Me encontré en la vida con Jaime Bateman

Jaime Bateman Cayón

Por Óscar Domínguez Giraldo

Hasta al papa le he contado que este viernes 26 de abril, hace 41 años, un señor muy alto con una nariz muy larga  me abrió la puerta de su  apartamento de El Rodadero de Santa Marta. Como han  pasado más de cuatro décadas “desclasificaré” información privilegiada.

Cuando lo ví me quedé de una pieza, como las casas sin cuota inicial del entonces  presidente Belisario Betancur. El hombre  que abrió, Jaime Bateman, fundador y jefe del M-19, y BB, antípodas íntimos en política, estaban ad portas de iniciar diálogos de paz en Panamá con la mediación del  gobierno vecino. García Márquez estaba detrás del proceso.

Primer dato que deseo “desclasificar”: no fui secuestrado.  Suena glamuroso decirlo. Pero no. Me invitaron. 

Nunca supe a quién iba a entrevistar. Una chica del M-19 me abordó cerca de la agencia  de noticias Colprensa en el  bogotano barrio de La Merced y me invitó. Le di el sí de las casadas. Nos encontramos en el aeropuerto Eldorado, abordamos avión para Barranquilla, juntos pero no revueltos. En Curramba tomamos destartalado bus a Santa Marta.

Al día siguiente apareció en el hotel otro de la burocracia del movimiento. Hacia las once  estábamos tocando la puerta del apartamento. Nos abrió el señor que me dijo cuando le pregunté  por qué habían invitado a un reportero de la llanura: Estamos cansados de las figuras. Creo, más bien, que sabía de la importancia de Colprensa.

Como en ese momento Bateman era el hombre más buscado de Colombia, me dio cutupeto, miedo.

Charlamos varias horas. Y voy con la información privilegiada que no he contado.  Al menos con este vestido.

Mientras arreglábamos el país, alguien tocó la puerta. Los del M-19 se miraron perplejos. Bateman y su mínimo sanedrín tomaron posiciones en el suelo con sus tenebrosos fierros cerca. Nadie abría. El valor no es mi fuerte, pero hice de tripas corazón y me ofrecí. “Diga que el doctor no está”, me sugirió el comandante Bateman. 

 Aleluya:  no eran las fuerzas del orden sino dos señoras encargadas de preparar el almuerzo: un delicioso sancocho de sábalo. Mi cuarto de hora de heroísmo había terminado. Volvería a ver a los míos.

Básicamente, el jefe del Eme quería aclarar que las armas encontradas por esos días en Recife, Brasil, no eran para el M19.

Del asunto había hablado el general Fernando Landazábal, ministro de Defensa, blanco de las diatribas del “Flaco” o “Pablo”, dos de sus alias.

El tauro Bateman iba  soltando su artillería pesada, en presencia de Conrado Marín, “Efrén” un desmovilizado que volvió a la lucha armada en protesta porque 25 guerrilleros de los 240 que se acogieron a la amnistía habían sido asesinados. Recordó los nombres de Sigifredo Rojas, Luis Clavijo, Miguel Díaz y Paula Álvarez.

“Yo creo – dijo  Bateman- que está bien que eso lo diga el general Landazábal. Ya los colombianos nos hemos acostumbrado a ese estilo mentiroso, calumnioso, del ministro. Con él y con los que están detrás de él no se podrá llegar a acuerdos nunca, porque son tipos que ponen demasiados obstáculos”.

Último dato para desclasificar: entre Bateman y  Marín  se las apañaron para reempacar en el papel original el casete de la entrevista para que diera la sensación de que estaba virgen. Como las Once Mil. El casete es similar al que resucitan en la película japonesa Días perfectos.

Y colorín colorado. Ese fue el desenlace de la que sería la última entrevista que concedió Bateman. Dos días después , debido al mal tiempo, se mató con varios compañeros en la avioneta que los llevaba a Panamá a iniciar conversaciones. 

Jaime Bateman, izquierda, este aplastateclas, y Conrado Marín en el apartamento de El Rodadero, en Santa Marta, donde se realizó la entrevista. La foto que me hicieron llegar fue alterada por razones de seguridad. Sospecho.

Así lo admitió otro de los fundadores del M-19, José Yamel Riaño, en entrevista-libro con el fallecido exasesor de paz de Antioqua, Jaime Jaramillo Panesso (“La Espada de Bolívar”, publicado por editorial ITM).

La interrumpida paz de Bateman fue la cuota inicial de la que firmó luego Carlos Pizarro con el presidente Barco. Falta la paz total de Petro.

Clandestinidad sin pueblo

A los postres la conversación derivó hacia asuntos menos explosivos:

– ¿Cuáles son los peligros de la clandestinidad?

