Los Danieles. Papayocracia

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Sería tonto negar que Gustavo Petro es un personaje extraño. No lo digo por algunas mañas curiosas, como la de hablar siempre con un lápiz en la mano o llegar, sin el menor sonrojo, dos horas tarde a una cita importante. Cada quien tiene sus tics, y aun con ellos es posible hacer un buen papel como gobernante. Eran peores los malos hábitos de Winston Churchill, aficionado a bañarse largamente en tina sin reparar en su apretada agenda y soplarse media botella de whisky diaria. Fue este mismo señor, no lo olvidemos, quien salvó a Occidente de la catástrofe durante la II Guerra Mundial.


Petro no es Churchill ni Churchill es Petro, eso está claro. Pero la rareza de Petro no inquieta por peculiaridades como el simpático amuleto oratorio del lápiz o la desesperante descortesía de la impuntualidad, y ni siquiera por su sabia decisión de cancelar el caduco frac (remember el ridículo traje ceremonial tetillero de Álvaro Uribe) y vestir lo que llamábamos el Everfitantes de que el neoliberalismo trajera la ruina a la industria textil nacional. Lo que preocupa son ciertas reacciones inesperadas con que a veces sorprende y que a menudo se blindan de misterioso silencio. Aún ignoramos por qué echó tempranamente a Patricia Ariza del Ministerio de Cultura y por qué nombró como protectora de la niñez a un ama de casa que confundía el canto con los chillidos despiadados.


Yo lo tengo por personaje astuto e inteligente y por eso mismo confieso que me deja pasmado la ingenuidad con que cae en ciertas trampas. Al amenazar a los parlamentarios liberales con multas y cárcel por no obedecer sus órdenes, César Gaviria pretendió hacer una arrogante demostración de poderío, pero en realidad le sirvió un papayazo a Petro. El gesto le habría permitido al presidente aislar a Gaviria de la coalición de gobierno, y quedarse con el apoyo de los liberales rebeldes. No pasó exactamente así. La mitad de la bancada se rebeló contra don César, pero Petro, en vez de fortalecerse tranquilito en su silla, optó por transmutar el error de Gaviria en una crisis ministerial. Prescindió de un pequeño sector progresista (los ministros de Agricultura y Hacienda) que era su aval de cordura y ofreció a la derecha la papayosa oportunidad de proclamar que se había agotado el Petro demócrata y ahora llegaba el extremista de izquierda.


Para completar, insistió en confundir una vela con una llamarada y en convertir el cambio de ministros en una desmayada y extemporánea ocasión “revolucionaria”. Anunció luchas callejeras, frentes campesinos, movilizaciones… Otro papayazo. La derecha atrapó la fruta y aunque todas estas expresiones populares son democráticas, y el Ejecutivo no ha amenazado con echar bala y prender candela, las asemejó a pavorosas consignas marxistas. Hasta el verbo expropiar, tan normal que aparece en todas las constituciones liberales, quedó untado de comunismo. Como remate, la vicepresidenta se dejó jalar la lengua y cometió la imprudencia de respaldar sin matices a la Primera Línea, al mismo tiempo víctima y coprotagonista de las jornadas violentas de hace dos años. Cuidado: la papayocracia es traicionera. 


La visita de Petro a Madrid exacerbó el extremismo derechista y agudizó el calculado contagio a sus amigos españoles. Muy firme, el rey Felipe VI no se acobardó y respaldó el plan de paz total. 


En Colombia llama la atención la rapidez con que alguna prensa se ha sesgado en contra del Gobierno. Juan Guaidó, fantasmagórico seudo-ex-pre-gobernante venezolano, recibió más despliegue en algunos periódicos que el esfuerzo por remediar la interminable crisis con Venezuela. Atento, Petro, a la cascarita. Nada más errado que declarar la guerra a la prensa. Sería un papayazo internacional.  


Estoy convencido de que el fracaso del Mandato Humano sería una pésima noticia para el país, pues hay muchas metas benéficas en su programa. Por eso mismo hay que ayudarle, lo que con frecuencia se consigue criticándolo. No soy político, y me basta con ser aficionado a los deportes para extraer de allí algunas lecciones sensatas. Aquí van tres consejos. Un buen entrenador de boxeo es consciente de que una pelea igual se gana por puntos o por nocaut y resulta absurdo exponerse a un golpe de conteo por no acumular ventajas con paciencia. A su vez, la situación adversa exige más cerebro y menos afán: no intentemos —dicen los futbolistas— meter el segundo gol antes que el primero, porque no entrará ninguno. Y desde su burladero, los toreros tienen claro cuáles son sus terrenos y cuáles los del toro y saben que una equivocación en esa materia puede ser mortal. 


Habría más consejos. Pero todos se sintetizan en uno: no dar papaya. Esto es, saber reaccionar, conocer el momento adecuado del contragolpe y planear estrategias con pispicia. Recuerden que Muhammad Ali venció a George Foreman en 1974 a base de invitarlo a asestarle puñetazos que no le hacían mella (había fortalecido los músculos para hacerlos de granito); el brutal esfuerzo agotó al entonces campeón hasta que, ya fundido, lo demolió Ali en medio minuto.


Petro se equivoca cuando se deja sacar de quicio y sube al ring a pelear indefenso, o cita al toro en terreno impropio o pretende asestar un nocaut en el primer asalto de una pelea que, con maña y paciencia, podría ganar a la larga por puntos. 


ESQUIRLA. Lo dije hace rato: que el fiscal Barbosa se retire y deje de hacer campaña política desde su cómodo sillón. El hombre se enloqueció: su intromisión electoral es ya un descaro vulgar.
 

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