Maduro o la agonía de Petro y Lula

Los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva (izquierda) y Gustavo Petro en Bogotá (Colombia), el 16 de abril de 2024. JUANCHO TORRES (GETTY IMAGES)

JUAN PABLO CALVÁS 

Aquellos que conforman la derecha y la ultraderecha en Colombia están de plácemes por cuenta de Nicolás Maduro, ese dictador que vocifera llevar una lucha contra el fascismo, ese autócrata que se cree estandarte de la izquierda, pero que terminó siendo el mayor promotor de las derechas no solo en Colombia sino en el continente entero al insistir en su mentirosa postura de mostrarse como abanderado de los intereses populares y el cambio social cuando en realidad hoy no es más que el protector de sus intereses y los de su entorno, que por demás vienen manchados por hechos que van desde el narcotráfico hasta la violación de derechos humanos.

El afán de los presidentes de Brasil y Colombia en conseguir que Maduro presente de una vez por todas las actas electorales de la votación del mes pasado es un intento por contrarrestar el inmenso daño que el dictador le hace a un sector político al que le ha costado conquistar espacios en Latinoamérica en medio de democracias que lleva décadas siendo manejadas por políticos que se dejan guiar por la brújula reaccionaria en vez de la progresista. Lamentablemente el paso de las semanas y la negativa de Maduro y compañía en reconocer su debacle van en contravía de los deseos de Lula y Petro. Pobres ellos que creyeron en tan lamentable personaje. Pobres porque la actitud de Maduro les hará daño a ambos. Pobres porque Maduro está trapeando el piso con sus ideales.

¿Cuánto tiempo más podrán aguantar los pobres Lula y Petro sin decir que lo que se configuró tras el fraude electoral en Venezuela es una dictadura? ¿Qué más debe pasar para que hagan lo que han debido hacer hace mucho tiempo con otro dictador llamado Daniel Ortega, quien también tiene sus raíces en los movimientos de izquierda?

A un usurpador y delincuente como Maduro se le debe llamar así no importa la orilla política a la que se pertenezca. Un tipo cuyo gobierno se dedica a arrestar a sus ciudadanos porque no comulgan con sus ideas es un dictador. Un personaje que se inventa conspiraciones internacionales para ocultar el robo que hizo de las elecciones en su país es un dictador. Un dizque líder que tiene que hacer uso de las armas para imponer sus ideas está lejos de ser un líder y Petro y Lula lo saben. El problema es que reconocerlo es un suicidio político.

Sin embargo, a casi un mes de las elecciones robadas no hay peor suicidio que el de permanecer en silencio. Cada día que pasa Maduro demuestra que la izquierda que él abandera para Latinoamérica se parece más a aquella que configuró Stalin con su aparato represivo y homicida, antes que esa que muchos países europeos presentan como modelo de democracia social. Con cada segundo que Petro y Lula dejan pasar aceptando en silencio un robo es como callar ante un atraco hecho en plena calle. Un atraco a la ciudadanía.

Igual el daño está hecho porque para la sociedad siempre lo negativo va a ser más visible que lo positivo. Qué importa si Lula en su primer gobierno logró desarrollo para Brasil. Qué más da que Petro haya sido una esperanza de cambio. En la memoria de las mayorías quedará que la izquierda no sabe abandonar el poder y que, al contrario de lo que han mostrado sus opositores en los últimos 30 años, le cuesta aceptar que en democracia si uno pierde se va. Lástima por Petro y Lula, pero Maduro los enterró.

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