Los Danieles. Un Milei llamado Musk

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderon

Que un tipo tan fantoche y facho como Elon Musk haya adquirido tal preponderancia no solo habla mal del gobierno de Estados Unidos sino del estado de salud de la primera democracia del mundo, donde los conflictos de interés de sus dirigentes y figuras públicas ya no parecen contar para mucho.

Nombrado por Trump como director de un nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental para eliminar burocracia (ahí lo vimos posando con una motosierra como emblema de los drásticos recortes que propone), el señor Musk es el hombre más rico del planeta y un soberbio magnate cuyos agresivos delirios políticos indignan —y preocupan— a muchos estadounidenses. Y a no pocos gobiernos de otros países, que resienten la forma como se inmiscuye en sus asuntos internos.

Nacido en Suráfrica, emigrado a Canadá y nacionalizado en Estados Unidos, este billonario activista es objeto de investigaciones por evasión tributaria, prácticas abusivas, daños ambientales, persecución sindical y propagación de falsa información. Es además un “conflicto de intereses ambulante”, como lo ha calificado la prensa, pues su fortuna está ligada a favorecimientos del gobierno, desde donde ahora pretende influir sobre las agencias oficiales que regulan sus negocios. Ya logró socavar a USAID, una entidad de ayuda a países pobres a la que acusó de “criminal” despilfarro, luego de que esta quiso investigar su entramado empresarial.

Musk he recibido más de quince billones de dólares en contratos en los últimos años. Su compañía Space X, valga el ejemplo, duplicó su valor (estimado en la bicoca de 300 billones) y conocedores del tema atribuyen parte de esas ganancias a la cercana relación con Trump, beneficiario de sus generosas donaciones, quien no oculta su admiración por el estilo autoritario con que Musk maneja sus compañías. Todo lo cual es “casi caricaturescamente corrupto”, según el experto en política pública de la Universidad de Michigan Daniel Moynihan. “Carece de valores morales”, sostuvo en días pasados el premio nobel de economía Joseph Stiglitz, quien advirtió que su gran poder mediático era peligroso para la democracia.

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Elon Musk no se contenta con ser el tetrabillonario del planeta. Quiere influir sobre su destino y convertirse en portavoz global de una derecha radical, que hoy fomenta en más de veinte países. Por algo, el presidente Macron lo acusó hace poco de estar promoviendo “un nueva Internacional reaccionaria.” Apoyado en su inmensa riqueza, adelanta una diplomacia privada de marcado perfil nacionalista y antiizquierdista que lo ha convertido en una especie de superhéroe de la extrema derecha en el plano internacional.

Son conocidas sus simpatías por gobernantes autoritarios como el húngaro Viktor Orban y partidos como Vox en España, pero quien más lo cautiva es Javier Milei. “Amo a Milei”, llegó a decir tras el encuentro en el que el presidente argentino le llevó de regalo —símbolo diciente— una motosierra para cortarle la cabeza a la burocracia.

Además de sus afinidades ideológicas y sus defensas a ultranza del libre mercado contra cualquier intervención estatal, Musk y Milei se parecen en sus personalidades histriónicas. Sobreactuados, provocadores, adictos al impacto mediático, son dos caras de una misma moneda. El uno muy rico, el otro mucho menos, provenientes de distantes polos geográficos (Pretoria y Buenos Aires), son de la misma edad, tienen probada química personal, similar estilo exhibicionista y ambos gozan de una popularidad de alrededor de cincuenta por ciento entre sus compatriotas.

Un Musk llamado Milei, o viceversa. Cada cual expresa con sus peculiares egos y excentricidades la misma tendencia derechizante que recorre la política en gran parte del mundo occidental. Puede ser un fenómeno pasajero y el péndulo de la historia regresaría más temprano que tarde a toldas más ecuánimes y socialdemócratas. Se puede demorar, eso sí, con un Donald Trump con casi cuatro años por delante y conservadores derrotando a liberales en elecciones aquí y allá.

Pero la política es dinámica, como se dice. Y puede haber sorpresas. Habrá que estar pendientes de comicios claves que se celebren próximamente en los países libres. Y también en Colombia, por supuesto, donde las extravagancias del gobierno Petro —aquí también hay de eso— podrían terminar por instalar a la derecha conservadora en el poder por largo tiempo.

¿Será que este país merece un Elon Musk? Imposible que estemos tan mal…

P.S.1: Sin precedentes el durísimo altercado al aire entre Trump y Zelensky en la Casa Blanca. Sobre todo por la forma humillante como fue tratado el presidente ucraniano, que confirma el talante matón del mandatario gringo y contrasta con su amabilidad con Putin. ¿Tendrá que ver con los comprometedores videos que supuestamente tiene Moscú sobre una pasada visita de Trump y sus relaciones íntimas con modelos rusas en un hotel de esa ciudad? La versión ha resurgido en EE.UU. y Trump convocó rueda de prensa para desmentirla. Con exagerado énfasis, al decir de algunos.

P.S.2: Me declaro confundido con las fricciones y renuncias en el Gobierno. No sé si obedecen a discrepancias ideológicas, choques personales o necesidades burocráticas. En todo caso la salida del gabinete de figuras como Francia Márquez o Susana Muhamad transmite un mensaje algo más que simbólico. Así como la entrada del controvertido Armando Benedetti como ministro del Interior tiene un significado concreto y real. Sus efectos políticos están por verse.

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