– Bueno, la clandestinidad de por si es una situación que a nadie le gusta. Es un estado obligatorio que hay que asimilar como tal. La clandestinidad a nivel urbano, es un complejo de actividades, de relaciones humanas, sicológicas, políticas, sociales, que si no se tiene un objetivo claro, sobre todo de para qué es la clandestinidad… A nuestro juicio la clandestinidad sirve par enfrentar un sistema que no permita una participación legal. No  significa dejar la política de un lado. Todo lo contrario. Significa un mayor esfuerzo, una mayor dedicación y un alto espíritu. Una alta moral para poder sortear las dificultades que se le presentan a cualquier político que se meta a la actividad clandestina. Lógicamente que en ese procesos se presentan los traumas: el delirio de persecución, el delirium tremens… Bueno, toda una serie de situaciones que se le pueden presentar a una persona cuando pierde el objetivo, es decir, el pueblo. Una clandestinidad sin pueblo, no es clandestinidad. Nosotros le decimos a eso “aparatismo”. La agente que se encierra en un apartamento a esperar a que se libere el país, no tiene sentido, ¿cierto? Para nosotros la clandestinidad tiene sentido siempre y cuando que eso proteja la organización, proteja los planes políticos y militares que elaboramos. Nosotros tenemos la ventaja del campo donde la mayoría de nuestros militantes que se “queman”, como se dice en el argot popular, o sea,  que son detectados por el enemigo, sencillamente los trasladamos al campo, a hacer trabajo político,  entre el campesinado o trabajo guerrillero normal. Más o menos es una de las terapias que nosotros tenemos. Claro que ésa no es la terapia para todo el mundo…

–     ¿La suya cuál es?

–     Una alta moral (carcajadas). Yo creo que es la terapia de la mayoría de nuestros dirigentes. Porque una buena moral con un buen criterio del papel que uno debe jugar en este proceso, llena ese vacío. El vacío existencial de que hablan en un guerrillero es cuando ha perdido el objetivo de su lucha. Gente que pierde la meta.

–     ¿Decía que una clandestinidad mal manejada puede llevar a la gente a la locura?

–     Exactamente. Así se vio en las experiencias vividas en Venezuela, en el Uruguay. Primero, porque perdieron el objetivo de su lucha y segundo porque se encerraron en sí mismos, creyendo que la liberación de sus pueblos les iba a llegar a los apartamentos. Nosotros somos enemigos de ese criterio. Ahora, la clandestinidad es todo un mecanismo técnico, digámoslo así, de compartimentación,  de guardar el secreto, de que la gente no sepa realmente cuál es la actividad de uno. De que al mismo tiempo, la gente que está con uno sepa lo que uno está haciendo, ¿cierto? Hay mucha gente que ha guardado su total identidad como miembro del M-19 y, sin embargo, está en los sindicatos, en el Gobierno, en la diplomacia, dentro de los militares y gracias a un gran esfuerzo mental y a una gran disciplina y una alta moral, se ha mantenido en esos puestos que para nosotros son claves.

–     ¿Usted cómo mata el tiempo?

–     Leyendo literatura, mucha literatura. Escuchando música. Pero más que todo hablando con los compañeros. A mi, por lo general, no me queda tiempo para diversiones. Además de que las diversiones en estos campos son fatales ¿cierto? Pero siempre que hay oportunidad las aprovechamos a fondo.

–     ¿Cómo se evita el culto a la personalidad? ¿O usted es de los que dicen: aquí el que manda soy yo y no hay nadie más…?

–     En primer lugar, con un colectivo de personas que son las que en definitiva se juegan la vida y, por lo tanto, deben tomar también las determinaciones. Estas determinaciones del M-19 por lo general son tomadas en colectivo. No todas las determinaciones las toma un aparato que nosotros llamamos la Dirección Nacional de la organización que son 41 compañeros que representan sectores diferentes de la organización y toman unas determinaciones. Las estratégicas las toman las conferencias nacionales del M-19. Entonces, el papel realmente del jefe, en el caso mío, es realmente el de privilegiar, controlar, estimular, pero nunca el de que hacer la función de un dictador. Además, la personalidad no ayuda para eso.

–     ¿Nunca le han intentado dar un golpe de estado en el M-19?

–     Nooo. No es necesario porque no hay dictaduras. Los golpes de Estado se dan cuando hay dictaduras. Mientras no haya dictadura, no hay golpe de Estado.

–     ¿Es decir que no hay motivo para el “codazo” en su organización?

–     Por ahora no. Ni creo que se presente… Siempre y cuando mantengamos ese espíritu de colaboración, de  dirección colectiva y de lucha. Porque lo que más perjudica a las organizaciones no es ni eso, sino cuando la gente pierde la perspectiva del triunfo y la perspectiva de la lucha, ¿cierto? Para mucha gente es duro que el triunfe no se logre en dos meses. Esos son los malos revolucionarios. Nosotros no le ponemos fecha a las cosas. Preferimos que la gente esté consciente de lo que está haciendo y reconozca las inmensas dificultades que nosotros encontramos para hacer la revolución en este país. Dificultades de todo tipo: desde las económicas, las familiares, políticas, militares.

