Martes de la luenga lengua: El apagón eléctrico en España, claves lingüísticas

Español. ONU

CLAVES DE REDACCIÓN

Fundación para el español urgente(Fundéu-Rae)

Con motivo del apagón eléctrico que ha afectado especialmente a España y Portugal, se ofrecen unas claves lingüísticas para la redacción adecuada de las noticias relacionadas.

1. Apagón, mejor que blackout

El empleo del término inglés blackout, que, según el diccionario de Cambridge, es ‘periodo de tiempo en el que la energía eléctrica se ha cortado, causando que se vaya la luz’, es innecesario, pues tiene un equivalente directo en la voz apagón, definida en el Diccionario de la lengua española como ‘interrupción pasajera del suministro de energía eléctrica’.

2. Red Eléctrica y red eléctrica, diferencias

El nombre de la entidad española encargada de asegurar el funcionamiento del suministro eléctrico es Red Eléctrica, escrito con mayúsculas en ambos términos; sin embargo, en alusión al conjunto de elementos organizados para el suministro eléctrico, la expresión red eléctrica se escribe con minúsculas. Lo mismo sucede con otras similares, como sistema eléctrico nacional o español.

3. Megavatio y gigavatio, escritura adecuada

Tanto megavatio como gigavatio se escriben con v (no megawatio ni gigawatio) y en minúscula. Sus símbolos son MW y GW, respectivamente, escritos con todas las letras en mayúscula y sin punto.

4. El símbolo %, separado

Cuando se escribe una cifra seguida del símbolo del porcentaje (%), lo recomendable es dejar un espacio de separación entre ambos: «Restablecido el 99 % del suministro».

5. La península ibérica, con minúsculas

Según la Ortografía de la lengua española, cuando el sustantivo península va seguido de un adjetivo que deriva de un topónimo y que se corresponde con el accidente geográfico, ambos se escriben con minúscula inicial: península ibérica.

Es posible escribir península con mayúscula, aunque no es obligatorio, si se emplea como una antonomasia, sin el adjetivo: «Apagón eléctrico en toda la Península».

La parálisis del transporte público por el apagón eléctrico en España y Portugal

6. Restablecer, mejor que reestablecer

De acuerdo con el Diccionario panhispánico de dudas, con el sentido de ‘volver a establecer [algo] que había quedado interrumpido’, lo adecuado es emplear restablecer y no reestablecer (con dos es), forma reservada para el sentido de ‘volver a establecer(se) en un lugar’. Por tanto, en la frase «Última hora: reestablecido el 99 % de la demanda eléctrica mientras el transporte comienza a reactivarse» habría sido más recomendable escribir restablecido. El sustantivo correspondiente al primero de los sentidos es restablecimiento.

7. La mayúscula de emergencia es innecesaria

Con sentido genérico, expresiones como plan de emergencia y nivel de emergencia, así como la propia voz emergencia, se escriben en minúscula, pues son expresiones denominativas con valor descriptivo. Lo mismo se aplica a los correspondientes niveles, como en «Interior declara el nivel 3 de emergencia en ocho regiones».

8. Escritura de las horas

En la expresión de las horas, la escritura del símbolo h (sin punto y en minúscula) es opcional, aunque se prefiere escribirlo cuando se prescinde de los ceros: «La luz volvió a las 23:00» o «La luz volvió a las 23 h».

9. Gobierno, con mayúscula para la institución

Gobierno se escribe con mayúscula inicial cuando se refiere al órgano que ejerce el poder ejecutivo nacional o autonómico, incluso en plural: «La Comisión Europea se volcó en el apoyo a los Gobiernos de España y Portugal para restaurar el sistema eléctrico».

10. Electrodependiente, en una sola palabra

El término electrodependiente, en alusión a las personas que dependen de dispositivos eléctricos, como respiradores o equipos de diálisis, para el mantenimiento de su salud, se escribe sin guion y en una sola palabra, al igual que electrodependencia.

11. El cero energético, con minúsculas y sin resalte

La expresión cero energético, mejor enteramente con letras, se escribe con minúsculas iniciales y no necesita en principio destacarse con comillas ni cursiva.

ODG

QUISQUILLAS DE ALGUNA IMPORTANCIA  

por  Efraim Osorio López

eolo1056@yahoo.com

Es, pues, imposible que alguno le ‘autoinflija daños a otros’. 

