Daniel Samper Pizano
Hace unos quince años Joan Manuel Serrat figuraba entre los candidatos más opcionados para ganar el Premio Príncipe de Asturias. Rodeado de hermetismo, solo se conocía la fecha en que se revelaría al vencedor. Esa lejana mañana Serrat recibió el telefonazo esperado: había ganado. Un vocero de la fundación que otorga el prestigioso reconocimiento le dio la noticia y lo felicitó de corazón.
El cantautor y los suyos no habían alcanzado a disfrutar la buena nueva cuando entró, poco después, una segunda llamada. El mismo portavoz le ofrecía disculpas e informaba avergonzado que se trataba de un error. El ganador había sido otro… cuánto lo lamentamos, maestro…
El maestro, que está templado por el fútbol para grandes expectativas y grandes desengaños, lo tomó con calma y entendió que lo habían derrotado en la tanda final de penaltis. Como, además, es hincha del Barcelona, sabe que su equipo tarda más en anotar un gol legítimo que el árbitro en anularlo o declarar que no lo vio.
El miércoles pasado, a eso de las diez de la mañana, un vocero de la fundación volvió a conectarse con la casa Serrat. Habían pasado tres lustros. Ahora era en serio: dos horas más tarde iba a anunciarse que el cantautor había ganado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024. Pero esta vez Serrat había salido, así que le dejaron un mensaje. Solo al regresar a casa recibió las llamadas que confirmaron la noticia.
Fue una inyección de felicidad. Pocos días antes había llegado con Yuta, su mujer, luego de pasar un mes en la distante Oceanía con sus nietos australianos, rubios como una melcocha, y él y ella acusaban en grado agudo el síndrome del guayaborum abuelensis. Es este un mal que se apodera de los adultos mayores cuando aceptan, obligados, que deben dejar la educación de sus infantiles descendientes en las inexpertas manos de los padres de las criaturas.
La dicha de Serrat y los suyos por el anunciado premio solo era comparable a la de millones de seguidores de tres generaciones que se han criado oyendo sus canciones y saben que no existe en la música popular latina ningún mito más elevado, ninguna idolatría más merecida, en fin, ningún reconocimiento más justo que este.
La biografía musical de Serrat arranca en el barrio obrero de Poble Sec, Barcelona, donde su papá le regaló una guitarra de segunda mano, y cubre la geografía de habla hispana durante más de medio siglo.
El año entrante habrá fiestas (¡gloria a Dios en las alturas!) pues se cumplirán sesenta años de su primera canción (Ella em deja: Ella me deja), su debut en la radio, su disco inaugural y la primera vez que trepó a un escenario armado de guitarra y patillas de prócer. Parecía un escenario pueblerino catalán, pero era, en realidad, la cúspide de una ola donde Serrat reina desde entonces: la avalancha musical que hizo eco a las protestas, las aspiraciones, las frustraciones, el lenguaje, el humor, la nueva manera de amar y de vivir de quienes iban a transformar el mundo…
Con sus versos y sus pentagramas Serrat rinde testimonio de todo cuanto sucede a su alrededor. En menos de diez años, Franco muere y se lleva a su tumba la España autoritaria y anquilosada; América Latina cambia de dictadores; las mujeres se sublevan (Si hagués nascut dona: Si hubiese nacido mujer); los pobres huyen en pos de trabajo y bienestar (Disculpe el señor); la naturaleza se queja (Padre, El hombre y el agua); el planeta se instala en modo guerra fría (Los macarras de la moral)…
Un paisaje agridulce llena la música y la poesía de Serrat. En ocasiones relata historias, como las de Penélope y Benito; en otras dispara obuses sarcásticos contra el poder (Algo personal), o expresa su cariño por la España sencilla y folclórica de sus padres (Romance de Curro el Palmo). A lo largo de camino —que solo se hace al andar, según le contó a Serrat don Antonio Machado— tiene la fineza de contarnos sus creencias. Casi todas sus canciones declaratorias —Cada loco con su tema, Toca madera, Bienaventurados— aparecen aliviadas por el aliño del humor, para que no apesten a monsergas de mosenes. Y en medio de la oscuridad y el miedo él halla alguna esperanza (Utopía, Hoy puede ser un gran día) o nos presenta a su adorable otro yo (Tarrés).
Serrat cumple el ciclo completo. Padece amenazas y ataques. Sufre discriminaciones por cantar en catalán pudiendo hacerlo en castellano. Le impiden competir en Eurovisión. Conoce el exilio durante un año en México. Y mientras España se emboba con Europa, él descubre a Latinoamérica y propaga que el sur también existe. Aunque es autor de más de cuatrocientas canciones, suma a su repertorio las de muchos sudacas (el anónimo compositor del vallenato El amor amor, José Alfredo, Discépolo, Yupanqui, Benedetti, Violeta, Simón Díaz, Cantoral, Cortez) y de cantautores internacionales que admira, como Brassens, Presley y Leonard Cohen, que, a propósito, también ganó en 2011 el Príncipe de Asturias de las Artes, cuatro años antes de que se ajustara el nombre a la princesa Leonor, hija mayor del rey Felipe VI.
Los temas de Juanito, como le decía la mamá, abarcan desde la nostalgia de las cosas (Los fantasmas del Roxy) y de las personas (Decir amigo) hasta lo surrealista (Malson per entreues: Pesadilla por entregas). Pero no nos engañemos: la cuerda que conduce es el amor. En el recorrido se van desprendiendo canciones prodigiosas, capaces de competir con Mediterráneo, como Lucía, Barcelona y yo, Soneto a mamá, Es caprichoso el azar, Por dignidad, De cuando estuve loco y mi favorita: Entre un hola y un adiós.
Algunos ganadores del Princesa de Asturias de las Artes son Woody Allen, Francis Ford Coppola, Alfredo Kraus, Norman Foster y, hace un año, Meryl Streep. Ahora le corresponde a quien habría podido recibirlo hace quince años o hace cuarenta. Lo pillaron cumplidos los ochenta y ya retirado, tranquilo, vivo retrato de mansedumbre, blindado por su eterna sonrisa de picardía, con cinco nietos y medio ansiosos de pelearse la medalla y propietario de una cachucha tipo Chómpiras, que si la ve Petro se la expropia.
Siempre la música. Siempre la poesía. Siempre el amor. Siempre Serrat. Siempre Serrat. Siempre Serrat.