Los Danieles. Petro expande el virus

Daniel Samper Ospina

Daniel Samper Ospina

Termina una semana de múltiples noticias, ninguna de las cuales puede superar la del discurso pronunciado por el presidente Petro en el magno recinto de la ONU con el cual elevó su estatura a la de líder mundial. Repasemos el momento para que quede en la historia. El mandatario de todos los colombianos se ha tomado en serio su encuentro con la humanidad y por lo mismo ha decidido viajar con su mano derecha, la doctora Laura Sarabia, quien estrena maleta, porque la otra, la negra como de cremalleritas que tanto le gustaba, nada que aparece. Con ella ha ensayado algunas frases que piensa leer. Leer, sí: leer. Porque, aunque su estilo natural se basa en la improvisación, como el país entero ha podido constatarlo en estos meses de gobierno, en esta ocasión no piensa correr riesgo alguno. Por eso ha puesto el reloj despertador desde las ocho de la mañana. Del día anterior, es decir del lunes. Y se halla vigilante. Asistió, sí, a un espectáculo de Broadway el fin de semana, pero lo hizo contenido, responsable, más presidente que nunca. Pidió únicamente un Cuba Libre, que apuró mientras redactaba un trino en defensa de los hermanos Castro, a quienes reivindicó por haber ofrecido a los niños cubanos alimentación, educación y, posteriormente, balsas.
 
Llegado el día, sabe, pues, que el mundo entero lo va a escuchar: que está a instantes de que le acomoden los dos directorios telefónicos bajo el atril para que alcance al micrófono y una vez allí, erguido ante las cámaras del mundo, cese el ruido por un rato; tregua declaren las guerras al momento, y el planeta se detenga para escuchar lo que tiene por decir. Alertar del fin del mundo. Promover al país de la belleza. E ingresar al podio de los más grandes oradores de la historia humana, acaso al lado de Demóstenes, aquel sabio ateniense que practicaba sus discursos con guijarros en la boca, un poco a la manera del doctor Navarro Wolff.
 
La noche en Broadway arrojó unas anécdotas menores que acaso no llegue a consignar en su libro de memorias, tarea a la que ya se enfrenta con asesoría literaria de Hollman Morris, Gustavo Bolívar y Daniel Mendoza, titulado Confieso que he bebido, como un guiño a Pablo Neruda, cuya casa en Isla Negra acaba de visitar. 
 
Poeta. Siempre quiso ser poeta. Ir por el mundo sembrándolo de hijos con nombres luminosos y variados, como Nicolás y Nicolás, o como Andrés y Andrea, y dejar una alegre herencia de luces y de flores, como hízolo ya con Álex Flórez.
 
Pero el destino lo quiso estadista y su forma de brillar como rapsoda será arrojar algunos aciertos luminosos en las catorce hojas del discurso que en este momento lleva en su bolsillo. 
 
Se siente seguro de sus palabras, esculpidas con el martillo de la disciplina y el cincel de la inspiración. En ellas laten sus más grandes influencias literarias: late Neruda, sí; late Isabel Allende, la hija del compañero presidente Salvador Allende; late, también, la perrita Bacatá, a quien recuerda cuando escribe. El presidente bebe de todas influencias. El presidente bebe. Pero también resuena en su prosa otro bardo de sus afectos: su embajador en Inglaterra, el poeta Roy Barreras, quien le ha enviado por el chat, desprendido y generoso, algunos arrebatos líricos de su propia cosecha para que —como si se tratara de sus novias de juventud— los haga suyos. 
 
Ha llegado el momento. Camina hacia el atril con una extraña sensación flotante. Los representantes de las naciones, con solo observar a la delegación colombiana, guardan silencio, no como otras veces, cuando la veían y guardaban los objetos de valor. El presidente Biden, quien ya abandonaba el recinto por el corredor de salida, se ha regresado. Integrantes de las misiones orientales y árabes se instalan, ávidas, los audífonos, a diferencia de las africanas, que escuchan el discurso en español gracias al programa de bilingüismo suajili-castellano de la vicepresidenta Francia Márquez. 
 
Es una nueva cita con la historia. El hijo de Ciénaga de Oro se ha preparado desde su nacimiento para este momento que, por fin, ha llegado. Las esquelas más importantes de su vida desfilan por la cabeza en desorden: los calurosos días de infancia en la costa, cuando comía níspero; la lucha armada en Zipaquirá, con la espada de Bolívar; la cama rota que le dejó Lucio.  Enciende entonces el micrófono. Aprieta el lápiz en los dedos. Sus ojos fijan en el teleprónter. Y eleva el verbo mismo de su voz como una flama —que no como una flema, como en lamentable error de digitación comentó  la doctora Irene Vélez en el grupo de Whatsapp del Pacto Histórico—, mientras pronuncia el más sublime discurso que se haya escuchado en aquel recinto planetario desde la caída del muro de Berlín: su voz es un torrente, no una voz; en sus palabras habla un pueblo, no una persona; y, encadenando una figura literaria tras otra, pone el dedo azul del cielo sobre la llaga inclemente de la tierra arrasada, y cierra el final de aquel alud de palabras con un sincero llamado a la humanidad: el llamado a “expandir el virus de la vida por la galaxia del universo”. 
 
Una frase que indica que no pasarán. Una frase que queda en el mármol de la historia. El líder que lanza para el mundo la misión/visión de su planeta. El personaje de Saint- Exupéry que, esta vez sin capa ni carnero, toma vértebras en el presidente del país de la belleza y lega aquella frase de bronce por encima del contexto y de la coyuntura, con la ambigüedad propia de las obras clásicas que se elevan sobre su tiempo: “expandir el virus de la vida por la galaxia del universo” como un todo: como una forma de quejarse ante la anónima ventosidad del compañero de salón o como una manera de pedir a la pareja el rato de intimidad; “expandir el virus de la vida por la galaxia” como un “Te amo”, como un “Tengo que trasbocar”, como una respuesta al “Qué hacemos esta noche”.
 
Truenan los aplausos como se constata en la transmisión de RTVC (algunos incluso con la expresión “well done, president Biden!”).  Desciende a la tierra de nuevo el presidente. Su ingreso a la historia se ha hecho efectivo y nace para el mundo un nuevo bardo literario (que no burdo, como en lamentable error de digitación comentó la doctora Irene Vélez en el grupo de Whatsapp del Pacto Histórico).
 

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