Muchachas de mayo del 68

Por Óscar Domínguez Giraldo

Mientras en el París de mayo del 68 se desataba una revolución sin nombre, sin líderes, sin programas pero con flores y maracachafa, muy jipi, en resumen, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia (hoy Facultad de Comunicaciones), hombres y mujeres hacíamos nuestra propia revuelta. 

Ellas estrenaban independencia y empezaban a salir a la calle sin chaperones. Los varones domados buscábamos exprimirle el tuétano a la vida. Todos aspirábamos a un espacio bajo el sol laboral.

Muchas pasaron del uniforme por debajo de la rodilla en el colegio a usar minifalda, fumar en la cafetería, tomar tinto y gritar: “Somos los estudiantes, que vamos a tumbar, a toda la policía, y a Vélez Escobar”.

Las paredes de París eran la voz de los que no tenían voz. Fue la primera revolución que reivindicó la pared y la convirtió en rotativa. En vez de la prosa árida de El Capital la revolución se hacía a punta de certeros grafitis como: Prohibido prohibir, la imaginación al poder. 

La minifalda que apenas saltaba a la pasarela hacía las delicias de los voyeristas de primer semestre. En México, García Márquez, aguantando filo, escribía Cien años de soledad.

Facultad de Comunicación Social, Universidad de Antioquia

Muchos de los que vegetábamos en la U. estábamos encartados con nuestras vidas. Sentíamos que se nos acababa el cuarto de hora en el hotel mama. El sueño a lo Peter Pan de no crecer, quedaba atrás. No andábamos medio perdidos, sino perdidos y medio. Menos mal Dios aprieta pero no ahorca, decía un amigo ateo de entonces.

En París y en Medellín crecían marxistas… línea Groucho, el del bigote pluscuamperfecto. Don Carlos Marx salía por la puerta de atrás de la historia porque los luzmagnoliauribes parisinos le jalaban a la anarquía, una de las formas del anticomunismo, según Guy Sorman. 

En Medellín, piedra en mano, algunos tratábamos de tumbar el establecimiento. Finalmente fuimos pragmáticos y con el tiempo nos sumaríamos al establecimiento, con todo y corbata. Mayo del 68 produjo los líderes europeos de hoy. Lo mismo ocurrió en estos pagos. Del ahogado de la revolución, el sombrero de los nuevos mandamases.

En París, tiraba línea Daniel el Rojo. Nosotros estábamos por cuenta de don Alfonsito Lopera, director de la Escuela, nuestro diminuto gurú de ética. En sus ocios, el Viejo cuidaba a sus bellas alumnas de Renault o Peugeot de acosadores que nunca faltan.

La revuelta en París marcó la oficialización de la revolución sexual iniciada por los jipis, cacho de marihuana y píldora anticonceptiva incluidos. El florero de Llorente francés fue la prohibición a quedarse en los dormitorios femeninos. 

En la U “invicta en su fecundidad” de la época, la muchachada retozaba en el Astor, Mauna Loa, Versalles, el San Francisco, el Miami, Doña María, Dino Rojo, La Suiza o El Colmado, donde el perro con Coca-Cola valía un peso. El sitio escogido dependía del tamaño del asalto a la bolsa de mamá….

Otros escenarios eran el corredor del Paraninfo en el tercer piso, la cafetería, las escalas semipenumbrosas del segundo patio, algún salón vacío, la biblioteca de Comunicación, la discoteca de La voz de la Universidad, el cuarto oscuro de fotografía que ellas evitaban para escapar de manos masculinas ávidas de tocatas y fugas.

En París y Medellín nos jactábamos con Aznavour de tener “salud, sonrisa, juventud y nada en los bolsillos”. Que no falte el vino Moscato Passito y el ponqué Ramo en los cumpleaños. El profesor de estética alcahueteaba los cuadres de parejas en los paseos a Ríonegro o Barbosa. El condón apenas venía en camino.

Este pecho comiendo pollo. La revolución quedó para después…

París llamaba a la libertad individual, la no violencia, el disfrute. En la U. esos postulados se seguían al pie de la letra. Uno de los goces paganos consistía en escoltar a las chicas hasta su casa. Los “escoltas” no pasaban de la puerta de entrada. Los que coronaban sala, tendrían los ojos de la suegra. respirándoles en la nuca. Los romances eran eternos… hasta las vacaciones.

Mayo del 68 fue una mezcla de jipismo con Gandhi. No fue una época violenta. Siempre según el citado Sorman, ese mayo parisino generó una permanente reinvención del hombre, nos abrió ventanas hacia nosotros mismos y hacia el mundo. 

Para los “alfonsinos” (pupilos de don Alfonso y demás profesores que nos enriquecieron como Julián Pérez “Avance” Medina, José Jaramillo Alzate, Gildardo García, Michelín, Mario Arteaga, Gonzalo Jiménez, Carlos Puerta, Juan Gómez Martínez, Evelio Franco, el laureado poeta Elkin Restrepo, Darío Arizmendi), valió la pena “ser sensatos y soñar imposibles”.

Los estudiantes nos dejábamos apellidar Le Marie, Soto Hoyos, Medina Estrada, Villegas, Nicholls, Uribe, Buriticá Patiño, García Posada, Restrepo Pérez, Ballesteros Hernández, un tal Domínguez.

Y como la fiesta continua, el proceso continúa a través la nietamenta. O en la cátedra para mantener el espíritu joven y seguir aprendiendo, como dice Eco, citado por una de aquellas muchachas-abuelas. (Esta nota ha sido sometida a latonería y pintura).

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