Enrique Santos Calderón
¿Habrá imaginado Gustavo Petro que iba a perder las calles de esta manera tan espontánea y masiva? Porque así fueron las marchas del 21 de abril: sin líderes, ni discursos, ni partidos que puedan reclamarlas como suyas, pero con mucha gente.
Una muestra de descontento ciudadano que este país hace años no presenciaba. Grande, ordenada y además pacífica, lo que no deja de ser significativo. Desde el 4 de febrero de 2008, día de la gigantesca movilización contra las Farc, que señaló el comienzo del fin de esa organización, Colombia no vivía un fenómeno semejante, aunque este no resultara tan multitudinario como aquel.
Lo de hace 16 años fue apoteósico: nunca antes tantos colombianos habían salido a la calle para protestar por algo. Al calor de las consignas de “¡No más secuestro, no más mentiras, no más Farc!”, millones de colombianos expresaron su indignación con el doble juego de una guerrilla que hablaba de paz mientras no cesaba de secuestrar y asesinar. Una apabullante condena social a la pretensión de mezclar política con armas. Histórica también porque evidenció el nivel de conciencia que había adquirido una ciudadanía que entendió que “si no te metes con la política, ella se mete contigo” y se mostró cada vez más dispuesta a hacerse sentir en los espacios públicos. Como lo hizo el pasado domingo.
En este caso contra el gobierno de un presidente de izquierda elegido como intérprete de un anhelo de cambio que, antes de la mitad de su mandato, se ha transformado en amarga decepción. Hay quienes no le perdonan su pasado guerrillero, lo que resulta injusto cuando lleva veinticinco años en la política legal, aunque las mayores razones de su desfavorabilidad del 64 % apuntan hacia la improvisación, descoordinación y pugnacidad que ha exhibido su gestión. Hay algo en el “estilo Petro” que no cuaja.
También pesan, bastante, los temas de seguridad y el estancamiento de la estrategia de paz. Esta carece de rigor y método según el expresidente Santos. No deja de sorprender que el veterano jefe negociador del ELN, Pablo Beltrán, dijera que los diálogos con el gobierno están en su peor momento por una actitud de “perfidia” del presidente. Cosa que indignó a la jefe negociadora del gobierno Vera Grabe, que calificó esa declaración como “inaceptable”, aunque ella como antigua guerrillera debe conocer bien la maledicente astucia de los elenos. En lo que a seguridad se refiere, analistas como Gustavo Duncan hoy sostienen que aun si la política de paz de Petro lograra desmovilizar al ELN y a las disidencias Farc, la expansión de las bandas criminales es una “una bomba de relojería que ya detonó”.
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La reacción del presidente a las marchas contrastó con las de sus principales alfiles (Sarabia, Velasco, Cepeda…), que llamaron a la reflexión autocrítica y a “escuchar, explicar, corregir y dialogar”. ¿No se trata acaso de que “hable el pueblo” como viene repitiendo el jefe del Estado? ¿Las centenares de miles de personas que desfilaron el 21 son parte de “otro pueblo” de oligarcas y burgueses? Descalificar y subestimar el tamaño y significado de lo sucedido lleva a muchos a pensar que Petro se está desconectando de la realidad o entrando en un estado de negación.
Pero no tanto como para resignarse a que la oposición se adueñe de la calle y por eso ha anunciado que el también desfilará —y hablará— el próximo miércoles primero de mayo. Montado sobre una fecha simbólica para la izquierda en el mundo —el Día Internacional de los Trabajadores—, el presidente de Colombia quiere demostrar que mantiene un sólido apoyo popular. Apuesta arriesgada si se recuerda la muy lánguida respuesta que tuvo el “balconazo” del año pasado, cuando llamó a las masas a respaldar sus reformas e invocó el fantasma de una revolución si estas fracasaban.
Además del impacto del 21 de abril, la investigación del CNE sobre finanzas de la campaña presidencial y el embrollo del hijo del ejecutivo por lavado de activos pueden debilitar aún más la gobernabilidad del Pacto Histórico. Tratar de fortalecerla mediante la competencia callejera puede resultarle contraproducente porque la está perdiendo. Existe el camino de la concertación y el diálogo que debería primar sobre la tentación agitacional. El acuerdo en el Senado sobre la reforma pensional demuestra que sí se puede (con tal de que no lo “conejeen” en la Cámara).
El Gobierno está reunido en cónclave de cuarenta y ocho horas en Paipa para analizar la situación nacional y su propia gestión. Oportunidad para corregir rumbos y redefinir estrategias, si prima el espíritu autocrítico que algunos de sus miembros expresan. O para endurecerse o seguir en lo mismo, lo que colocaría al país en una perspectiva de mayor polarización. Amanecerá y veremos.
PS: Al juez Juan Merchán, bogotano de nacimiento, le correspondió presidir el primer juicio penal contra un expresidente de Estados Unidos. Nadie menos que el volcánico, soberbio y aún popular Donald Trump, quien ya desacató una orden de silencio y ha descalificado el proceso con agresivas impertinencias.
¿Será que el juez Merchán le pone el cascabel a este gato? Pueda ser.