Encabezado de una nota de LA PATRIA: “Una mirada diferente a una de las imágenes cruciales del catolicismo” (‘Mater Dolorosa, la imagen de Semana Santa’, 16/4/2025). Son muchos los adjetivos con los que se pueden calificar las imágenes religiosas, como ‘veneradas, importantes, representativas, significativas, valiosas’, etc., pero no ‘cruciales’, porque este adjetivo* califica momentos, circunstancias o acontecimientos decisivos en la historia de una comunidad, de una sociedad e, incluso, de una persona, por ejemplo, ‘la Batalla de Boyacá fue crucial en la historia de Colombia’, y ‘su encarcelamiento fue crucial en la vida de fulano de tal’. ‘Crucial’ supone cambio, especialmente si es considerable, algo que afecte sensiblemente el acontecer de algo o de alguno, condición que no se aplica a una imagen. *Este adjetivo viene del latín ‘crux-crucis’ (‘patíbulo, peste, cruz’), por lo cual califica también todo aquello que tiene forma de cruz. ***  

Está desapareciendo de la redacción de los escritores el pronombre relativo ‘que’ cuando su antecedente es una persona, reemplazado siempre por ‘quien’, algunas veces equivocadamente, como en la siguiente muestra: “…por causa del lamentable fallecimiento de Jorge Cárdenas Gutiérrez. Y es que aquel quien fuera gerente de la Federación Nacional de Cafeteros…” (El Tiempo, editorial 2, 16/4/2025). Acertada gramaticalmente, la redacción debe ser ésta: “Y es que aquel que fue gerente…”, porque en la muestra están fuera de lugar el pronombre ‘quien’ y el pretérito imperfecto de subjuntivo ‘fuera’: el primero, porque hace muy pesada la redacción, pues no le antecede ninguna preposición*; el segundo, porque se trata de un hecho cumplido, no de una posibilidad. Con ‘quien’, la redacción pudo ser ésta: “Y es que quien fue gerente…”. Es notable la diferencia. *El adjetivo demostrativo ‘aquel’ puede ser el antecedente de ‘quien’ cuando a éste lo precede una preposición, verbigracia, ‘de todos aquellos por quienes tanto sufrimos’, ya que en este caso ‘quienes’ es un complemento circunstancial. ‘Detalles’ de la gramática. ***

El verbo no es ‘inflingir’, sino ‘infligir’, pues viene del latino ‘infligere’ (‘golpear, sacudir, asestar, descargar’), que significa “causar daño // 2. Imponer un castigo”. En su columna dominical de LA PATRIA, el presbítero Luis Felipe Gómez Restrepo escribió: “Un daño grave que este gobierno está autoinflingiendo al país…” (‘Gas, escasez por ideología’, 20/4/2025). Le atribuyo la ‘ene’ sobrante del verbo a un error de digitación o a su parecido con el verbo ‘infringir’. Inexplicable, sí, e inexcusable, la presencia del prefijo ‘auto-’ en esa oración, cuyo significado la excluye de todo en todo: “Un daño que este gobierno le está infligiendo al país”, es decir, ‘que le está causando al país’. En efecto, el prefijo ‘auto-’ (del griego ‘auto’), con el que se forman muchas palabras, significa ‘por uno mismo’, por ejemplo, ‘el reo presentaba heridas autoinfligidas’, a saber, ‘heridas que el mismo se causó’. Es, pues, imposible que alguno le ‘autoinflija daños a otros’. ***

No es raro oír en algunos departamentos de Colombia frases como la siguiente: ‘Fuimos a cine con Migdonio’ por ‘fui a cine con…’. Error gramatical parecido lo cometió el redactor de  ‘Supimos que’ del 22 de abril de 2025 en la siguiente información, colaboración de mi corresponsal Razuvi: “Samaná. El vicepresidente del Concejo, Nicolás Arcesio Londoño Clavijo, en compañía del alcalde, Jorge Andrés Arango Tabares, visitaron la vereda La Planta con el fin de inaugurar el alumbrado público…”. En la oración gramatical, el verbo debe concordar en número con el sujeto, en este caso, ‘el vicepresidente del Concejo…’, singular, por lo que el verbo tiene que ser ‘visitó’. El complemento circunstancial, ‘en compañía de…’, no modifica el número del sujeto. Si hubiese escrito ‘el vicepresidente… y el alcalde…’, otro gallo le habría cantado. 

Oficinas municipales

EL IDIOMA NO ES ASUNTO DE CAPRICHOS NI DE UFANÍA

Por Jairo Cala Otero / Lingüista y corrector de textos

Unos cuantos colombianos ─de los muchos que conocen mi apostolado idiomático─ opinan que yo trato de imponer, obligar o forzar a mis compatriotas a que hablen y escriban como a mí se me antoja. ¡Vaya, vaya, cuánta ligereza en esa apreciación! Realmente, no conocen el fondo de mi pregón educativo. Eso me empuja a hacer algunas anotaciones necesarias sobre el tema.

