

Daniel Samper Pizano
Aceptémoslo: el mundo es rehén de un monstruo capaz de llevarnos al horno final: el YO colosal, la egolatría incombustible del multimillonario gringo Donald Trump, que está acabando con todo: hasta con las metáforas. Hace unos días lo llamé loco peligroso, no sin antes ofrecer disculpas a los locos, y de inmediato me escribieron especialistas en salud mental según los cuales no utilicé un símil literario sino una descripción realista: estamos ante un auténtico perturbado cuyas acciones pueden resultar fatalmente dañinas.
Al investigar el tipo de desviaciones que aquejan a Trump encontré que decenas de psiquiatras, psicólogos y expertos en conductas anómalas coinciden en señalar su reconocida egolatría como el síntoma más evidente de lo que genéricamente se denomina Desorden de Personalidad Narcisista (DPN o, en inglés, NPD) y, de modo más específico, narcisismo maligno. Se trata de un mal que figura en el Manual de Diagnóstico de Trastornos Mentales (DSM y DSM-5) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. Que es, como quien dice, el libro de Pepete de locos y locuras.
Allí se define al DPN como “un desorden de la personalidad caracterizado por un largo historial de excesivos sentimientos de autoimportancia, necesidad exagerada de admiración y mínima capacidad de empatizar con los sentimientos de las personas”. Cuando estas características se ven agravadas por “el impulso sádico de infligir dolor a los demás”, estamos ante un narcisista maligno. Es decir, Donald Trump.
En octubre del año pasado más de doscientos profesionales de la salud mental firmaron una carta basada en el Manual DSM-5 donde señalan que el entonces candidato y hoy presidente gringo ofrece “síntomas de narcisismo maligno incurable, un trastorno grave de la personalidad”. El documento subraya en el paciente su “incumplimiento de las normas sociales y las leyes”, sus “reiteradas mentiras”, su “desprecio temerario por la seguridad de los demás” y su “’irritabilidad, impulsividad, irresponsabilidad y falta de remordimiento”. Padece, en suma, “un trastorno antisocial de la personalidad”.
No es necesario ser psiquiatra para sospecharlo. Basta con aplicar la tabla de síntomas del Manual, según el cual cualquier persona que reúna al menos cinco de los siguientes nueve requisitos califica como enfermo de narcisismo patológico:
• Sentido grandioso de la importancia propia (Típicamente, exageración de logros y talentos y expectativa constante de ser reconocido como individuo superior a los demás).
• Preocupación por fantasías de éxito sin límites, poder, brillo, belleza o ideal amoroso.
• Convicción de ser un individuo especial y único que solo será comprendido por otros superdotados como él.
• Exigencia de admiración excesiva.
• Sensación de que merece de manera automática tratamiento especial y mejor que los otros.
• Necesidad de aventajar siempre a los demás para lograr sus fines.
• Falta de empatía que le impide identificarse con los sentimientos y necesidades del prójimo.
• Frecuente exhibición de envidia y creencia de que despierta envidia en sus semejantes.
• Muestras constantes de arrogancia y desdén.
¿Cuántos puntos cree el lector que anota Trump?
Algunos profesionales han criticado que se opine sobre el estado mental de un paciente sin un examen personal científico. Las urnas no ofrecen este dictamen; solo indican si ganó las elecciones. En cambio los hechos y actos de Trump son de dominio público desde hace años, lo que ayuda al diagnóstico. Otros especialistas creen que ante claras evidencias de trastornos de conducta en un candidato es un deber señalarlo así. El profesor de psicología Dan P. McAdams escribió que los narcisistas “necesitan desesperadamente que los admiren por su brillo, poder y belleza”. La antropóloga Jennifer Senior advierte: “Nos gobierna un hombre atacado por un desorden de personalidad narcisista, probablemente de la variedad maligna”.
Si Trump fuese un enfermo cualquiera, su familia y sus médicos tendrían que afrontar el problema. Pero el desmesurado poder de que goza como presidente de Estados Unidos nos concierne a todos los terrícolas, amenazados por sus decisiones. La magnitud de su ego, la capacidad de hacer daño, la volubilidad de su carácter y la pequeñez mental de sus colaboradores más cercanos lo convierten en un enfermo caprichoso cuya salud interesa y afecta al mundo entero.
Más allá de toda duda, Trump es un demente engreído y peligroso. Todos los habitantes de este planeta en riesgo de desaparecer tenemos derecho a que la ciencia internacional y los países civilizados le exijan la renuncia antes de que sea tarde.
Además de lo anterior, otra razón para tenerle miedo es que podría convertir su presidencia en un régimen fascista. En 1950 el sociólogo Theodor W. Adorno y tres colegas de la Universidad de California publicaron un libro célebre: La personalidad autoritaria. Su propósito era analizar la posibilidad de que surgiera una dictadura de derecha en Estados Unidos como la que arrasó poco antes a Alemania.
La respuesta a la pregunta de Adorno ha tardado setenta y cinco años, pero ya se puede encontrar en la Casa Blanca.
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