Los Danieles. Petro, Gaza y elecciones

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

  Dentro de una semana Colombia elegirá alcaldes, gobernadores, diputados, concejales y ediles en unos comicios locales y regionales que pueden darle un vuelco al panorama político nacional.
 
   No estoy seguro de que todo el mundo entienda lo que está en juego. Es la primera medición ciudadana de fondo sobre el primer gobierno de izquierda en la historia reciente, aunque la gente no repara tanto en referencias ideológicas, sino en cómo le esté yendo en lo personal, en qué recomienda el jefe político más cercano o en cómo le cae el presidente que nos gobierna.
 
   Presiento que el gobierno recibirá una dura bofetada en las urnas y, al margen del errático manejo de la agenda personal de Petro, de sus ausencias e impuntualidades, me pregunto hasta dónde pesará la forma como asumió la delicada crisis de Gaza-Israel. Sospecho que muy poco. Salvo quizás con el zarpazo de los gringos sobre Panamá en 1903 o la guerra contra el Perú de 1932, el pueblo colombiano nunca se ha conmovido o movilizado mucho por temas internacionales (somos el “Tíbet de Suramérica” decía López de Mesa, o López Michelsen, no recuerdo bien cual).
 
   Aunque la guerra en Gaza no será factor en estos comicios regionales colombianos, en algo incidirá la fuerte polémica que suscitó la postura de Petro de no condenar el ataque inicial de Hamás y de comparar los bombardeos israelíes con el genocidio nazi de judíos en la Segunda Guerra. Luego suavizó el exabrupto invitando al embajador de Israel a Casa de Nariño y posando sonrientes para la prensa. Pero Washington y Tel Aviv no olvidarán las declaraciones de Petro, aunque tambén es cierto sus efectos se diluyeron ante los despiadados bombardeos retaliatorios sobre Gaza, que aquí advertí que le resultarían contraproducentes a Israel.  
 
  La drástica represalia aérea con miles de víctimas inocentes (entre ellas mas de mil niños) ha generado creciente simpatía con los palestinos y minado la solidaridad internacional con la nación judía, que pasó de agredida a agresora. Las redes sociales están al rojo vivo con el tema, en medio de una interminable discusión sobre cuál es la “proporcionalidad” de un Estado en la respuesta al terrorismo y cómo diferenciar los crímenes de guerra de uno y otro lado. 
 
    Ambos luchan por causas en las que creen ciegamente. Israel, en la necesidad vital de asegurar su seguridad y supervivencia de cara a quienes quisieran destruirlo. Los palestinos, en su sagrado derecho a una patria propia sin la asfixiante tutela, discriminación y maltratos que hace tanto tiempo padecen. Dudo en condenar o absolver de manera tajante aquí o allá, pues cada cual tiene razones de fondo. Pero sí es pertinente preguntarse por los valores y creencias que encarnan. Y aquí no dudo en identificarme con los principios democráticos y pluralistas que representa Israel, frente a países o movimientos fundamentalistas religiosos que proclaman “guerras santas” contra los infieles y buscan implantar una ley islámica, la sharía, que niega elementales derechos humanos.
 
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  Todo lo que pasa allá nos concierne, pero yendo a lo nuestro, a nuestras guerras y conflictos, hay que celebrar el cese al fuego de tres meses pactado con las disidencias Farc del llamado Estado Mayor Central. Si se cumple sin trampas ni violaciones y si también hay algún progreso en las conversaciones paralelas con el ELN, se lograría un significativo avance hacia una desescalada del conflicto armado.
 
  Un país que ha sufrido tantos pactos de paz frustrados no se hará demasiadas ilusiones sobre unos preacuerdos aún gaseosos, donde no ha faltado la improvisación. Pero el hecho de que se silencien los fusiles durante algunos meses y las comunidades afectadas tengan un respiro ya dice algo. Pueda ser que su efecto sea contagioso y a esos grupos armados les quede gustando la tregua.
 
   Si Petro logra con ellos acuerdos aceptables para el país, recuperaría necesitado oxígeno político y se confirmaría que insistir en la paz es prioritario para el avance de su agenda. Pero un requisito esencial de este avance es que salga adelante la tan largamente esperada reforma agraria que sigue durmiendo el sueño de los justos en medio de las marañas burocráticas y trabas leguleyas de siempre.
 
   Si en algo debería concentrarse el presidente es en un proyecto como este, de hondo impacto social, que está de un cacho y solo requiere de un decisivo empujón final desde arriba. Si no lo hace, si continúa en la dispersión y en la incomunicación, el baculazo electoral será más duro de lo que él mismo se imagina.
  
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    Y a todas estas, ¿dónde está Cielo Gnecco? Que una matrona de mas de 80 años, cabeza de un clan familiar que personifica la corrupción política en su región (Cesar y Guajira), sindicada de secuestro agravado y homicidio, lleve más de quince días prófuga, no habla bien del brazo de la ley ni de su inteligencia policial. No se trata de mandar al calabozo a una persona de la edad de doña Cielo. Pero sí, al menos, de capturarla, reseñarla y divulgar su rostro con número de prontuario. ¿Ni esto se puede?
 

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