Yo apenas soy un consumado estudioso y practicante de la gramática elemental española, por ende, de las formas correctas de escribir y hablar. No ostento títulos empalagosos, como algunos que, teniéndolos, no los usan con honor; o los desacreditan con sus enrevesadas formas de hablar y escribir; o los emplean, simplemente, para «engordar» sus hojas de vida a fin de que otros tengan una buena impresión sobre lo «intelectuales» que ellos son. Vanidad de vanidades, sólo vanidad, como cita la Biblia.

Nada se puede imponer en este asunto tan trascendental en la comunicación humana. El común de la gente cree que nuestras opiniones sobre cómo debería funcionar la lengua española, se pueden establecer como normas absolutas. Algunos despistados que tratan de hacerlo, pronto se enfrentan a su derrota porque las normas lingüísticas no las adopta todo aquel que tenga ganas de hacerlo. ¡Esa sería una «acrobacia» que sólo contribuiría a que nuestro idioma se prostituyese mucho más! Solamente la Real Academia Española (RAE) y sus Academias asociadas le meten mano (seso, más bien) al idioma que hablamos y escribimos más de quinientos (500) millones de terrícolas.

La lengua hispana es un asunto vivo que se recrea a diario por el uso que de ella hacemos sus usuarios. Su regulación gramatical es tarea de los miembros de la RAE, cuya sede central está en Madrid, España. Existen veintidós Academias en igual número de países hispanos, pero todas funcionan alrededor de las directrices de la Real Academia Española. Por supuesto, aquellas son autónomas en materia de modismos (voces propias de las costumbres lingüísticas de cada país).

Hay otros colombianos, en especial muchos periodistas, que, por falta de información sobre este asunto, creen que también son admisibles los caprichos. Entonces, quieren volver normales las formas burdas, imprecisas e incorrectas que algunos inventan para expresarse por escrito o de viva voz, en lugar de ceñirse a la regular y correcta normativa para hablar y escribir bien. De esa práctica hacen «defensa» casi a ultranza, mientras a la normativa le echan agua sucia encima, con argumentos de tal pobreza que a cualquier ser sensato le darían ganas de llorar. 

¿«No cree que usted es muy riguroso en la aplicación de la corrección en el idioma?», me preguntó un periodista que me entrevistaba un día en Yopal (Casanare) sobre mi campaña por el uso correcto del español. Otra vez una presentadora de televisión, de cara bonita y carácter endemoniado (según dicen quienes la tratan de cerca), insinuó que yo vivo «amargado» por tantos errores que otros cometen al hablar y escribir. Los dos me dieron ocasión para hacer precisiones: al primero, que no es mi parecer, sino la norma general la que regula el idioma que conocemos. Y a la muchacha de rostro agraciado, que yo no pretendo imponerle la gramática, la ortografía y la puntuación a nadie. Predico y enseño las normas del idioma español, lo cual no produce amargura, sino la satisfacción de enseñar al que no sabe; además, genera mayor amor por las letras, componente ineludible de la buena comunicación. Amargados andarán quizás algunos que, queriendo aprender a escribir y a hablar bien, no lo han logrado porque no han empezado a estudiar el idioma. 

Yo apenas advierto sobre las incorrecciones y aporto las enmiendas. Quien quiera escribir horrorosamente, que lo haga, está en su derecho; al fin de cuentas quien habla y escribe mal se «autocastiga», pues sus errores generan descalificaciones y pésima imagen ante los demás. ¿Usar de manera horrenda las palabras al comunicarnos otorga mayor nivel cultural, o concede mejores aptitudes para desempeñarnos bien en otros escenarios de la vida? ¡Absolutamente, no! 

Así como a los ingenieros no se les perdona que se les desbaraten los andenes; ni a los policías, que los atraquen unos bandidos, a los hispanohablantes tampoco se les deben conceder absoluciones y aplausos por los exabruptos gramaticales y ortográficos con que suelen hablar y escribir. En el caso de los periodistas, el idioma es su herramienta elemental, por ello deberían conocerlo bien. Aunque se enojen unos pocos (quienes cometen más barbaridades escribiendo y hablando), es preciso insistir en este tópico: si trabajan con el idioma para comunicar las noticias, es inadmisible que no sepan emplearlo porque no lo conocen bien. La periodista y escritora argentina Josefina Licistra afirma: «Escribir bien es complemento de la función periodística, por consiguiente, no es una opción, sino una obligación hacerlo».

Por otra parte, algunas universidades con Facultades de Comunicación y Periodismo han descuidado con cierto desgaire la lingüística. ¿Cómo es que gradúan de periodistas a personas que no saben escribir correctamente? ¿Por qué algunos docentes también cometen serios deslices cuando escriben y hablan? Por analogía, imagínese el lector a un cirujano ¡que no supiera manipular un bisturí! No le permitirían ejercer la profesión, seguramente. 

El idioma se debe conocer y querer. Si decidimos conocerlo y quererlo, lo demás aparecerá como un resultado consecuente.

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