Daniel Coronell
La medida del éxito del periodismo no puede ser la consecución de clics. La meta de un trabajo periodístico serio no puede consistir en exacerbar sensaciones en lugar de comunicar con seriedad lo que está pasando. El sensacionalismo para conseguir usuarios no remplaza al periodismo de buena calidad que tiene como meta buscar hechos de interés público para informarlos. El periodismo tampoco puede ser aburrido, tiene el deber de buscar elementos atractivos –e invariablemente ciertos– para contar una historia que les importe a los ciudadanos.
Con los parámetros de hoy quizás el reportaje Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez no se habría publicado porque muchos medios lo hubieran considerado largo, farragoso y poco atractivo para internet. Quizás muchas piezas de buen periodismo no llegan hoy a conocer la luz por cuenta de la tiranía del clic.
Con frecuencia detrás de los números de los que se jactan ciertos medios hay una estrategia mentirosa. No solo por la distorsión de la información sino también por la creación de contenidos que nada tienen que ver con el trabajo informativo del medio –a veces no están siquiera publicados de manera visible en los portales–, sino con direcciones electrónicas ocultas para generar tráfico masivo impactando los buscadores de internet.
El proceso en el mundo digital se llama SEO y es el acrónimo de search engine optimization. Consiste en el uso de un conjunto de técnicas para que los motores de búsqueda –Google es el principal de ellos– sitúen en las primeras páginas de resultados ciertos contenidos tengan o no que ver con el periodismo, con el propósito de disparar el tráfico.
Hace un tiempo me enteré de que los números de los que se vanagloria un medio, están basados, en buena medida, en cáscaras de piña. Los estrategas SEO del dueño se percataron de una tendencia vieja basada en los posibles efectos terapéuticos de la corteza de esa fruta. Por eso resucitaron la tendencia que ya existía, se apropiaron de ella y desde hace un tiempo periódicamente generan direcciones URL (sigla de localizador de recursos uniformes) relacionadas con esta mina de tráfico: “cáscara de piña para obtener colágeno”, “los beneficios de tomar agua de cáscara de piña en ayunas”, “agua de piña para adelgazar”, así se debe desintoxicar el cuerpo con cáscara de piña. En fin, toda una gama de publicaciones sobre las cáscaras que disparan el tráfico pero que nada tienen que ver con el periodismo.
Hay otros golpes de astucia similares que resultan fáciles de descubrir poniendo las palabras claves en los motores de búsqueda, pero la estrategia no se limita a eso. Cuando la información se vuelve un negocio, la distorsionan, la adaptan, la exageran, le dan falso sentido de urgencia o de exclusividad para pescar clics.
En ese remedo de periodismo la fuerza está en los adjetivos. Los testimonios son “explosivos”, la gente no habla, sino que “rompe su silencio”, no da declaraciones, sino que “se despacha”, el adjetivo “escandaloso” va en uno de cada tres titulares, todo es “enigmático” o “misterioso”.
Desde luego esta clase de redacción no pesca dos veces a un lector inteligente, pero a quienes lo promueven no les importa la calidad, sino la cantidad. Por esa misma razón los reporteros, como pretenciosamente llaman a sus creadores de urls, trabajan como remando en una galera. Tienen cuota de producción por hora para mantener alimentado al monstruo del tráfico. Los titulares a veces no corresponden a la noticia. Se busca que los usuarios hagan “scroll”, es decir que sigan desplazándose hacia abajo en un artículo aunque no tenga que ver con su interés inicial.
Como si fuera poco, detrás de esta pobre imitación del periodismo se oculta la defensa de intereses empresariales y políticos. Los medios así no tienen como prioridad el servicio público sino la consolidación de sus guerras corporativas, desacreditar a quien se les atreviese, alabar a quien se las facilite y destruir a quien se les oponga.
Algo similar sucede en materia política. Pretenden negar las evidencias de los delitos de aquellos que les sirven y en cambio buscan, con desesperación, la criminalización de quienes no están de acuerdo con ellos.
Desde luego en esta clase de operaciones, que acaban con la credibilidad del periodismo y minan el futuro de los países, la menor responsabilidad es de los que firman. Los verdaderos culpables son los que ponen y sacan la plata para beneficiarse. Ellos no corren el menor riesgo, cuando todo se acabe seguirán tomando whiskey en otra parte.