A Martina Camargo (San Martín de Loba, Bolívar, 63 años) la atraviesa el río Magdalena. A orillas de este imponente caudal escuchó cientos de ranas y pájaros sonar de niña, vio muchos —demasiados— cuerpos rodar durante el conflicto armado colombiano y entendió la riqueza de su territorio, millonario en recursos pero maltratado por la guerra e ignorado por el Estado. Su música es de litoral. Y sus canciones, dice, hablan en su nombre. “Sin el río, no existiría la tambora”, cuenta a América Futura en una videollamada, antes de cantar unos versos en su honor: Quiero contarte mis penas / porque eres muy discreto / en tus aguas muy profundas se guardan tantos secretos.
La maestra colombiana es parte de una larga dinastía dedicada a este ritmo al que ha consagrado cuatro décadas de su vida. Su padre era cantautor y compositor, su tío materno tocaba el instrumento y las hermanas de su abuela y de su bisabuela danzaban este baile que nació para ser cantado. La tambora se toca y se canta. “Es una mezcla entre lo español, lo indígena y lo negro, es triétnico. Como nosotros, que también somos esa mezcla”, explica. Con su quinto álbum, Canto y río, Camargo logró llevar por primera vez la tambora y, con ella, el folclor de los pueblos negros del Caribe colombiano, a los Latin Grammy, a los que acaba de ser nominada. “Estamos a un peldaño de llegar a la cima”, dice un mes antes de conocer los premiados. “Estaré en la lucha hasta que me vaya al otro plano. Pero falta mucha música y mucho por construir”.
Pregunta. Enhorabuena por la nominación al Latin Grammy. ¿Cómo se enteró de la noticia?
Respuesta. En la madrugada uno de los productores me escribió para decirme que en la mañanita sabríamos el veredicto. Y yo dormí y me levanté como un día más, ese día no fui al gimnasio, hice cosas del hogar y cuando empezaba a partir mi papaya, me enteré. (Risas). Miré al cielo y, como soy creyente de dios, le di las gracias. Luego ya llamé a todo el mundo. Todas estábamos brincando en una sola pata. Es como un sueño porque llegar al punto no ha sido fácil. Todavía falta, estamos a un peldaño de llegar a la cima. Y haber alcanzado eso es grandioso, porque la tambora apenas era conocida.
P. ¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de este ritmo?
R. Se me viene mi papá a la cabeza. Me gustaría que él estuviera vivo porque él decía unas palabras siempre muy certeras, casi proféticas. Él me dijo: ‘Vas a ser grande, pero yo no lo voy a ver’. Y aquí se ven sus palabras.
P. La influencia de su papá también está en su disco, en concreto en una de las canciones…
R. Sí, yo tengo nueve composiciones y la de La Muletilla es de él. Yo aprendí mucho de mi papá. Era un señor muy sabio, campesino. Era campesino raso pero con una profundidad de pensamiento enorme: era futurista. Y se encasilló en darnos la educación a nosotros. Sabía que eso nos iba a dar un mejor porvenir. Nos criamos con él bajo muchos valores.
P. ¿Lo hizo a través de su música?
R. Claro. Nos pedía ser honestos y respetuosos con la música y con nuestra tradición. Y eso he hecho. Sobre todo nos hablaba mucho del impacto sobre el medio ambiente. Es de los primeros en la región que le canta a la naturaleza. En los 80 venía preocupado por lo que se venía haciendo en la región con la explotación minera. Me dejó ese legado como una responsabilidad que me recae como cantadora. Yo no canto simplemente por cantar. Sino que tengo un oficio y una responsabilidad que es llevarle mensajes al mundo. Ante todo, el de preservar nuestra tradición.
P. Los ingredientes son pocos: un tambor currulao, una tambora y voz. ¿Menos es más?
R. Sí. Y un coro que es mixto. Pero yo, particularmente, quise hacer un coro de mujeres. Tengo que resaltar a las mujeres. Y además se oye más bonito. Es muy político hacerlo. Aunque no esté metida en las oficinas, con la tambora hago política. Porque estoy llevando un mensaje de inconformidad a través de mis canciones. Es una voz que te dice: ‘por favor, despierta, Colombia’.
