Manual para viajar con señoras

Foto.. Este discreto aplastatecas en una calle de Escocia (MCB)

Por Oscar Domínguez Giraldo

 Uno  de mis primeros oficios fue el de candelabro. Mi abuela Rosa me pedía que acompañara a una de sus hijas y a su novio al cine doble dominical en el los teatros Metro Avenida o  María Victoria. Mi oficio era mirar y reportar novedades. Pero al primer paquete de recortes  (=mecato variado) que me regalaban no veía nada, como los ascensoritas de Nueva York. 

Luego me tocó un tiempo en que no se permitían paseos de muchachos sin señora responsable a bordo para evitar cualquier exceso, por ejemplo un beso. La chica podría quedar ligeramente embarazada.  

Pasados muchos años y por capricho del azar formé parte de un tour por Gran Bretaña. Casualmente, yo era el único macho. La experiencia narrada en los dos primeros pasos me ayudó a salir adelante… 

Como no soy egoísta ni escaparate de nadie, pongo al servicio de la humanidad la experiencia que viví con cuatro espléndidas damas durante ese periplo.                                                                                                     

De sus nombres no debo acordarme, fundamentalmente porque discreción obliga. Además, silenciando nombres, no me expongo a que me pregunten en alguna piñata: «¿Y fulanita de tal ronca?». 

 Empecemos. Para estar al frente de un combo de estos, el hombre debe tener ganas … pero no mostrarlas. Nada más lamentable que un fulano al que le chorrea la baba. Así no levanta ni pa’l bus.  

Conviene que al sujeto tampoco se la vaya la mano en aplomo porque podrán decir de él que tiene el mismo gusto de todas ellas: que le gustan los hombres                                                                                                                        

Viajar por Europa, básicamente, es arrastrar maletas. Las damas valorarán en su justa dimensión su capacidad de maletero que se restea para que ellas no se rebajen a menesteres subalternos. 

De hecho, hay mujeres que sólo se casan con hombres que sepan arreglar maletas de viaje.  Lo confesó una de mis viajeras de cuyo nombre no voy a acordarme.  

Aunque suene raro, un ‘damo’ de compañía debe tener más de eunuco que de sultán. O dicho más suavemente: lo eunuco no quita lo sultán. ¿O será al revés? 

Es posible que durante el periplo el varón tenga que asumir la condición de ascensorista o guachimán de edificio. En este caso, nunca vió nada, no oyó nada, nada le consta. Al buen entendedor pocas palabras. Lo que pasa en Las  Vegas, se queda en Las Vegas. 

En este desorden de ideas, nunca pregunte por esas ojeras que no estaban ayer y hágase el loco con el regreso en la madrugada al hotel de alguna integrante del colectivo. En honor de la verdad nadie incurrió en fugas. 

Y para que no lo vayan a tomar de sorpresa, esté preparado porque en algún momento, en muchos momentos, ellas querrán conspirar en secreto y usted será bien ido. Deles la oportunidad de estar solas. Delante del varón domado se sienten con la DEA y la CIA respirándoles en la nuca. Nunca es lo mismo una conversación entre féminas con macho metido a bordo. Nos ocurre lo mismo a los señores. 

Tampoco sobra tener la lengua afilada y dispuesta a despotricar del prójimo, uno de los grandes deportes colombianos. El chisme es algo demasiado serio para dejárselo solo  al eterno femenino. 

No participar agresivamente en esas tenidas puede granjearle el rótulo de correviedile, ‘faltón’ o pobre de solidaridad. 

Distribuya adecuada y equitativamente el departamento de piropos entre la población femenina bajo su fugaz mando. 

No muestre preferencias especiales por ninguna. Al menos, mientras dura el paseo. De regreso a casa, terminan las reglas del juego. Entonces recuerde el adagio: siembra vientos… 

Para inspirar respeto hábleles durito. Aunque no mucho. De pronto tiene que recular y entonces la reculada será menos dolorosa. 

Es parte de mala educación contar que vio a fulanita de tal comprando ropa íntima para su tinieblo en el exclusivo Harrods londinese, y que después vio a la misma fémina a  comprando crocs para su esposo en el ‘proleto’ Marck and Spencer. Eso le haría perder puntos. (Nadie bajo mi mando incurrió en ese lapsus, pero lo de Harrods y Marck nos lo contó la guía). 

No olvide que en estos viajes usted siempre dice la última palabra: sí. Se hace lo que usted obedece. Punto. 

Nada de formar grupúsculos con unas en detrimentos de otras en caso de desavenencias. Lo más seguro es que unas y otras se reconcilien y entonces usted quedará como el que pisó el tranvía. 

(La recomendación original es del expresidente López Michelsen: No tome partido en los problemas entre parejas porque cuando se produzca la reconciliación usted saldrá por chatarra de los afectos de ambos por haber tomado partido). 

De regreso a casa, no olvide soltar al viento, como quien no quiere la cosa pero en voz alta para que lo oigan y no se crea que la pasó del carajo: «¡Qué viejas tan jartas me tocaron !».   

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