la puerta de sus aurículas y ventrículos (qué palabras más feas) madame Simone Signoret con quien provocó polémicas por sus posiciones izquierdistas en dueto.
“Cuando la conocí era indudable que tenía una cultura más rica que la mía, y en un caso así yo callo y escucho”. Una confesión que cualquier otro macho alfa sería incapaz de hacer.
Calló y escuchó durante muchos años a la Signoret hasta cuando llegó Carole quien le dio su único hijo, Valentín. “… A mi hijo no puedo ofrecerle más de lo que me queda por vivir”, resumió M. Yves en su momento.
Cuando alguien en vida ha dormido tan bien acompañado y a su muerte los del gajo de arriba agitan pañuelos blancos al aire “como escribiendo un adiós” en señal de despedida, conviene quitarse el sombrero.
Francois Mitterand, presidente de los franceses, dijo de Montand que “fue un testigo de su tiempo que puso su talento al servicio de sus convicciones”.
Dibujo de la Tour Eiffel por mi nieta Sofía Mo. Ver menos
Jack Lange, ministro de Cultura franchute, concluyó que su “itinerario es un mensaje de fraternidad”.
La actriz Michelle Morgan, de ojos perturbadoramente dulces, lo calificó de personaje “entrañable y magnífico que tuvo el coraje de cambiar de ideas”.
El actor español Francisco Rabal lo recordó como un “hombre muy libre que podía pensar lo que quisiera”.
La directora del célebre “Olimpia”, de París, Paulette Coquatrix, lo recordó como “un profesional excepcional. Un perfeccionista. Un gran maestro. De rigurosidad extrema”.
Paz sobre la exquisita biografía de Montand. (Obituario sometido a latonería y pintura).
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