Enrique Santos Calderón
Lo peor que puede pasarle a un gobierno —y a una ciudadanía— es un prolongado paro de transporte. Las vías se cierran, el país se paraliza, los ánimos se exaltan y las pérdidas económicas se vuelven ruinosas. Sin hablar de los traumas de todo orden que sufre la gente en su cotidiana vida personal y familiar.
Es obvio que el presidente Petro no previó que la reacción de los camioneros por el aumento del diésel llegara a donde llegó, aunque ha podido imaginarla. Bastaba recordar el que padeció el país durante el gobierno Santos, que duró un mes y fue la crisis más seria que afrontó durante sus dos periodos. La historia del país abunda en protestas y bloqueos de transportadores, que siempre tienen duros impactos sociales y económicos.
Pero pocos como este, por la forma como disparó la carestía, produjo desabastecimiento y golpeó la economía nacional. Para un gobierno de izquierda presidido por quien hizo carrera en la confrontación política y social, lidiar con paros de esta índole representa un desafío que parece desbordarlo. Le están “dando de su propia medicina”, comenta complacido un antipetrismo radical que solo apuesta al fracaso del Gobierno, sin aceptar que en este caso actuó con responsabilidad fiscal, como lo han reconocido los economistas serios.
El subsidio al diésel, o ACPM (Aceite Combustible para Motores), cuesta un billón al mes y era insostenible para las finanzas del Estado. El Gobierno ha hecho bien en mantenerse firme, aunque la decisión no favorece su declinante popularidad ni disimula el hecho de que no estaba preparado para una protesta que se veía venir, y que el anterior gobierno nada hizo para desactivar. Pero —gajes del poder— le toca ahora afrontar una situación que se salió de madre y creó una sensación de vacío de autoridad.
Colocó a Petro entre los palos y me llamó la atención que en su alocución televisada del martes, en pleno paro, se fuera por las ramas con una deshilvanada y casi críptica intervención sobre el pasado escándalo del espionaje electrónico de la firma Pegasus.
Desconcertante, cuando se esperaba una explicación de las causas y consecuencias de la crisis del transporte. Lo vi como una cortina de humo frente a sus aprietos presentes, como el de la violación de topes financieros en su campaña presidencial, por ejemplo, y los efectos jurídicos que esta anomalía puede acarrear.
Lo que se entiende menos es su insistencia en una retórica cargada de excesivas hipérboles y alusiones ofensivas. Su referencia a las periodistas que lo critican como “muñecas de la mafia” le salió muy mal. Y las invocaciones del golpe de Estado que dice sentir en la nuca se vuelven inocuas por lo reiterativas. Sin subestimar, claro, que hay una cantidad de gente que quisiera alejarlo del poder.
No le falta razón a Petro cuando calificó a este paro como “empresarial y con oscuros intereses políticos”. Los grandes transportadores, que no representan a los miles de volqueteros y pequeños camioneros, han sido un gremio beligerante y no propiamente progresista. Pero por más uribistas que sean, mal podrían echarse el cuchillo al pescuezo con acciones que terminarán por perjudicarlos a ellos. Y a la nación entera.
Dije hace una semana aquí que el país parecía ir de bloqueo en bloqueo hacia el despelote final. Y para allá vamos. Hasta que se entienda —y el Gobierno haga entender— que el derecho a la protesta de cualquier sector social —grandes empresarios o pequeños tenderos— no puede atentar contra el bienestar general de la sociedad. Algo elemental, queridos ciudadanos, diría el gran Sherlock Holmes. Pero ¿cuánto nos faltará para asimilarlo?
Al cierre de esta columna llega la noticia de que se levantó el paro. Enhorabuena. Ya habrá tiempo para hablar de sus lecciones.
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De alquilar balcón será el debate presidencial del martes 10 de septiembre entre Kamala Harris y Donald Trump: la progresista candidata afroindia contra el derechista billonario neoyorquino. Dado el empate técnico que registran las encuestas y las fuertes críticas que han intercambiado, el desempeño en este cara a cara puede definir quién llegue a la Casa Blanca.
No será quizás tan agitado y emotivo pues las nuevas reglas no permiten que Trump interrumpa en todo momento, aunque no le impiden calumniar y denigrar de su adversaria, para lo cual tiene innegable y venenoso talento. Pero Kamala no es muda y ha demostrado creciente capacidad para ripostarle con ironía a su agresivo adversario. En lugar de presentarlo como una amenaza prefiere pintarlo como un desgastado mueble viejo, medio desequilibrado y poco serio.
Es la táctica sugerida por el célebre analista político James Carville, muy cercano a los Clinton, que le recomienda a Harris no perder la calma y dejar que Trump sea Trump, con sus repetidos y ya fatigantes ataques personales. Quedan menos de ocho semanas para que la candidata de un revigorizado Partido Demócrata afine su estrategia para asegurar los delegados electorales en siete estados claves. Porque, según el peculiar sistema de la primera democracia del mundo, no le bastará con la mayoría del voto popular.
P.S.: Lo único que falta es que se complique aún más la expedición de pasaportes. Un problema que nunca ha debido surgir, que es increíble que todavía subsista, y que refleja la forma improvisada y atropellada como el Gobierno toma decisiones que afectan a millones de colombianos. En lugar de simbólicas o inoficiosas gestiones en política exterior, el canciller Murillo debe dedicarse tiempo completo a resolver este insólito impasse. Y procurar que no nos cueste un ojo de la cara.