P. ¿De qué tiene que despertar el país?
R. De la ceguera que tenemos. De toda la violencia de este país. Hay personas que siguen negando el paramilitarismo y la guerrilla. Y mi pueblo sufrió todas las consecuencias de la violencia. Por eso es que yo grito de inconformismo a través de mis canciones. Eso es hacer política.
P. Usted sufrió el paramilitarismo de primera mano. Su hermano fue desplazado por ello. ¿Cómo se le pone letra y música a algo así?
R. Son formas de contar lo que está pasando. Cantarle a eso es bastante fuerte. Saber que a un hermano tuyo lo quieren asesinar, siendo inocente… Es fuerte. Él salió de la finca a sufrir al pueblo, porque venimos de una herencia campesina, del campo. Nos enseñaron a vivir de él y lo sacaron de allá. Tenía que cantarle a eso.
P. Colombia es el país de la música. Sin embargo, no todos los ritmos son igual de populares. ¿Por qué no ha pegado la tambora como lo ha hecho la salsa o el reggaeton?
R. Porque la música tradicional ha sido subvalorada. No suele ser atractivo porque no es comercial. Para comercializarla tocaría cambiarle demasiado. Y esta música no es de moda, es eterna. Las cantadoras somos eternas. Seguirán sonando por los siglos de los siglos.
P. ¿Están cambiando los roles de género en el ritmo?
R. Hay cantadores y cantadoras. En la tambora en tiempos antaños siempre eran los hombres los que lo tocaban. Es una posición machista aunque no lo queramos ver. Pensaban que no teníamos la capacidad de tocar un tambor. Pero con el pasar de los tiempos, ha cambiado. Ahora las mujeres tocan. Ya el mundo ha dado un vuelco grande y somos las mujeres las que mandamos. (Risas).
P. Aún nos falta un poquito…
R. Sí, sí. Pero vamos en esa transición…
P. Varias de sus canciones más populares como Guataquí han sido mezcladas por DJs. ¿Puede el folclor colombiano dialogar con otros géneros sin que se pierda la esencia?
R. Sí, pueden. Nunca he sido cerrada a estas nuevas propuestas, si se hacen con respeto. Esto hizo que mi música llegara a otro público. Aunque hay otros músicos muy puristas que no lo miran así, yo creo que nada es puro. Nada es puro. Porque cada ejecutor va dejando su huella.
P. ¿Le gusta escucharse en ese registro?
R. Pues siempre cambia mucho, pero me gusta.
P. ¿Hay relevo generacional para la tambora?
R. Sí, lo hay. Porque en San Martín de Loba hay semilleros y escuelas. Y ahora, con esta nominación, muchos chiquiticos que no me conocen, me quieren conocer. En estos momentos soy como un espejo para ellos.
P. La tambora le canta a la vida, a lo cotidiano y a los dolores. ¿Hay algo que no esté hecho para cantarle en este ritmo?
R. A la violencia. Tenemos que construir país y sembrar amor. Estamos en la tarea de la no violencia entre nosotros mismos y la naturaleza. Esta música no nació para cantarle a la violencia, sino para construir país.
P. En Paisaje Divino le canta al río Magdalena, su quinto disco se llama Canto y río, y siempre dice que la tambora es del litoral. ¿De qué forma moldea el río su música?
R. Creo que el río es una fuente de inspiración, porque es vida. Sin el río, no existiría la tambora. A pesar de que el río haya sufrido la violencia, porque ese cuerpo de agua lleno de magia ha sido violentado también. Por eso la canción dice [Canta]: Quiero contarte mis penas / porque eres muy discreto / en tus aguas muy profundas se guardan tantos secretos. El río llora también porque uno ha visto pasar muchos muertos por esos ríos.
P. ¿Qué vínculo guarda la tambora con el cuidado de la tierra?
R. La tambora viene de la tierra, por eso le canto a ella. Lo cantan los campesinos, los pescadores… viene de ahí. Yo cuando paso por el Río Magdalena, siento que me reclama: ¿qué están haciendo por mi? ¿Por qué me echan mugre? Por eso en mis composiciones digo que siento mucha pena con el río, porque siento que me reprocha. Tenemos agua y es paradójico que suframos por no tener agua potable en mi región. Las canciones mías hablan en nombre del río.