–     ¿Los miedosos también tienen asiento en la guerrilla?

–     (Risas) Alguien decía que la valentía es el miedo controlado. Pero es mentira: quien no sienta miedo está diciendo una mentira. Todo el mundo siente miedo. La cobardía es el miedo que uno dejar correr.

–     ¿Ente  ustedes cuál es más frecuente entre la valentía y la cobardía?

–     Bueno, yo creo que uno siempre siente miedo. Siempre. Pero también siempre sabe por qué está en esto y por qué debe mantener la altura frente a cualquier circunstancia.

–     ¿Y cuál es su reacción frente a una situación de miedo?

–     El relajamiento. Relajarse y razonar. La dificultad del miedo es que no lo deja razonar a uno. Entonces  uno utiliza más la reacción inmediata, Yo prefiero pensar.

–     ¿Pero es posible pensar en una situación de esas?

–     Claro, depende de los acontecimientos. Cuando a uno le asaltan un campamento, por ejemplo, la primera reacción de uno es escapar. Pero esa es la peor reacción. El que escapa le está dando blanco al enemigo. La primera reacción es tomar posición.  Mirar dónde está el enemigo. La primera reacción, lógico, es tirarse al suelo. Para eso se necesita entrenamiento. Muchas cosas. Eso no se hace así no más. Mucha gente prefiere  correr, y en la carrera los que corren son los que caen primero.

–     Usted tiene conciencia de que es el más buscado de Colombia: ¿no le da miedo?

–     Claro que me da miedo. Pero tampoco como que me voy a poner a temblar. No, no. El enemigo también tienes sus puntos débiles, ¿cierto? Que es lo que hay que aprovechar. Pero tampoco jugar con candela. Tampoco ponernos de “papaya” al enemigo para que nos joda. Pero lo importante no es eso. Eso lo puedo hacer yo, lo puede hacer otra persona. Lo importante es que haya un grupo de personas, ojalá bastante numeroso, que enfrente el estado de las cosas que vive el país. Eso es fundamental para nosotros. El aparato para nuestros es cuestión segundaria. 

–     Algo que le puede parecer secundario: ¿el hecho de que no puedan tener vida familiar cómo influye?

–     Bueno, pero es que nosotros tenemos vida familiar. Compartimos una vida familiar con altibajos. Por lo general, procuramos que la gente tenga su casa aparte. Ahora: la realidad es que esta lucha exige sacrificio. Por eso no todo el mundo puede estar en estos trotes. No se puede exigir a todo el mundo que haga sacrificios. Por eso no hacemos distinciones entre revolucionarios buenos y revolucionarios malos. Para nosotros, revolucionario es aquella persona que piensa que en este país debe haber un cambio y debe haberlo a favor del pueblo. La persona que piensa así es miembro del M-19. Ahora, a esa persona no le vamos a exigir que se vaya para el monte. Nunca. Ni vamos a decir que el guerrillero que está en el monte, es mejor revolucionario que el burócrata que está en un escritorio acumulando información para la organización. O simplemente haciendo una labor sindical. Para nosotros no hay escala de valores. Las escalas las tenemos en los grados militares. Todo eso es formal. Hay gente nuestra que no ha estado en una reunión de dirección nacional, por ejemplo.  Gente que maneja secretos porque está dentro del Ejército. Esas son personas que sufren más que nosotros. Se angustian más que nosotros. Porque su información de la organización es muy poca. Es la información que da la prensa. Hemos sido enemigos de poner al soldado guerrillero como el súmmum del revolucionario. Hay muy buenos revolucionarios  en las ciudades que nunca han tocado el monte. Y ha  hecho operaciones increíbles. Hay ancianos, que son miembros del M-19 que hacen tan buen trabajo como cualquier muchacho.

–     ¿Qué hacen los ancianos?

–     Nos colaboran en documentación, toda esa cosa. Hay gente que hace inclusive  acciones militares. Nosotros tenemos un gran respeto por ellos. La experiencia enseña bastante. Un buen consejo a veces sirve más que cien acciones miliares.

–     Y dentro de esos consejeros ¿a quienes mencionaría?

–     (Carcajadas) Hombre, no los puedo mencionar. Son personalidades políticas de este país.

–     No hablemos de los vivos. Remitámonos a los muertos…

–     Nosotros preferimos nombrar  a Simón Bolívar, a José Antonio Galán. A Jorge Eliécer Gaitán. No necesitamos importar ideologías. Las tenemos aquí. Aunque los señores de El Espectador digan que nosotros dependemos del señor Gaddaffi.

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