Por Sam Roberts
Madeleine Riffaud, una heroína de la Resistencia francesa que sobrevivió a tres semanas de tortura cuando era adolescente y que celebró su vigésimo cumpleaños ayudando a capturar a 80 nazis en un tren blindado de suministros, murió el 6 de noviembre en su casa de París. Tenía 100 años.
Su muerte fue anunciada por su editor, Dupuis. Riffaud se convirtió en una corresponsal de guerra que militaba por el anticolonialismo.
En noviembre de 1940, un oficial alemán le propinó una patada en el trasero que la lanzó a la guerrilla antinazi clandestina. La echó después de ver cómo los soldados nazis se burlaban de ella en una estación de tren cuando acompañaba a su abuelo enfermo a visitar a su padre cerca de Amiens, en el norte de Francia.
“Ese momento”, dijo Riffaud en una entrevista de 2006 con The Times de Londres, “decidió toda mi vida”.
“Caí de bruces en la cuneta”, declaró a The Guardian en 2004. “Me sentí humillada. Mi miedo se convirtió en rabia”.
En ese momento decidió unirse a la Resistencia francesa.
“Recuerdo que me dije: ‘No sé quiénes son ni dónde están, pero encontraré a quienes luchan contra esto y me uniré a ellos’”.
Riffaud entró en contacto con la Resistencia en Grenoble, Francia, en un sanatorio donde estaba siendo tratada de tuberculosis. Había contraído la enfermedad mientras estudiaba obstetricia en París.
Se alistó con los Francs-Tireurs et Partisans, la guerrilla organizada por el Partido Comunista para sabotear a los ocupantes alemanes. Adoptó el nombre de guerra Rainer, por el poeta austriaco Rainer Maria Rilke.
En 1944, Riffaud se ofreció de voluntaria para una misión en la que debía matar a un soldado nazi. En represalia por la masacre alemana de 643 aldeanos en Oradour-sur-Glane, un lugar que conocía bien desde niña, recorrió el río Sena en bicicleta con una pistola robada. Cuando se cruzó con un soldado alemán que miraba los jardines de las Tullerías al otro lado del río, se detuvo y le disparó dos veces en la cabeza. “Cayó como un saco de trigo”, escribió más tarde.
Fue capturada por un colaborador francés, encerrada en una cárcel de la Gestapo, torturada y su ejecución fue programada. Cuando la transportaban en tren al campo de concentración de Ravensbrück, escapó. Fue capturada pero, al parecer, liberada en un intercambio de prisioneros. Hasta entonces, sus padres la daban por muerta.
Tras ese dramático episodio, fue idolatrada como “la chica que salvó París”.
“Cientos de mujeres jóvenes como yo participaron”, recuerda Riffaud. ”Éramos las mensajeras, las que recopilábamos información, las que reparábamos la red. Cuando los hombres caían o eran capturados, nosotras transmitíamos las noticias, volvíamos a tensar las redes. Llevábamos documentos, folletos, a veces armas”.
La mayor aventura bélica de Riffaud fue la captura de un tren de la Wehrmacht en 1944. Ella y tres compañeros lanzaron fuegos artificiales y granadas contra el tren desde un puente sobre las vías, obligando a los alemanes a retirarse a un túnel. Los cuatro convencieron a un maquinista retirado para que desprendiera la locomotora, dejando a los alemanes atrapados en el túnel. Ochenta soldados de la Wehrmacht se rindieron ante ella.
Después de la guerra, superó una depresión inducida por la “culpa del superviviente”, escribió Keren Chiaroni en Resistance Heroism and the End of Empire: The Life and Times of Madeleine Riffaud(2017). Riffaud se casó y se convirtió en poeta y periodista.
Como reportera y comprometida opositora al capitalismo y al colonialismo, Riffaud cubrió las insurrecciones contra el colonialismo francés en Argelia y Vietnam para L’Humanité, el periódico comunista francés, y escribió varios libros.
Marie-Madeleine Armande Riffaud nació en Arvillers, cerca de Amiens, el 23 de agosto de 1924, hija de Jean Émile y Gabrielle (Boissin) Riffaud. Su padre, herido en la Primera Guerra Mundial, era pacifista. Sus padres eran maestros de escuela y ella pensó que también sería profesora.
Tenía 15 años cuando la guerra alcanzó su casa, entre los refugiados ametrallados por la Luftwaffe que huían del Somme hacia el suroeste no ocupado. En la Resistencia, alcanzó el rango de teniente. Tras la liberación de París, quiso seguir luchando, pero era demasiado joven para alistarse en el ejército francés.
“Era menor, no tenía el consentimiento de mis padres”, dijo, “¡y era una chica!”.
En 1945 se casó con Pierre Daix, un crítico e intelectual comunista que había sido encarcelado en un campo de concentración. Se separaron dos años más tarde, y la hija de ambos, Fabienne, fue criada por los padres de él antes de morir de tuberculosis.
No hay sobrevivientes inmediatos de los que se tenga noticia.
En París conoció al líder vietnamita Ho Chi Minh y se relacionó con otros poetas. Conoció a Pablo Picasso, quien dibujó su retrato al carboncillo para su primer libro, Le Poing fermé (1945), una colección de poemas escritos mientras estaba encarcelada. En 1994 publicó sus memorias, On l’appelait Rainer.
Riffaud quedó casi ciega en un accidente de tráfico, del que culpó a los nacionalistas franceses en Argelia, donde trabajó como corresponsal durante la década de 1950 y principios de la década de 1960. Más tarde pasó siete años integrada como cronista leal con los insurgentes comunistas de Vietnam del Sur, el Vietcong, e inició una relación de cinco décadas con el poeta vietnamita Nguyen Dinh Thi. Él murió en 2003.
En la década de 1970, cuando los comunistas no veían con buenos ojos las relaciones entre vietnamitas y extranjeros, ella regresó a París. Después de trabajar como auxiliar de enfermería en París, escribió Les Linges de la nuit (1974), un libro de no ficción que denunciaba el penoso trabajo y la escasa remuneración de los trabajadores hospitalarios.
Restó importancia a su aclamación como heroína de la liberación de París en 1944. “Me niego a ser un símbolo”, escribió. “Solo era una joven atrapada en la historia”.
“Lo esencial era no rendirse”, dijo una vez. “Cuando resistías, ya eras un vencedor. Ya habías ganado”.
En su libro sobre Riffaud, Keren Chiaroni describió cómo había evolucionado la persona del retrato al carboncillo que Picasso dibujó en París en 1945.
“Vio a una mujer que seguía siendo una niña y que, sin embargo, no reía ni chispeaba como una niña, pues vivía con la sombra de lo que había experimentado hacía tan poco en los calabozos de la Gestapo”, escribió Chiaroni. “Picasso dibujó los pesados párpados de una mujer que no podía olvidar”.
Setenta años después, escribió, Riffaud se había convertido en una “persona apasionada y vital”, que había “elegido enfrentarse a algunos de los dragones políticos y sociales de su época con descaro y valentía”, y “en este sentido, se ha convertido en una persona muy diferente de la joven aturdida y retraída que Picasso dibujó en 1945”.
Sam Roberts es reportero de obituarios para el Times, y escribe minibiografías sobre la vida de personas notables.