Los Danieles. Réquiem por los pobres pavos

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

El gran símbolo de la fiesta de Acción de Gracias que se celebra cada noviembre en Estados Unidos es una pareja de pavos a los que el presidente de turno les perdona la vida ante una colosal audiencia televisiva. Mientras el rito misericordioso tiene lugar en la Casa Blanca, en el resto de los hogares del país los hornos asan a 46 millones de pavos que, sin vida ni cabeza, ofrecerán poco después un espectáculo gastronómico casi obsceno en la mesa del comedor. 

Los pobres pájaros que fallecieron el jueves pasado no pudieron dar gracias a Dios por los favores recibidos. Ellos formaban parte del ejército de 250 millones de cadáveres de Meleagris gallopavo domesticus que, deliciosamente asados, contribuyen cada año a unir las familias gringas en torno a una exquisita fuente de proteínas. El tradicional indulto se remonta a 1947, cuando el presidente Harry Truman, aquel que lanzó las primeras bombas atómicas dos años antes, se negó a cocinar el pisco que le regalaba el gremio avícola y, a diferencia de lo que ocurrió con 246 mil ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, le concedió vivir.

Hace pocos días, Peter Singer, pensador australiano y profesor universitario de bioética en Estados Unidos, se quejó en un artículo de que se otorgara el perdón a un guajalote que no ha cometido crimen alguno. El animal, pese a su inocencia, llega condenado de antemano a la pena capital —sostiene Singer—, cuando en realidad es una víctima del sistema de crianza y sacrificio de aves en su país y en el mundo. En ese punto, el “filósofo más influyente del mundo” (así lo califica The New York Times), repasa el proceso de deformación genética que sufren los pavos en el afán por obtener de ellos el máximo provecho: malviven hacinados en galpones cuyo suelo son charcos de orines y mierda; las patas esqueléticas suelen padecer torceduras o artritis y no alcanzan a sostener el peso de la enorme pechuga, aumentada por medios artificiales. “No reciben trato como aves —afirma el catedrático—; son máquinas destinadas a convertir forrajes baratos en carne costosa”. 

Singer no aboga por la prohibición de la carne ni pretende regresar a la cría de pavos con maíz en el patio de la casa, porque, para empezar, ya las casas no tienen patio y, de todos modos, aún en las más amables condiciones el final del pavo resulta trágico e inolvidable. Lo que pide el filósofo es que se abandone la farsa del perdón y se acuda a métodos más caritativos de sacrificio. Razón no le falta. Recuerdo atroces escenas decembrinas de mi infancia: las lágrimas de los niños que jugábamos con el animal, las dosis de aguardiente que le embutían por el pico para dar más sabor al asado, las poderosas manos escogidas para torcerle el pescuezo y las miradas tristes del inminente fiambre. 

Colombia tiene escaso mercado pavícola: 80 gramos anuales por habitante, frente a 35 kilos de pollo. Hace medio siglo la gallina y su hijo eran un lujo navideño, pero la producción creció y se convirtieron en comida popular para toda la familia. Este mes, según Valora Analitik, cerca de 80 mil aves —casi todas pollos— cantarán villancicos en hornos colombianos.

El proceso ha exigido una cruel transformación industrial. Hay corrales de ponedoras, que necesariamente son solo gallinas, y los hay de engorde, donde brilla la igualdad de género. En los primeros, si sale del huevo un pollito (un experto determina el sexo con ojeada a la rabadilla), pasa de inmediato a una trituradora que lo convierte en pegote de desecho.Maceración mecánica, lo llaman. Consiste simplemente en aplastarlo, destrozarlo con cuchillas eléctricas y tirarlo a una fosa común donde millones de colegas suyos no alcanzan a decir ni pío antes de que los masacren. Es una especie de licuadora que rompe y mezcla huesos, carnes y plumas. Si, como ocurre a veces, hay atasco de víctimas, la muerte del animal tarda varios segundos.   

“Son seres sintientes —afirma la veterinaria Vania Nunes—. En su breve lapso de vida, los pollitos experimentan dolor físico, pues el sistema cerebral ya está formado”. 

Si nace un macho aovado en corral de ponedoras, el mazacote va a parar a un vertedero o se emplea para compostaje. En caso de que sea hembra, la esperan los infames galpones atiborrados, meses de luz artificial (nunca llega la noche en estas jaulas), y al final, fallecimiento, agua hirviendo y desplume, aunque no necesariamente en ese orden.

Para no dañarles a los lectores la lechona navideña, que es tan sabrosa, ahorro el proceso de agonía, chillidos y desangre de cerdos, que ocurre por lo general con cuchillo de por medio. 

Como todo es relativo, no inspiran igual compasión todos los decesos zoológicos. “Hay seres más sintientes que otros”, habría dicho Mafalda. En este cuadro de horror sí que influye el tamaño. La muerte ceremonial y no obligatoria de un toro nacido para la lidia despierta en algunas personas sentimientos respetables de repulsión. Pero también es fuente de ordeño político, populismo y negación de los derechos ajenos. En cambio, la cotidiana y masiva masacre industrial de aves, chanchos y reses, así como la pesca con explosivos, no suscita las mismas protestas.

Por eso, en la navidad que llega no faltarán los ciudadanos que, creyéndose discípulos de san Francisco de Asís, tomarán asiento en torno a un hermano pollo asado o un hermano pavo sin cabeza y charlarán indignados sobre la crueldad de las corridas de toros.

ESQUIRLAS: Este gobierno tendrá que explicar al país por qué hay plata para comprar los silencios y caprichos diplomáticos de Armando Benedetti, y para pagar chanchullos con carrotanques, puentes chinos, frecuentes viajes presidenciales con comitiva, aviones oficiales y mil derroches más, pero no para compromisos con estudiantes. Lo notable es que quien más necesita una beca de Icetex para estudiar Español y Urbanidad es el actual ministro de Educación.

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