Lunes del ajedrez: Marranos

Foto Freepik

Por Óscar Domínguez Giraldo

Los encandila el juego tan pronto lo descubren.  Es como si hubieran incurrido en un caso de amor a primera vista. Para los neófitos, el ajedrez es una epifanía, una droga a la que no pueden – ni quieren- renunciar. Se sienten a gusto con ese estupor que provoca el contacto de primer tipo con el mundo mágico de las piezas blancas y negras.

Los catecúmenos del juego renuncian a la comida, al amor, al sueño, con tal de estar frente al tablero. O viéndolo jugar. Entonces se les desata la adoración por  los contendientes. Se admiran hasta de su forma de agarrar las piezas, respirar, tomar tinto, fumar (bueno, cuando cigarrillo, bohemia, almuerzos embolatados y ajedrez iban de la mano).

La sola presencia del rey sobre el tablero los abruma.  Estar en contacto con la realeza, así sea en el campo de la lúdica, les  provoca fiebre a cuarenta a los arribistas.  Se les hace irresistible la oportunidad de imponerle su destino a todo un monarca.

Dígase lo mismo de la empingorotada y casquivana reina, o  dama, el otro alias por el que se la conoce.

El marrano –no sé por qué a los chambones en algo se les dice así, calumniando de paso al rey del colesterol-  se deslumbra ante un mate pastor; levita ante un mate del perro.

Al disco duro de los inefable marranos –y espero no estar calumniando a los pacíficos puercos- va llegando toda una batería de nuevas palabras. Hasta dormidos, sonámbulos, hablarán de jaques, enroques, sacrificios, gambitos, fianchetos, apertura, medio juego, final, zugzwang…

Caricaturas de Andrés Acosta Domínguez

Pronto se emparentarán con apellidos antes exóticos como Morphy, Anderssen, Capablanca, Alekhine, Botvinnik, Petrosian, Tal, Keres, Spassky, Fischer, Karpov, Kasparov, Anand, Carlsen, Gukesh, actual campeón mundial  y otros más cercanos como Cuéllar, Sánchez, Cuartas, De Greiff, García, Zapata, Caro.

Algún pato benévolo le recitará o le dará copia de los sonetos de Borges sobre el ajedrez.  Otro le contará que el juego tiene divisa: Gens una summus, latinajo para arropar a toda la cofradía.

Por algún azar se enterará de que el ajedrez es de los únicos juegos que tienen diosa propia: Caissa, con la que se puede tutear. E  invocar.

Otro lo sorprenderá contándole que  el poeta Ovidio, ( 43 a. C.– 17 d. C.) sugería a las mujeres utilizar el ajedrez como arma de seducción, y que Cervantes lo menciona en su Quijote.

Muchos llegan al ajedrez de la mano del padre, de la madre, un maestro, un amigo, un futuro enemigo, o de  un tío Alberto, como el de Serrat. Otros aprenderán el abc viendo mover las piezas, como esos genios musicales que aprendieron a tocar violín  o “maracas” sin partitura, por sospecha.

En muchas casos, las clases de química, física o trigonometría de bachillerato, pasarán a un segundísimo plano: primero el billar, o el ajedrez, una forma de ejercer la independencia, la autonomía, la libertad. En ese sentido, el ajedrez que es la soledad de dos en compañía, tiene mucho de la capacidad de destetarse de la férula doméstica.

Para muchos será el mejor antídoto contra la soledad, el desamor, el tedio,  el dolor, la “abundancia de escasez” de dinero. Muchos secuestrados regresan del horror dándole gracias a Caissa por haber tenido el privilegio de tallar y acariciar unas piezas, de volcar en  las 32 figuras sus penas y alegrías.

El flamante marrano socializará con nuevos amigos,  genios, ingenios, talentos, talantes.  A paso de tortuga irá encontrando la belleza que esconde el deporte que vino de la India. Bienvenido, para todos hay.

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